Los eventos trágicos que conmocionan a las sociedades regularmente tienen un doble rostro; el que habla de las penurias, dramas, efectos negativos que propiciaron; también el aprendizaje, las acciones, reflexiones y nuevas acciones que buscan prevenirlos. Así ha sido.
El terremoto que tuvo lugar en la ciudad de México el 19 de septiembre de 1985, que despertó a muchos con el movimiento de la tierra, generó también una movilización social que contrastó con la lentitud de reflejos de un gobierno pasmado frente a la tragedia. Detonó reconstrucción de viviendas, nuevos reglamentos encaminados a evitar los desplomes que habían ocurrido en distintas edificaciones, la rehabilitación de infraestructura hospitalaria, especialmente la del Centro Médico Nacional siglo XXI, entre otros aspectos.
Entonces, la sociedad se reconoció en su capacidad organizativa y de iniciativas, descubiertas con el fenómeno sísmico que desbordó la lentitud del desplante burocrático; la energía puesta en movimiento formó parte de un hallazgo que desde entonces ha permanecido y toma distintos cauces.
En el pasado, uno de los ejemplos más impactantes de los cambios detonados ante grandes tragedias, se derivó del tremendo terremoto ocurrido el primero de noviembre de 1755 en Lisboa, Portugal; gigantes del pensamiento universal como Goethe y Voltaire dejaron testimonio del impacto ocasionado por ese fenómeno de la naturaleza; no tiene desperdicio lo que dijo el célebre autor de Fausto en sus memorias, que refieren su etapa de la niñez “…No dejaron, a propósito de ellas, de extenderse los espíritus religiosos en consideraciones; los filósofos de prodigar razones consolatorias, y los curas, de sermonear, exhortando a la penitencia. Tantas juntas hicieron que la atención del mundo se concentrase por una temporada en aquel punto (…) Dios, el creador y conservador de cielos y tierra, que la explicación del primer artículo de la fe nos define tan sabio y bondadoso, no se había acreditado de modo alguno de paternal al sacrificar en la misma catástrofe al justo y al injusto (…) sabios y eruditos no podían ponerse de acuerdo sobre el modo como semejante fenómeno debía ser enjuiciado.”
En el cuento “Cándido, o el Optimismo”, Voltaire refiere el hecho trágico “…sintieron temblar la tierra bajo sus pies; el mar se levanta hirviendo en el puerto y rompe los navíos ahí anclados. Torbellino de llamas y cenizas cubren las calles y las plazas públicas; las casas se desmoronan; los tejados se derrumban sobre sus cimientos, y los cimientos se dispersan; treinta mil habitantes de toda edad y sexo quedan aplastados bajo ruinas…”
El siglo de las luces, el de la razón, encontró en esa fatalidad un argumento más para que las grandes mentes dieran nuevas bases para detonar el desarrollo de la humanidad, y que se expresaron, entre otras fructíferas expresiones, en la revolución francesa; entre tanto, Lisboa se levantó de los escombros con mejores métodos constructivos, a pesar de los diezmado de su población y con impulso encaminado a la moderación del orden religioso. Por su parte los católicos inscribieron en el calendario el 1 de noviembre como día de conmemoración de todos los santos, lo que significó un intento de respuesta a los sucesos.
Ahora, la pandemia del coronavirus, muy a pesar de los estragos que ha dejado en México, al grado de ubicarlo como un país con los más altos índices de muertes a nivel mundial, no parece generar una reacción que movilice al gobierno para generar mejores respuestas y superar deficiencias. Un hospital anegado por las lluvias en Hidalgo y con varias muertes por esa razón, así como la crisis de medicamentos y el incremento del gasto de los hogares para solventar la atención médica requerida, no son razones suficientes para propiciar un programa enérgico de mejora en la cobertura y en la atención médica.
Hace 266 años un temblor y sus graves consecuencias de muertes en vidas humanas, propició cambios en el mundo, hoy una tremenda crisis propiciada por un virus nuevo, con su secuela inédita de muertes, se inscribe como un fenómeno sin respuestas extraordinarias, sin capacidad de conmover los programas de gobierno, de modo que es percibido como un acontecimiento que no altera la pacífica comodidad de los planes oficiales y de su marcha indómita.