Con algo de nostalgia, pero más con la intención de documentar el pasado, quiero contarles algunos detalles de las peripecias que, antes del Covid, pasaban los sobrecargos y pilotos en fechas como estas. Y es que mientras la gran mayoría de la gente se prepara con la cena de Nochebuena y las celebraciones de fin de año, para los tripulantes, esas fechas eran precisamente las de más trabajo.

Sé que muy pocos se preguntarán ¿cómo es que pasan la Navidad y el año nuevo los tripulantes? Y lo más probable es que esos pocos tengan una idea equivocada de lo que sucede. En el imaginario popular los tripulantes somos entes raros, un poco míticos y hasta etéreos; y no es casualidad, reconozco que muchas veces nosotros mismos fomentamos esa idea, y sentimos una especie de placer al llamar “terrícolas” a todos aquellos que no forman parte de una tripulación de vuelo.

Pero tampoco voy a ocultar que somos nosotros los que recibimos preguntas y comentarios que descolocarían a cualquiera, por ejemplo “¿ustedes también comen?”; y no nos queda más que colocar una gran sonrisa en nuestros rostros mientras afirmamos con la cabeza, y les indicamos cómo abrir la puerta del baño, con la que llevan ya cinco minutos batallando para entrar.

Muchos años de experiencia me permiten hablar de este tema con honestidad y serenidad; todos los extremos son malos, y las fechas decembrinas para un sobrecargo o piloto no son sublimes experiencias religiosas, ni tampoco el peor de los infiernos. Peculiares, sí; difíciles de comparar con otras profesiones, sin duda. Acompáñenme en este relato, para acercarlos un poco a una verdadera dinámica decembrina de un tripulante.

El mes de diciembre es una de las temporadas más altas en la aviación, por lo que conseguir que las empresas aeronáuticas otorguen vacaciones en este mes es un verdadero reto. Cuando un sobrecargo recién ingresa a volar, no pasar las navidades con la familia es un hecho altamente probable. Y he de decirlo, al principio no representa una tragedia.

Sin embargo, conforme va pasando el tiempo, y los años volando se acumulan, es cada vez más complicado el tema de conciliar en estas fechas. Ya sabemos que la familia es la primera en protestar, y tienen los reclamos a flor de piel; te espetan en la cara “nunca estás… llevas tres navidades fuera… nos dejaste colgados en año nuevo, porque te ‘activaron’ de la reserva…”. A uno no le queda más que bajar la cabeza y admitir con pesar, que es cierto. No es sencillo asumir que la familia deba quedar en un segundo plano, por cumplir con el trabajo.

Y es normal que la familia se canse. El mensaje de paz, amor y regocijo que conllevan estas fiestas, siempre rematadas con la idea de “la familia es lo más importante”, es la licencia perfecta para que nuestros seres queridos desempolven la larga lista de reclamos acumulados por todas y cada una de las ausencias, desde los cumpleaños que te perdiste “por estar volando”, así como los grandes eventos familiares: bodas, bautizos y hasta funerales.

Cuando un tripulante quiere estar estas fechas en casa y con la familia, debe echar mano de todas las oportunidades que se le presentan, y en el caso de los sobrecargos, por ejemplo deben activarse en el “modo cacería” desde finales del mes de octubre, cuando está a la vuelta de la esquina la elección de vuelos para el mes de diciembre, el más caótico del año. La primera oportunidad les llega a los sobrecargos “afortunados” por su número de escalafón; entre más antigüedad tengan y su expediente esté más limpio, podrán elegir sus vacaciones y pasar las navidades con la familia, pero si tiene faltas, incapacidades o por poca antigüedad no le alcanza su número de escalafón, comienza su viacrucis.

Voy a platicar lo que sucedía en Mexicana de Aviación, antes de que la tecnología llegara a nuestras vidas y los sistemas inteligentes hicieran el trabajo de “Operaciones”. Esta oficina, encargada de asignar a los tripulantes sus vuelos (“secuencias” o “roles” como les llaman en Aeroméxico), antes de que implementaran el sistema electrónico, nos obligaba a acudir en días previstos por la empresa para la “elección de vuelo” vigentes para todo el mes, y esa era la segunda oportunidad, pero con dos variantes.

La primera, que el día que te correspondía “elegir secuencia” estuvieras trabajando, y fuera de la Ciudad de México (algo totalmente normal para un sobrecargo); en ese caso no podías más que hacer de tripas corazón, y encomendarte a los dioses del Olimpo para que te asignaran una secuencia “no tan mala”. Pero si por suerte estabas en la base (Ciudad de México), entonces te tocaba ir al edificio de Servicios a “elegir” tu secuencia, y tratar de conseguir las fechas para pasarlas con la familia. No exagero cuando digo que había compañeros que literalmente “acampaban” en el estacionamiento del edificio de servicios de Mexicana, para ser los primeros en tener la posibilidad de elegir una buena secuencia.

Como buenos cazadores, había que conocer las reglas y echar mano de todos los trucos. Y es que tu número de escalafón determinaba el menú del que podías elegir. Como si de rangos militares se tratara, sólo podías elegir secuencias que dejaran libres compañeros con menor número de escalafón que el tuyo. En el mismo orden de ideas, los escalafones superiores a ti tenían mayor derecho para escoger primero cualquier secuencia que quedara libre. Un verdadero juego de naipes, donde esperas que alguien suelte la carta que necesitas para completar tu juego, que este caso se llama “tiempo con la familia”.

En ese lejano ayer, el Centro de Operaciones (CEO) imprimía en hojas tamaño A4 las secuencias de vuelo y las ponía en un mamotreto, ordenadas por número de escalafón. Si a los sobrecargos de más arriba en el escalafón no les gustaba su secuencia de vuelo, podían rechazarla y escoger alguna de los de más abajo; en ese caso los del CEO le dibujaban una letra “D”, de disponible, y los de más abajo podían “agarrarla”.

Pero obviamente ese no era el único detalle; tenías que verificar que no hubiera incompatibilidad de horarios: que la secuencia del mes de noviembre no abarcase días de diciembre, y que tampoco se encimara ningún vuelo. Era frecuente que después de hacer una larga fila para entrar a escoger secuencia, tras haber anotado el número de la secuencia que te había gustado, al llegar con el asignador del CEO… ¡Zaz!, alguien más antiguo que tú te había ganado la secuencia. Ni hablar, te regresabas y buscabas otra que te sirviera y que cumpliera con todos los requisitos.

El suplicio no terminaba ahí. Una vez salvado el escollo de la “escogida de secuencia”, el enemigo se llamaba “reserva”, que es una especie de “guardia” que los sobrecargos y pilotos deben realizar para el caso de que algún tripulante no llegue a su vuelo. Una verdadera ruleta rusa, pues esa reserva podría venir a estropear todo el esfuerzo, y modificar de manera irreparable la secuencia por la que habías puesto sangre, sudor y lágrimas. Imaginen esta situación: llevas todo el mes esperando tu vuelo a Chicago, que aprovecharás para traer el regalo prometido a tu hijo; pero 24 horas antes sales de la reserva para hacer un vuelo a Minatitlán. Aunque físicamente te diera tiempo hacer los dos vuelos, las leyes laborales y aeronáuticas te lo impiden.

Era el pan nuestro de cada día. Asumías que no pasarías la Navidad en casa, entonces buscabas una secuencia que te permitiera pasarla en Los Ángeles o en Monterrey porque tienes familia en dicha ciudad; pero como si los del CEO supieran que habías planeado pasártelo bomba, te quitaban tu vuelo y terminabas pasando navidad en el avión, saliendo de San José California, con doce pasajeros rumbo a Zacatecas.

Y en Zacatecas encontrabas todo cerrado, por ser 25 de diciembre, además de que el restaurante del hotel tenía horario corto y no había room service; ¡Feliz Navidad!, con un frío de los mil demonios y muriéndote de hambre. Por si fuera poco, la tripulación con la que vienes te cae mal, y el capitán y el copiloto viajaron con su familia, o sea, una condena al ostracismo.

Otro escenario lamentable era llegar de madrugada y ver en la salida del hotel a todos aquellos que celebraron ahí la llegada del año nuevo, mientras tú lo pasaste a bordo del avión, entre bostezos, mirando las luces de los pueblos que ibas sobrevolando.

Era maravilloso cuando podías hacer el vuelo que habías escogido, y que tu tripulación fuera de lujo, o dicho de otra forma, un equipo de personas con las que congeniabas. Redondo cuando en el “cuarto de tripulaciones” (salón que el hotel reservaba exclusivamente para la aerolínea) ya estaban reunidas varias tripulaciones para celebrar, Navidad o año nuevo. Entonces llegabas en la noche, corrías a tu cuarto a cambiarte de ropa, y bajabas a celebrar con tus compañeros, aprovechando que tu vuelo saldría al día siguiente, pero en la noche.

Por eso tus compañeros se convertían en tu única familia, pues te entendías con ellos a la perfección y hablabas el mismo idioma. Con ellos brindabas, con jugo de naranja, a las 12 de la noche, junto a la alberca en el hotel de Tampico, por ejemplo, porque al día siguiente había que sacar el vuelo de las 7:00 am, y teníamos que estar listos a las seis de la mañana. Un brindis fugaz, un abrazo escueto y a dormir, pues en pocas horas teníamos un vuelo que sacar.

Todo lo anterior son pequeños ejemplos; una rápida muestra de nuestras “fiestas navideñas” como tripulantes. Las que somos madres podemos hablar de los trucos y estrategias utilizados. No somos pocas las que optamos por modificar la fecha de la navidad; si tocaba descansar el 19, 20, 21, 22 o 23 de diciembre, ese día se llevaba a cabo la cena “navideña”, con tal de que los críos no resintieran nuestra ausencia en la fecha oficial.

Los tripulantes lo usamos como chiste, pero es más real de lo que se imaginan: los hijos de sobrecargos o pilotos tienen padres muy ausentes, por la naturaleza del trabajo, así que es común escuchar “papá, ya vino la señora de la fotografía”; tan no estamos, que ya ni se acuerdan nuestros hijos de nosotros. Pero será en otra columna que hablaré de los hijos de tripulantes, grandes guerreros que han tenido que afrontar la vida sin la presencia de sus padres.

Mientras ese día llega, quiero desearles a todos ustedes que pasen una feliz Navidad, si pueden, alrededor de sus seres queridos. El amor y el apego no sabe de fechas, de tiempos y de espacios. Se los dice alguien que “algo” sabe de eso.

¡Felices fiestas!