En días pasado, por redes sociales, se anunció la probable aprehensión de la conductora de televisión Inés Gómez Mont y su esposo, el abogado Víctor Manuel Álvarez Puga. La nota empezó a circular con esta información :

“La Fiscalía General de la República (FGR) solicitará a la Interpol la emisión de dos órdenes de localización y captura internacionales (conocidas como fichas rojas) en contra del empresario y contador Víctor Manuel Álvarez Puga y de su esposa Inés Gómez Mont, por su presunta responsabilidad en operaciones de lavado de dinero y desvío de recursos públicos”.

Inmediatamente las redes sociales hicieron suya la nota y corrió como pólvora la información. La verdad es que yo no sé si sean culpables o no, pero más allá de eso, me sorprende el odio que se derramó contra Inés. Leí mensajes de regocijo y alegría por el hecho de que pudiera ser aprehendida, memes burlándose de su situación y una especie de felicidad colectiva por esta situación.

Me sorprende mucho porque, como psicóloga, me cuestiono qué te lleva a alegrarte por la desdicha del otro. Si bien siempre he estado a favor de la justicia, tampoco es una cosa que me pusiera feliz el hecho de que estuviera presa. Es madre de familia con muchos hijos; esto ha generado críticas, sí, se han burlado de ella hasta por la cantidad de hijos que tuvo, llamándola “coneja” y demás.

¿Dónde queda nuestra parte humana y sensible para poder condolernos por el dolor de otros? Pero hacemos una fiesta de alegría por este caso, que es una desgracia para ella you familia por donde se le vea.

A veces pienso si esta alergia por ver a Inés Gómez Mont sumida en la tragedia es porque tiene dinero. ¿Se debe a que ella ha podido viajar, vive con lujos, parece que su vida es perfecta? ¿Es esto lo que odiamos? Porque, que yo recuerde, no hubo tanta “alegria” cuando se anunció la aprehensión del Chapo Guzmán como ahora con el caso de Gómez Mont. A mí en lo personal no me hace más feliz que la arresten. Pero es digno de cuestionarnos en dónde estamos depositando nuestra propia miseria al alegrarnos del dolor de alguien más, merecido o no. Porque si ella entra a la cárcel todos sus niños se quedan sin nadie.

En fin, dejo aquí esta columna como reflexión. ¿Qué opinas?