Se ha venido hipotetizando que, para el oficialismo, el desenlace anhelado para la sucesión presidencial es una suerte de nuevo Maximato mediante el cual el presidente López Obrador pueda extender su mandato a través de su relevo en el Ejecutivo federal.

Los aspirantes a la candidatura presidencial oficialista son cuatro en los medios de comunicación. Sin embargo, dicen los que saben que realmente son dos en la realidad: el secretario de gobernación, Adán Augusto López Hernández, y la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum Pardo.

Machistas por idiosincrasia, la mayoría de los mexicanos detractores al régimen consideran que la favorita de Andrés Manuel López Obrador para sucederlo en el cargo es Sheinbaum, por tratarse de una mujer y por consiguiente de una persona más manejable y mansa para efectos de dejarse influenciar y dirigir tras bambalinas.

Si bien es cierto que lo más probable es que el día de hoy la jefa de gobierno capitalino sea la predilecta de AMLO para encabezar la candidatura presidencial oficialista en 2024; no obstante, no creo que esto tenga nada que ver con un siniestro deseo del tabasqueño de instaurar un Maximato en el siglo XXI para prolongar su gobierno de manera simulada. Más bien considero que esto atiende más bien a que en el discurso y en la historia le viene bien a Andrés Manuel ser el reivindicador de la lucha por la equidad de género y del feminismo en México abriéndole las puertas del poder a la primera presidente mujer en el país.

Aunado a lo anterior, entre López Obrador y Sheinbaum Pardo ha habido una relación transexenal de confianza y un tanto paternal. Sin embargo, a ambos los distinguen aspectos sumamente significativos; pues mientras el presidente de la República es un hombre entusiasta de la grilla, profundamente politizado y adepto a la demagogia, la jefa de gobierno es más bien una mujer que ha dedicado su vida a la academia, al intelecto y a ocupar cargos que requieren tecnicismo y conocimientos científicos—hasta 2018.

Esto quiere decir que una eventual presidencia de Claudia Sheinbaum enfriaría la polarización imperante y la politiquería consuetudinaria del actual sexenio. Además, su calidad de mujer la responsabilizaría con la lucha por la emancipación sexual. Una sumisión significaría la claudicación del género frente a la falocracia. Si Sheinbaum permitiese que AMLO gobernara por medio de ella representaría una traición al movimiento feminista y a todas las mujeres. Sería imperdonable que la primer mujer presidente fuera títere de un hombre. Por eso no sucederá un Maximato con Claudia Sheinbaum de presidente.

Consecuentemente, infiero que la predilección del presidente por Claudia poco tiene que ver con la intención de lograr una extensión de la actual administración, sino más bien por cuestiones políticas e ideológicas más profundas y complejas.

Por su parte, Adán Augusto sí podría asemejarse más a una figura emanada de la mimesis político electoral. Comparte e imita mucho al presidente. Desde la forma de hablar, hasta su manera de operar. Empero esto tampoco simboliza que si el secretario de gobernación acabase siendo el postulado por el partido en el poder y ganara sería inevitablemente controlado por AMLO.

La historia reciente nos dice que, desde Lázaro Cárdenas, lo primero que han hecho los presidentes al ocupar la silla presidencial es deslindarse o en algunas ocasiones incluso mandar a la chingada a su antecesor. En este caso podría ser tanto de manera literal como figurativa.