Le digo mi presidente porque a pulso se ha ganado ese lugar. No me cabe la menor duda que usted arrasó en las elecciones pasadas. Y que ganó por la buena y por mucho .

Le escribo y le digo “mi presidente” porque aunque no comulgue con usted y su forma de pensar, es el presidente que gobierna a mi país, y yo sí quiero ser respetuosa y darle ese lugar. No me apetece apodarlo y etiquetarlo. Me siento triste y desgastada de tanto odio...

Señor presidente: además de ser psicóloga, considero que soy una persona muy analítica e intuitiva. ¿Sabe? Dicen que las personas que hemos estado cerca de morir, como yo, lo he estado, nos volvemos más receptivas e intuitivas . Probablemente usted lo note también en su caso por haber estado alguna vez tan cerca de la muerte.

Más allá de escribirle como la gente que lo hace buscando un hueso o algún beneficio de usted, le escribo tratando de ver al ser humano qué hay tras esa pantalla todas las mañanas por la mañana.

Busco y anhelo algún día poderme sentar a platicar con usted para poder entenderle, poder conocerle, poder apoyarle. Porque de otro modo, todo lo que hace y dice me desconcierta y me descoloca; me resulta incomprensible e inaudito.

A veces me pregunto si no llega a sentir nostalgia por la persona que usted era antes de ser presidente. O dígame si no fue muy feliz antes de serlo: viajaba, paseaba, comía rico, turisteaba y exploraba a profundidad cada rincón de este maravilloso país.

Estoy segura, segurísima, que ahí en ese momento era usted muy feliz. Nos dice y no pocas veces que usted es inmensamente feliz con lo que hoy es y tiene, y que duerme muy bien y con la conciencia muy tranquila.

A veces quisiera poder dormir también tan profundamente sin que me asalte la angustia por cómo voy a sobrevivir tanto en el tema de salud como en el tema económico. Me asalta la angustia por no saber si tendré medios para sacar a mis dos hijos adelante. Pero me alegra que usted sí pueda dormir plácidamente.

Yo sé que a usted no le interesa el tema de la salud mental, no es un tema que esté en rojo en su agenda. Sé que usted cree que con fe y con Dios tenemos salvadas nuestras partes más obscuras y lastimadas.

Y sí, por supuesto que con Dios y con fe tenemos mucho ganado, usted es un ser que se dice ser enteramente humanista y espiritual…

Quiero hablarle de sufrimiento. Me preocupa como ciudadana verlo tan enojado todos los días, a todas horas, me preocupa percibirlo tan fuera de control, dividiendo a unos contra otros, aunque usted asegure que es feliz.

Una persona feliz no tiene tiempo de enojarse tanto.

Usted es presidente de una nación y sin embargo actúa con indignación frente a quienes piensan distinto. No sé qué otra cosa a usted pueda hacerle sentir más fortalecido… ¿una marcha? Quizá sí.

Y no lo juzgo, todos nos hemos sentido así con incertidumbre y con inseguridades… En mi caso no muchas veces, no pocas veces.

El tema es que creo, señor presidente, que está haciendo a un lado la inteligencia emocional que estoy segura cuenta con ella.

Y usted podría preguntarse: ¿Qué es la inteligencia emocional? Es esa que debemos de tener para saber, en un segundo si brincamos del lado del enojo y la explosión, o bien, nos detenemos a analizar las cosas desde la razón y no desde la entraña y el corazón.

La marcha a la que convoca me hace sentir que usted quiere pelear conmigo, y con los que no le aplaudimos.

Conozco gente, incluso muy cercana a mí que a usted lo adora. ¿Entonces por qué lo percibo tan a la defensiva? Tiene gente que lo ama y le rodea y viene tras de usted y a su lado sosteniéndole y apoyándole.

Me da tristeza verlo tan entusiasmado por acudir a esta marcha, pero jamás se sumó a las otras marchas que han habido enfrente de su palacio exigiendo justicia por los feminicidios, por el desabasto médico que al final de cuentas usted aceptó que sí existía después de negarlo mucho tiempo. Usted no marcha con los que marchamos pidiéndole que nos mire. Usted marcha con los que le miran a usted, que es muy diferente.

¿Eso le da felicidad? Supongo que sí. Esta marcha le dará felicidad. Todos necesitamos de momentos que nos regalen ser felices, pero dígame, señor presidente, ¿cómo cree que será el escenario político y social en México después de su marcha? Porque me queda muy claro que va a llenar el Zócalo y hasta sus calles aledañas. Sí lo hará. Pero ¿y después? Lo que creo viene después es un México mucho más dividido y polarizado.

No nos quiere unidos, señor presidente, nos quiere separados. Eso le conviene más... ¿Eso le hace feliz?

Ya en otras ocasiones he soñado con escribirle y que me lea. Nunca sabré si lo hace. Intento escribirle como una mexicana que no le está pidiendo nada, ni apoyos ni puestos ni nada.

Le escribo y me dirijo a usted como lo haría con mi padre. Le diría que necesito que esté tranquilo, que su salud va de por medio, que piense las cosas mejor, que deje atrás los rencores y la amargura.

Usted, señor presidente, ha hablado en repetidas ocasiones del perdón. Ha dicho que lo mejor de todo en esta vida es perdonar.

Y qué difícil es hacerlo, lo entiendo muy bien. Hay que hacer un enorme trabajo espiritual y mental para soltar el pasado y perdonar.

Hágalo señor presidente, inténtelo. Perdone, suelte, sane esas heridas, ya es tiempo. Sus heridas del pasado son como si un cirujano herido estuviera operando a su paciente.

Si yo creyera que la marcha que usted encabezará pudiera servir de algo para bien de mi país, créame, marchaba con usted. Pero de nada servirá esta marcha. Como tampoco han servido las que han habido antes, lo he de reconocer.

Para lo único que ha servido tanta marcha es para fomentar más odio entre los mexicanos.

Usted no sale a la calle solo señor presidente, yo sí….

Noto el mal humor y la neurosis entre las personas. Veo enojo en la mirada de otros. Hartazgo, neurosis …

Pero también ¿sabe qué? Y usted lo debe de saber muy bien, somos buenos, esa es nuestra naturaleza. Somos muy solidarios.

¿Por qué usted no lo es con los que, insisto, no estamos de acuerdo con usted?

Señor presidente, no solo debe de cuidar que no manchen su investidura presidencial, debe de cuidar que su alma y sus emociones estén en paz. Porque sus emociones, insisto, lo están controlando y no usted a ellas.

Quiero encontrar la paz, señor presidente, pero usted no me lo permite.

Quiero ver a mi país de nuevo reconciliado pero usted tampoco me lo permite.

Quiero encontrar en mi país un lugar seguro donde estar y tengo miedo.

Estoy llena de miedo... Pero llena de esperanza. Creo que estoy enloqueciendo por todavía, y a pesar de todo, tener esperanza.

Esa palabra que también usted tanto conoce.

No es mi esperanza ni mi deseo verlo caído. Mi esperanza es verlo de pie y que usted levante a todo este país hecho pedazos porque está cargado de odio y polarización.

Y hasta aquí termina mi carta. Una carta que quizá nunca leerá, pero me ayuda a desahogarme. Imagino usted a veces también necesita desahogarse.

Tiene usted todo para ser más feliz de lo que ya es: Una esposa que lo ama y cuida, e hijos que usted adora…

Usted tiene a dos nietos que son su luz… trabaja en un palacio y tiene una finca.

Y además es presidente.

¿Qué más le hace falta para estar en paz ?

¿En qué puedo ayudarle como mexicana?

Es cuanto.