Una vez más, Chiapas encabeza una de las listas más trágicas y vergonzosas de nuestro país: la pobreza. Según datos del INEGI procesados por la organización México, ¿Cómo Vamos?, el 85.3% de los chiapanecos no cuenta con un ingreso suficiente para cubrir lo mínimo indispensable para vivir. No hablamos de lujos ni de aspiraciones elevadas, hablamos de sobrevivir: comida, transporte, salud, vivienda, educación básica. Ni eso. ¿Qué tipo de nación tolera que una de sus entidades federativas viva en estas condiciones década tras década?
El sur de México ha sido históricamente abandonado, utilizado como botín político, y empobrecido de forma sistemática. Chiapas, Oaxaca y Guerrero no solo comparten riqueza cultural y recursos naturales impresionantes, sino también una marginación estructural criminal. La cifra en Chiapas no es solo estadística: es la confirmación de que el modelo de desarrollo del país sigue construyéndose con un desprecio abierto hacia sus regiones más necesitadas.
Lo más indignante es la normalización de esta tragedia. Año con año, Chiapas encabeza los índices de pobreza y marginación, y año con año los discursos oficiales repiten promesas vacías. El gobierno presume avances sociales, pero en la práctica, la mayoría de los chiapanecos no puede pagar ni lo indispensable para comer. ¿A quién le sirven entonces los programas sociales? ¿Dónde están los efectos de la supuesta “transformación”?
No se trata solamente de pobreza económica, sino de una pobreza planificada, resultado de décadas de malas decisiones, corrupción, clientelismo y una política que ha hecho de la miseria su campo de cultivo electoral. El hecho de que Chiapas supere en más de 20 puntos la media nacional en pobreza por ingresos debería ser un escándalo nacional, una alarma que sacudiera la conciencia de los líderes políticos. Pero no, apenas genera notas marginales.
Además, esta situación alimenta otras problemáticas graves: el desplazamiento forzado, la migración, la violencia, el reclutamiento del crimen organizado y la pérdida de oportunidades para generaciones enteras. No se puede hablar de seguridad o desarrollo mientras millones no pueden comprar lo necesario para sobrevivir. ¿Cómo se puede hablar de justicia en un país donde el 85% de un estado vive al límite?
Es momento de preguntarnos con seriedad: ¿quién se beneficia de que Chiapas siga siendo pobre? Porque alguien se beneficia. Empresas extractivas, políticos que lucran con la necesidad, estructuras de poder que se afianzan en la desesperación. La pobreza en Chiapas no es un accidente: es el resultado de un sistema que funciona exactamente como fue diseñado.
La verdadera transformación de México no comenzará en las conferencias matutinas ni en los spots publicitarios, sino el día en que Chiapas deje de liderar estas listas de vergüenza nacional. Eso solo será posible con políticas públicas serias, inversiones responsables, combate real a la corrupción y una visión de desarrollo que ponga al ser humano por delante del cálculo electoral.
Mientras tanto, los chiapanecos seguirán viviendo en carne propia lo que muchos prefieren ignorar: que en México, nacer en el sur es, muchas veces, una condena anticipada a la pobreza.
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