“Lo único que no puede hacerse en política es el rídiculo”

AMLO

Lo que Marcelo Ebrard hizo en 2008 —hornear galletitas en la TV— no fue ridículo: fue increíblemente cursi. Se vio tan amanerado (definición de la RAE: falto de naturalidad, rebuscado) que perdió el respeto de la izquierda que se toma en serio la lucha para cambiar el sistema político.

Lo que ha hecho en estos días —14 años más viejo— además de cursilísimo cae en el peor de los ridículos.

¿Qué hizo el canciller Ebrard? Él mismo lo dio a conocer en Twitter.

1.- Pintar cerámica en Talavera de la Reyna (con pinceles antiguos).

2.- Fabricar mole en Puebla (”gracias a Dolores”).

3.- Manejar autobuses eléctricos en Ciudad Madelo (errata incluida).

Los sinónimos de cursi

Ebrard, ni duda cabe, es tan cursi (pretende ser fino, pero resulta pretencioso) que honra todos los sinónimos de esta palabra:

El canciller es repipi: pedante.

Marcelo, sin duda, luce afectado: su comportamiento ni es natural ni es sencillo.

Ebrard se ve fingido: falso, ficticio o simulado, aunque quiera parecer real.

El titular de la SRE puede ser descrito como relamido: se arregla y acicala excesivamente para las fotos.

¿En Puerto Vallarta será lanchero y en el Palacio de Gobierno de Nuevo León se pondrá tenis fosfo fosfo?

Como el ridículo no tiene límites (ni el infinito, añadiría Einstein, quien de todo sabía bastante), es dable pronosticar las próximas apariciones estelares de Marcelo Ebrard:

1.- Como serpiente emplumada en Chichén Itzá.

2.- Ejecutando la Danza de la Tortuga en la Guelaguetza de Oaxaca.

3.- Como lanchero en la Playa de los Muertos de Puerto Vallarta.

4.- Sembrando tomate en Sinaloa.

5.- Bailando Las Chancletitas en Campeche.

6.- Como ganadero en Sonora.

7.- Como cocinero de cabrito en Monterrey.

8.- Tejiendo sarapes en Saltillo.

9.- Disfrazado de kikapú en Torreón

10.- Con sombrero charro cantando las de Vicente Fernández en Guadalajara.

Ebrard, nada sublime

Se supone que esto lo dijo Napoleón: “De lo sublime a lo ridículo solo hay un paso”. Dicen que lo expresó el Gran Corso después de su enorme fracaso en Rusia. Es el diagnóstico que, por lo visto, Marcelo Ebrard no hizo en 2008 cuando, cursilísimo, horneó galletitas en TV. Si lo hubiera diagnosticado, no andaría ahora haciendo el ridículo pintando cerámica o manejando camiones. Si piensa que tales naderías le darán la candidatura presidencial de un partido que se toma en serio como Morena, creo que se equivoca.

Entiendo la frustración de Ebrard: las cosas nomás no le salen al frente de la Secretaría de Relaciones Exteriores:

√ El presidente lo ha refutado en público.

√ Ha sido un mal asesor de AMLO en varios temas delicados, sobre todo en el caso Salmerón en Panamá.

√ López Obrador le cortó las alas de estadista global al no enviarlo a él, sino a Rogelio Ramírez de la O, como su representante a la cumbre de la Alianza del Pacífico.

√ Los diplomáticos del servicio exterior de carrera detestan al canciller Ebrard.

√ En las encuestas desde hace rato a Marcelo Ebrard lo supera Claudia Sheinbaum.

√ No benefician a Marcelo en Palacio Nacional sus coqueteos tuiteros con Ricardo Monreal, quien insiste en llevar la contra a AMLO en asuntos delicados.

Es muy dura la política; avanzar en la misma solo se consigue después de recibir muchísimos golpes. La palabra clave para superarlos y triunfar es sublimar. Ebrard, desgraciadamente para él, en sus intentos por sublimarse y convertir tantas derrotas en una gran victoria, está cayendo en lo único que no puede hacerse en política (AMLO dixit): el ridículo.