En julio del año pasado, Irene Vallejo escribió una columna sobre “la salud de las palabras”. La autora de “El infinito en un junco” decía que “la salud de una sociedad se puede diagnosticar auscultando sus palabras”. Y añadía: “Testigo del desmoronamiento de la democracia en Atenas, Tucídides advirtió el síntoma de una crisis latente en el cambio de significado de ciertas palabras. Pensaba que la política se deteriora si el servilismo dentro de las facciones se empieza a llamar lealtad. Si el bien común se trata como un botín. Si llamamos listo al que mejor conspira y cobarde a quien se detiene a reflexionar. Si hablamos de pactos sólo para encubrir fugaces transacciones de intereses”.

El texto de Irene Vallejo me hizo reflexionar sobre México. Durante meses he intentado auscultar las palabras que usan muchos de los políticos. Es una experiencia frustrante y preocupante. Hemos sido testigos de marchas y palabras en defensa y en detrimento de la democracia y las instituciones electorales. Mientras que algunos expertos nos advierten cómo mueren las democracias, un académico de Harvard, Tarek Masoud, estudia cómo pueden sobrevivir. Eso me parece más productivo. Siempre podemos aprender de lo que ocurre en otros países.

El programa “Democracy in Hard Places” ha surgido de una obsesión del profesor Masoud por saber cómo se puede alcanzar y mantener la democracia cuando se carece de ella. ¿Cómo se explica la falta de democracia en Oriente Medio? La sabiduría convencional argumentaría que los países de esa región están subdesarrollados y divididos de manera que no han dejado que la democracia emerja y prospere. Pero en 2011 ocurrió la Primavera Árabe. Muchos tenían la esperanza de que el pueblo superaría las adversidades y lograría reemplazar sus dictaduras con democracias. La Primavera Árabe terminó en una guerra civil y una dictadura renovada. Fue un golpe al optimismo de quienes, como Masoud, pensaban que sí se podía llegar a la democracia.

Fue justo entonces cuando se establece en Harvard la “Iniciativa sobre la democracia en lugares difíciles”. La sede de este programa es el Centro Ash para la Gobernanza Democrática y la Innovación. El tema central es averiguar cómo construir la democracia en países autoritarios, pobres, étnicamente divididos, y con poca historia de gobierno participativo. De acuerdo con Tarek Masoud, en un programa como éste, “los académicos aportan lógica, rigor y evidencia. Los practicantes aportan experiencia y comprensión del mundo real. Aprendemos mucho cuando ambos están en diálogo”.

En 2016 llegó a la Escuela Kennedy de Harvard el profesor Scott Mainwaring, un destacado estudioso de la democracia latinoamericana. Junto con Masoud diseñaron el curso “Alcanzar y mantener la democracia”. Ahí se estudiaba por qué algunas democracias tienen éxito mientras que otras se marchitan. El principio es que la democracia emerge y sobrevive sólo cuando los líderes están comprometidos con los ideales democráticos. “Los politólogos tienen dificultades con ese tipo de argumento. La democracia no es necesariamente el resultado de procesos que se desarrollan a lo largo del tiempo. Los países no se vuelven necesariamente democráticos después de que han “crecido” y se han vuelto industrializados y prósperos”, decían los académicos.

Siempre tenemos que hacernos preguntas difíciles. Eso nos ayudará a acercarnos a comprender qué es lo que hace que una democracia sobreviva y qué es lo que la destruye. Masoud y Mainwaring organizaron una conferencia sobre democracia en 2019 y luego coeditaron el libro “Democracy in Hard Places” que ofrece nueve estudios de caso donde exploran por qué la democracia ha sobrevivido en países tan diversos como India, Benin y Timor-Leste y tan inestables como Argentina y Moldavia.

El libro presenta ejemplos de supervivencia democrática en países que nadie pensó que fueran buenos candidatos para la democracia porque eran pobres o étnicamente fragmentados. Masoud y Mainwaring pensaron cómo enfrentar el desafío cuando encontraban algunas naciones que aparentemente no eran buenas candidatas para la gobernabilidad democrática.

¿Qué podemos aprender de las pocas democracias que surgieron ante la adversidad? La democracia es una identidad. El sueño de muchos es vivir bajo un gobierno liberal y democrático que rinda cuentas a sus ciudadanos y respete su libertad e integridad física. A pesar de los entornos en donde prevalece la pobreza endémica, el analfabetismo, los conflictos étnicos, la desigualdad económica, así como los legados de la dominación colonial y la tutela militar, las sociedades tienen que sobrepasar estos serios obstáculos para obtener y mantener un gobierno democrático. El esfuerzo nunca es en vano. Las transiciones democráticas son difíciles. Y más lo son las rupturas democráticas. En países como India, Indonesia y Senegal, la democracia ha sobrevivido y prosperado a pesar de desafíos aparentemente insuperables.

Durante los últimos quince años hemos sido testigos de una especie de “recesión democrática”. Las democracias que antes se pensaba que estaban bien establecidas (Hungría, Polonia, Brasil e incluso Estados Unidos) se han visto amenazadas por el surgimiento de líderes ultranacionalistas y populistas. Se amenazaba a diario la libertad y el pluralismo que son los cimientos de la gobernabilidad democrática. Estamos todavía en riesgo. Ahora existe la posibilidad de un colapso democrático donde menos lo esperemos. Por eso debemos pensar y actuar para que la democracia, una vez alcanzada, dure.

En el libro “Democracy in Hard Places”, Scott Mainwaring y Tarek Masoud reúnen a un distinguido grupo de colaboradores para ilustrar cómo las democracias de todo el mundo continúan sobreviviendo incluso en una era de declive democrático. Los autores argumentan que podemos aprender mucho de supervivencias democráticas que fueron tan inesperadas como las erosiones democráticas que han ocurrido en algunos rincones del mundo desarrollado. Ilustran la manera errónea en que los científicos sociales creyeron durante mucho tiempo que las democracias bien establecidas, occidentales, educadas, industrializadas y ricas eran inmortales. Presentan los argumentos, erróneos también, de quienes asignaron pocas posibilidades de democracia a los países que carecían de las características propicias para la democraca del mundo desarrollado.

Las dos preguntas fundamentales que se plantean los autores en el libro son: ¿Cómo persiste la democracia en países que son étnicamente heterogéneos, asolados por la crisis económica y plagados por la debilidad del Estado? ¿Cuál es el secreto de la longevidad democrática en lugares difíciles? El libro presenta nueve estudios de casos en los que la democracia surgió y sobrevivió contra viento y marea. Mainwaring y Masoud extraen poderosas lecciones teóricas sobre cómo se puede construir y mantener la democracia en lugares donde las teorías dominantes de las ciencias sociales menos lo esperarían.

El comentario de Fareed Zakaria, columnista del Washington Post, sobre el libro de Mainwaring y Masoud es muy revelador: “Estamos viviendo una recesión democrática, revirtiendo una expansión de décadas de elecciones y gobernabilidad democrática en todo el mundo. ¿Por qué está sucediendo esto y qué se podría hacer para detener el declive? Este convincente volumen aborda esta pregunta de una manera inusual, al examinar casos (como India, Sudáfrica e Indonesia) donde la democracia ha perdurado, a pesar de tener pocas de las condiciones previas que tienden a estar asociadas con el éxito. Estos relatos ricos y cuidadosamente investigados recuerdan a los lectores que no todo está determinado por la economía, ni el desarrollo ni otros factores estructurales similares. Las normas y valores ampliamente compartidos y las decisiones políticas específicas marcan la diferencia. Sobre todo, los líderes políticos son importantes. No se puede tener democracia sin demócratas”.

Para seguir con la prescripción de Irene Vallejo, para tener una sociedad saludable, necesitamos cuidar las palabras y llamar por su nombre a lo que nos debería unir: supremacía de la ley; elecciones regulares, libres y justas; libertad de expresión; separación de poderes; participación ciudadana; sociedad civil fuerte e independiente; respeto de los derechos humanos. Una democracia exitosa requiere un compromiso con los principios de igualdad, justicia y estado de derecho. Tiene que notarse la voluntad de participar en el diálogo y en la búsqueda del bien común.