Este 10 de noviembre se conmemora en todo el mundo, y como todos los años desde 2002, el Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo. Acontecimiento que tiene por objeto recordar el compromiso asumido en la Conferencia Mundial sobre la Ciencia que se celebró en Budapest en 1999, en el sentido de generar lo que podríamos denominar un nuevo contrato social y renovar el compromiso, tanto a nivel nacional como internacional, en favor de la ciencia para la paz y el desarrollo.

El uso responsable de la ciencia para el beneficio de las sociedades, es de la mayor importancia, sobre todo, por lo que hace a las aplicaciones actuales, las redes y las plataformas digitales, para paliar y, gradualmente, erradicar la pobreza, las desigualdades, la exclusión y ampliar también los efectivos y sustanciales alcances de una democracia que supera, por mucho, la periodicidad de nuestra presencia en las urnas.

Una democracia producto de una vibrante interacción, de procesos dialógicos, de la creación cotidiana, de la conversación pública y del constante desenvolvimiento en cada evento de eficaz incidencia humana.

El dilema entre la ciencia, su desarrollo y la ética, me parece debería estar resuelto tras lo que todas y todos hemos vivido en el mundo entero con motivo de la pandemia y la inminente crisis de atención impostergable que representa el calentamiento global.

El dramaturgo alemán Friedrich Dürrenmatt planteó descarnadamente en su obra “Los Físicos” este dilema, así como las consecuencias de no tomar conciencia del mismo. Su intención, quizá, era gritar a través de los personajes de una obra teatral, dramática y maravillosa, una verdad que perecemos negarnos a ver: Que la ciencia debe someterse a valores éticos y avanzar, sobre todo, las posibilidades del desarrollo y la prevalencia de la humanidad sobre este planeta.

En este contexto, una sociedad abierta y por encima de la mera dotación de información a las personas -es decir, una sociedad de la comunicación verdadera y con alcances universales-, puede ser una vía para abonar desde la apertura y el acceso a la información a la generación de soluciones o, cuando menos, vías de acción.

Las soluciones a los problemas que enfrentamos como personas, familias, ciudades y Estados se encuentran en el diálogo orientado a construir opciones y mejores versiones de nosotras y nosotros mismos. La ciencia debe comunicarse, difundirse y hacerse pública.

Si los pronósticos en materia de cambio climático son ciertos, no tenemos en realidad grandes opciones. Mantener el conocimiento y la ciencia al margen de las personas, claramente no es una de ellas. No todos los avances humanos son producto de grandes y complejas teorías, el valor del conocimiento práctico debe ser visibilizado y encontrado donde quiera que esté para que confluya en favor de las propias personas y de la progresividad de sus derechos.

Sobre todo, porque la arena en el reloj ya es poca y no deja de caer.