Todo se pudrió en la sucesión de 1994. Al entonces presidente Carlos Salinas de Gortari se le salió lo las importante que debe cuidar un presidente, máxime en el anterior sistema político mexicano, el del PRI partido hegemónico/de Estado.

Salinas se equivocó en las formas y en el fondo, en los nombres y en los hombres. De haber sido Camacho Solís el ungido puedo asegurar que México se habría ahorrado cientos de miles de muertes violentas, la crisis de 94/95 y la obscena deuda pública que supuso el mega rescate bancario (Fobaproa) que seguimos y seguiremos pagando por sabrá quien cuántos años más.

Todo lo anterior y el acelerado intento de instrumentar una transición democrática, que obviamente y al carecer la entonces oposición de cuadros lo mínimamente decentes y preparados para gobernar (basten los ejemplos de Vicente Fox y Felipe Calderón) solo tuvo cómo resultado la apertura de la caja de pandora.

Desde 1997, no es que la cúpula priista ya no escogiera a los candidatos a todo cargo de elección y que, tanto romántica como ingenuamente, se creyera eso de que los ciudadanos elegiríamos; no señores, los grandes electores pasaron a ser el dinero (con las motivaciones más sucias y corrientes detrás) y los despachos de publicidad sin escrúpulos. Los famosos poderes fácticos, pues, por encima de un Estado al que pretendían aniquilar, salvo en las partes en las que pudiera servir a esos intereses particulares. Ahí es que uno de los pilares del lopezobradorismo sea el separar poder político del económico, cosa que solo se ha logrado, así sea de forma (aún) muy tímida.

¿De que ha servido la famosa alternancia en la vida cotidiana de todos los mexicanos? ¿Que mejoras reales en nuestra vida diaria podemos enumerar después de 1997 a la fecha en comparación con los años anteriores? Muy pocos, me atrevo a decir ninguno en positivo y sí por muchos en negativo. La llegada a los ayuntamientos y gubernaturas de auténticos sátrapas, los más solo elementos ávidos de dinero, cuándo no es que títeres de empresarios corruptísimos y/o miembros del crimen organizado que les deben sus cargos por el dinero invertido en sus campañas; es decir, la gente, al último en la escala de prioridades.

Que si Andrés Manuel López Obrador llegó a la Presidencia de manera democrática, es cierto, que si su gestión encauzó el rumbo de una nación envilecida por las tóxicas políticas neoliberales, también es cierto; que si logró revertir la situación de soberanía energética para México, desde luego, que sentó las bases para un Estado con un piso mínimo social para los desfavorecidos logrando por primera vez en muchas décadas revertir los índices de pobreza, también, y no son los únicos logros de la denominada cuarta transformación.

¿Pero saben algo? El mismo sistema anterior y su naturaleza y funcionamiento se abrían encargado de eso, muy probablemente e incluso habrían llevado a AMLO a la Presidencia, y baste señalar que en el año 2000 ya el PRI había puesto en sus estatutos ‘candados’ a los tecnócratas, para que no accedieran tan fácil a la candidatura a la Presidencia, de ahí que el candidato de ese año haya resultado de nuevo un hombre de Estado, como lo era Francisco Labastida. Pero ganó lo peor que le pudo suceder a México que fue Acción Nacional, que entre otras linduras aumentó exponencialmente la desigualdad y acabó con casi ocho décadas de innegable paz social.

Todo se reduce ahora a que los ciudadanos salgamos a elegir entre inmundicia A, inmundicia B, inmundicia C e inmundicia D, con el “sorpresivo” resultado de que, ¿qué creen?, gana las más de las oportunidades, precisamente LA INMUNDICIA. De ahí que cada proceso electoral lo que nos deje sean asesinatos y más asesinatos, en este proceso de 2024 van más de 20 aspirantes a cargos de elección popular ya muertos de forma violenta y los que aún faltan. ¿O algo yo no entiendo y la gente goza de un inmenso y estúpido placer al acudir a las urnas en familia a votar uno que otro día domingo, o es que los mexicanos somos tan estúpidos como para no darnos cuenta de todo lo anterior aquí expuesto?