Tercer aniversario en el poder

El presidente Andrés Manuel López Obrador (llamado “Rayo o Rayito de Esperanza” tras un discurso en el Zócalo en 2004; ya sea con fe o sarcasmo) acaba de celebrar a Zócalo lleno el tercer aniversario del ejercicio del poder presidencial. Como se sabe, realiza un gobierno con base en el combate a la corrupción, la austeridad, los programas sociales, la obra pública y la libertad de expresión, como mecanismo de la democracia, para alcanzar lo que llama la “cuarta transformación de la vida pública del país”; un planteamiento en principio teórico que busca ser praxis. Es decir, un proceso y un deseo profundo de cambio que le sucede cronológicamente a la Revolución, la Reforma y la Independencia. Tres episodios históricos de surgimiento del sentimiento o sentido nacional que anteceden al presente.

La aprobación pública, las encuestas nacionales e internacionales y ciertas evidencias palpables de ejercicio de gobierno indican al presidente que va avanzando en su propósito de inspiración democrática e histórica.

AMLO y Cosío Villegas

En el discurso referido, en las entrevistas u otras ocasiones en que ha planteado ser un “rayo de esperanza” para México, no se ha tratado de mera retórica y mucho menos demagogia; realmente lo cree. Conocedor de la historia del país, lector de historiadores y buen cazador y memorista de citas, sin duda, la del rayo esperanzador la ha encontrado en Daniel Cosío Villegas, de quien también toma el análisis de la crítica realidad social del México de mediados del siglo XX, la crisis de la Revolución Mexicana y la falta de opciones para restaurarla o sustituirla. Así como encuentra y cita públicamente frases de Hidalgo, Morelos, Guerrero, Juárez, Ocampo, Díaz, Madero, etcétera, esta del rayo ha quedado hasta ahora sin el debido crédito público a su autor: se encuentra en el brillantísimo ensayo de Cosío Villegas, “La crisis en México”, de 1947.

Otra idea citada con frecuencia por el presidente mexicano, dando el respectivo reconocimiento al autor en este caso, es cuando refiere que Cosío Villegas dijo alguna vez que “se había ido Don Porfirio pero había dejado a Doña Porfiria”; una idea con el humor y el sarcasmo característico del historiador. Se derrotó al dictador, pero a este le sucedió, acaso como herencia, la revolución-madre de la dictadura del partido único, el PRI. El dictador heredó a su señora y esta procreó al nuevo monstruo, a sus hijos y cachorros sucesorios.

Plantea así Cosío Villegas a ese decrépito matrimonio: “El Porfiriato fue un régimen unipersonal de gobierno… Lo que se ha llamado la Revolución Mexicana, a la inversa, no fue nunca un régimen unipersonal de gobierno y desde hace unos treinta años se ha venido despersonalizando, hasta el grado de perderse la noción misma del caudillo”.

Y le llama Doña Porfiria a la Revolución “para dar a entender que si bien los gobernantes han sido, en efecto, personas distintas, todas proceden de una sola madre, señora de una fortísima personalidad que ha troquelado indeleblemente a su nutrida prole”. (Artículo en Daniel Cosío Villegas. Imprenta y vida pública. Compilador, Gabriel Zaid, FCE, 1985; no tengo a la mano el libro, sólo una versión mutilada en PDF, pero se puede inferir por los datos que es posterior al famoso ensayo).

Pero, ¿por qué se mostraba tan crítico, tan molesto el historiador miembro de la llamada “Generación de 1915″? Porque había exhibido desde 1947 el declive, el fracaso de la Revolución Mexicana, la desviación, el incumplimiento cabal de los objetivos originales. Y porque no hallaba en la oposición –el PAN- la solución, la alternativa a los problemas serios del país: “La crisis proviene de que las metas de la Revolución se han agotado, al grado de que el término mismo de revolución carece ya de sentido”. Y fue así porque quienes tenían que hacerla realidad –los revolucionarios surgidos del pueblo-, fallaron, “todos sus hombres han resultado inferiores a las exigencias de la Revolución… el país ha sido incapaz de dar en toda una generación… un gobernante de gran estatura… de los que verdaderamente merecen pasar a la historia”; es decir, un hijo del proceso revolucionario (“La crisis en México”; marzo de 1947; ya sabemos que Cosío no quería mucho que digamos a Lázaro Cárdenas, así que no lo considera del todo).

“Ha sido la deshonestidad de los gobernantes revolucionarios, más que ninguna otra causa, la que ha tronchado la vida misma de la revolución mexicana”; establece el fundador del Colegio de México, otro concepto, que es una realidad, usado como base de su política por el presidente AMLO.

Y lo establecido por Cosío ya había sido manifestado por Cárdenas en una nota del 22 de febrero de 1941: “Tuvo la Revolución hombres que no resistieron la tentación dela riqueza, claudicaron de sus principios, perdieron la vergüenza y se volvieron cínicos” (Obras. I-Apuntes 1941-1956; UNAM, primera edición, 1973).

La Revolución logró derrocar al dictador e imponer la no reelección como principio político esencial, para desterrar los asomos dictatoriales de nueva cuenta, logró establecer la idea de que el interés de la mayoría de la población debía prevalecer sobre la minoría, es decir, la democracia. Además, en específico, logró la Reforma Agraria, activó el movimiento obrero y el sentimiento nacionalista. Y sobre todo, desde mi punto de vista el mayor logro, la educación federalizada bajo la guía de José Vasconcelos.

No obstante, esos beneficios fueron truncos. Al dictador siguió la hegemonía del partido único (que llegó a la corrupción e incluso al crimen para mantener el poder); es decir, Don Porfirio y su heredera, Doña Porfiria. Porque Madero, dice Cosío, logró destruir el Porfiriato pero no creó la democracia. Calles y Cárdenas acabaron con el latifundio pero no crearon la nueva agricultura mexicana. Y al gran Vasconcelos lo perdió la ambición política; en vez de perseverar en la tarea revolucionaria, transformadora de la educación nacional prefirió la vulgaridad y el ostracismo (“Si Vasconcelos hubiera muerto en 1923, habría ganado la inmortalidad”; afirma Cosío, ¡y aun así es tan grande el toque de inicio del “Ulises Criollo”, que se le celebra como gigante!).

Y la alternativa a la crisis mexicana de mediados de siglo tampoco podía ser el Partido Acción Nacional creado en 1939 como oposición reaccionaria a Lázaro Cárdenas. Cosío vio su mediocridad y fracaso futuro desde muy pronto: “No cuenta… ni con principios ni con hombres… Acción Nacional se desplomaría al hacerse gobierno”. Y vaticina viendo el fracaso de los revolucionarios y su maridaje con los conservadores: “las diferencias entre la Revolución Mexicana y los partidos conservadores pueden ser tan insustanciales, que estos pueden colarse en el gobierno no ya como opositores, sino como parientes legítimos”. Y se cumplió. Daniel Cosío Villegas vislumbró, al menos desde 1947, al PRIAN.

La salida: El rayo de esperanza

Si ya a mediados del siglo XX el país se encontraba en una crisis de credibilidad política, de logros sociales y económicos, ¿cuál era la solución? Con el tiempo se agravaría el asunto. Pues no sólo aumentaría la corrupción, el autoritarismo político y el crimen, la crisis se extendería con el crecimiento demográfico, las necesidades urgentes, explosivas. Y con la llegada del neoliberalismo y el PAN al poder (y la vuelta del PRI en un amasiato inconfesado pero evidente), asolaría a México la violencia, la sangre, el saqueo, la pérdida de los recursos estratégicos, la disminución del orgullo del sentido de lo mexicano en un proceso decadente que aparentaba ya no tener reversión posible.

La solución tenía o tendría que venir de las entrañas del pasado histórico reciente. Ese “gobernante de gran estatura” del que habla Cosío tenía que ser un hijo de la Revolución misma, no uno inmediato ni un cachorro, uno tardío. Uno de esos que pare una madre increíblemente ya pasados los 50 años, el hijo número 18 o 21. Así tendría que ser la inoculación de Don Porfirio en Doña Porfiria; al grado de poder superar a los hijos y cachorros perdidos por la ambición, la corrupción, el desinterés social, el egoísmo, el crimen. Uno que restaurara a la realidad la posibilidad extraviada del paraíso terrenal.

Cuando López Obrador discursea sobre la regeneración de la vida pública de México, está hablando de una idea de Cosío Villegas sin citarlo. Sin duda (lo ha leído con tanta frecuencia y aun admiración, que Enrique Krauze advierte esa “limitante” en las obras escritas de carácter histórico de López Obrador). Y acaso al leer al historiador haya concebido en algún momento ser ese hijo menor bueno, restaurador, amante del pueblo. Y acaso haya imaginado ser la encarnación de la restauración, la regeneración de México. Y por eso se planteó, tras “internalizar” el concepto (ese verbo tan chocante y que como alumno oí muy frecuentemente en la Facultad de Ciencias Política y Sociales; un psicologismo), encarnar, ser el rayo de la esperanza; un rayito, para el pueblo.

Puesto que la situación era crítica, grave, la Revolución había dejado de ser inspiradora, sus hombres e hijos inmediatos habían agotado su autoridad moral y política, y la derecha comprometida con intereses no populares y su escasa preparación no eran la vía, ¿qué hacer? “¿Qué remedio puede tener, entonces, la crisis de México?”. Esto es lo que dice Cosío Villegas al final de su ensayo:

“El único RAYO DE ESPERANZA –bien pálido y distante por cierto- es que la propia Revolución salga una reafirmación de principios y una depuración de hombres. Quizás no valga la pena especular sobre milagros; pero al menos me gustaría ser bien entendido: reafirmar quiere decir afirmar de nuevo y depurar querría decir usar sólo a los hombres puros o limpios. Si no se reafirman los principios y simplemente se los escamotea; si no se depuran los hombres y simplemente se les adorna con ropitas domingueras o títulos…, entonces no habrá en México auto regeneración, y, en consecuencia, la regeneración vendrá de fuera, y el país perderá mucho de su existencia nacional y a un plazo no muy largo”.

Indagando para elaborar este texto, leí un artículo donde se registra que, en 2002, López Obrador, como jefe de gobierno de Ciudad de México, hizo publicar el clarividente ensayo de Cosío Villegas. Desconocía el dato, entre otras razones, porque además de leerlo y releerlo en Ensayos y Notas I (Editorial Hermes. S. A.; 1966), lo había leído y sintetizado durante mi servicio social en la FCPyS en su publicación original, la revista Cuadernos Americanos).

Lo que dijo AMLO en 2004 y lo sucesivo fue: “Estoy consciente que represento, junto con muchos mexicanos, hombres y mujeres, un rayo de esperanza; la posibilidad de una sociedad mejor, con menos desigualdad social y más justicia y dignidad”. Agrega la pluralidad de hombres y mujeres, pero el concepto del rayo de esperanza es un claro mensaje que hace propio, que “internaliza”.

El rayo esperanzador, restaurador y regenerador provendría, según Cosío Villegas, de la heredera de Don Porfirio, Doña Porfiria, la Revolución. ¿Llegará a ser AMLO ese gran hombre de altura que piensa Daniel Cosío Villegas? ¿Será el rayo de esperanza que México ha necesitado? ¿Es AMLO el hijo tardío de Don Porfirio y Doña Porfiria?

Héctor Palacio en Twitter: @NietzscheAristo