“En la política, una de las cosas que no se debe hacer es el ridículo”. Eso lo ha dicho muchas veces un genio de la política, el presidente Andrés Manuel López Obrador.

La gloriosa candidatura presidencial prometida por Marcelo Ebrard ya es, de plano, el parto de los montes. ¿Qué debe entenderse por eso del parto de los montes? Cito a la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes: “Significa cualquier cosa insignificante y ridícula que sucede cuando se esperaba algo grandioso e importante”.

Qué pena, pero el estadista Ebrard terminó en esto que él mismo difundió en TikTok:

Antes de ese video, AMLO pensaba que Ebrard era una de las dos personas más dotadas para la política en su equipo. La otra, en opinión del presidente López Obrador, es Claudia Sheinbaum —conste, subrayo lo de es y no utilizo lo de era como en el caso de Marcelo, ya que Claudia no ha hecho nada para decepcionar tan feamente a Andrés Manuel.

Cuánto debió haber lastimado al presidente de México el ridículo que hizo Marcelo Ebrard al dejar que cierto brujo le hiciera una limpia.

Desesperado porque no ha crecido en las encuestas —cada día está más lejos de la líder, Sheinbaum— , Ebrard le perdió el miedo al ridículo.

El canciller no está controlando la ansiedad generada por la carrera de las corcholatas. De ahí que recurra a hechiceros.

Ojalá Marcelo se tranquilice. La ansiedad puede ser peligrosa, sobre todo porque una de sus manifestaciones es la barriga creciente, que como bien sabemos con demasiada frecuencia provoca padecimientos físicos. Me consta, algunos médicos me han dicho que mi exceso de peso no es saludable.

No sé si mi comentario sea gordofobia. Lo he hecho con buena intención y desde luego con autocrítica. No olvido que en la pandemia los epidemiólogos y los infectólogos consideraban como factor de riesgo de mortalidad a las panzas abultadas —sí, como la de Marcelo y la mía—.