Algún filósofo, creo que Schopenhauer, dijo que inventamos la cortesía para ocultar los horrores de la conducta humana, como el egoísmo. Hasta donde estoy enterado, el mencionado pensador no añadió ninguna otra de las debilidades de carácter que nos afectan a todas las personas. Supongo que el gran pesimista alemán habría estado de acuerdo en que la cortesía además de servir para esconder el egoísmo, también es útil para aparentar que no existen el enojo, el resentimiento y la frustración ante acciones del prójimo que nos desagradan por la razón que sea.

Cortesía y cortejar son palabras que tienen el mismo origen: Las antiguas cortes monárquicas. Actualmente por cortejar entendemos enamorar, seducir y hasta hechizar. Cortesía es un sinónimo de buena educación.

Nadie es más seductor en el sistema político mexicano que el presidente Andrés Manuel López Obrador. No fue solo una cortesía, sino el reconocimiento de lo que objetivamente había pasado, cuando recientemente el presidente Joe Biden de Estados Unidos comentó que Andrés Manuel había dejado encantada a su esposa: que quede claro, a la esposa del gobernante del país más poderoso de la tierra, una mujer que durante décadas ha compartido con su marido la dicha inicua de relacionarse con líderes mundiales, lo que significa que no se deja enredar por cualquiera. AMLO no la enredó, nada más la hipnotizó con sus innegables virtudes de seducción.

Es verdad que en la política Andrés Manuel corteja como nadie. Y también, en corto, es un hombre absolutamente cortés. A diferencia de otros hombres con poder, el presidente López Obrador en la conversación no humilla ni aplasta a nadie. La cortesía es lo suyo. Sabe que lo cortés no quita lo valiente y actúa en consecuencia.

Me sorprende, entonces, que no esté siendo cortés con la Corte. Inaceptable su descortesía de no acudir al informe de la ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Norma Piña. Incomprensible que no aproveche el evento para cortejar a ministros y ministras que suelen no estar de acuerdo con él.

Es verdad, Andrés Manuel está enojado con la Corte Suprema. No voy a discutir aquí si sus motivos son válidos o no, pero lo cierto es que no le han gustado algunas sentencias de la cúpula del poder judicial. Todos y todas en algún momento nos enfadamos cuando las cosas no salen como lo deseamos. Pero, para que no se nos note el mal humor, precisamente para eso se inventó la cortesía. Y el arte de cortejar desde luego surgió para convencer a quienes no piensan como nosotros de que vale la pena que nos hagan caso.

Todavía puede Andrés Manuel acudir al informe de la presidenta de la SCJN. Ojalá lo haga. No perderá nada; todo lo contrario, ganará.