Más allá del fondo ideológico, la remoción de las estatuas de Fidel Castro y el Che, fue una jugada política magistral que catapultó a Alessandra Rojo de la Vega al centro del debate público.
Aunque es un acto de intolerancia simbólica, con el que en lo personal puedo no estar de acuerdo, su estrategia de choque en la era del populismo fue un golpe maestro que dio casi un nocaut al oficialísimo y a los acuerdos partidistas “opositores”.
Rojo de la Vega marca agenda
Desde entonces, sus declaraciones han provocado reacciones de alto nivel, desde la presidenta de la república, la secretaria de la mujer, hasta la propia jefa de gobierno; Alessandra no solo consiguió generar atención, sino imponer narrativa. En política, eso pesa más que mil discursos.
Este no fue un movimiento aislado. La alcaldesa de Cuauhtémoc ha desplegado una combinación de acciones simbólicas y medidas concretas que proyectan ambiciones mayores.
Utilizó una táctica muy conocida por la 4T: apelar al pueblo, polarizar con símbolos y actuar desde lo local para desafiar al poder nacional. Solo que, esta vez, fue una figura opositora quien usó ese libreto… Y lo hizo mejor.
En términos llanos, una jugada maestra para posicionarse y pasar del populismo a la oposición eficaz.
Su ascenso no empezó con las estatuas
En campaña supo capitalizar el hartazgo hacia el llamado “Monrealato”, denunciando cómo la familia de Ricardo Monreal se había perpetuado en el control de la demarcación por más de una década. Usó esa narrativa para presentarse como relevo generacional y ético frente a una dinastía política desgastada.
Cuando su triunfo fue anulado inicialmente, denunció un intento de imposición por parte del sistema político. Esa postura le granjeó apoyos tanto de opositores como de sectores críticos dentro del mismo oficialismo.
Ya en el cargo, Alessandra ha actuado con rapidez y decisión.
Entre sus acciones destacan:
Instalación de un gabinete con perspectiva de género, el primero de su tipo en la alcaldía.
Denuncias de corrupción por más de 360 millones de pesos durante la administración anterior.
Descubrimiento de dispositivos de espionaje en su oficina al inicio de su mandato.
Implementación del programa “Cuauhtémoc construye paz”, con operativos de seguridad, control de franeleros y mayor inversión en patrullaje.
Intervenciones en espacio público con acciones de bacheo, limpieza, arborización y mejoramiento urbano.
Pero, más allá de la gestión local, su mayor virtud política ha sido provocar reacciones del poder central y de Morena. En plena polémica por el retiro de las estatuas, fue invitada a foros sobre memoria histórica y espacio público e incluso propuso subastarlas para destinar los recursos a mejorar el parque Tabacalera o transformarlas en homenaje a heroínas mexicanas.
Aprovechando la visibilidad, vinculó la reacción oficial con un intento por desviar la atención de temas nacionales incómodos: la presunta relación de Adán Augusto López con el crimen organizado, la ineficiencia del Tren Maya, la deuda pública creciente, la refinería que no refina y el AIFA como símbolo del fracaso logístico.
“Supongo que los protegen porque son de Morena”, declaró. Y no solo habló: señaló directamente a gobernadores morenistas con presuntos vínculos criminales. Tocó nervios. Movilizó opiniones.
Se metió en donde otros callan
Alessandra no solo actúa como alcaldesa: ya lo hace como jefa de gobierno. Ha comenzado a construir una narrativa de liderazgo metropolitano que, por ahora, carece de competencia seria. La oposición está debilitada y falta de liderazgos y el oficialismo capitalino carece de una figura con fuerza que le dispute espacio público y protagonismo mediático.
Algunos la cuestionan por polarizar, por tocar símbolos culturales y ejercer una oposición confrontativa. Y sí, quizá la desaparición de las estatuas fue una oportunidad desperdiciada para resignificarlas. Pero su acción no fue improvisada. Y su impacto fue profundo.
Mientras los partidos que la postularon titubean, ella ha superado el corsé partidista. Ya no depende de estructuras, porque su figura crece por méritos propios.
La 4T, que en 2024 apostó por sabotear candidaturas opositoras fuertes en la capital, hoy enfrenta una realidad: no tiene a un Andrés Manuel en campaña, ni cómo detener una narrativa que la está superando.
Hoy Alessandra Rojo de la Vega es la única figura con proyección real rumbo a 2027. Y lo logró sin alianzas oscuras, sin encuestas maquilladas, sin rodearse de incondicionales. Lo logró marcando agenda, señalando lo que otros callan y, sobre todo, actuando donde otros solo opinan.
Tal vez sea cuestionable en la forma, pero acierta en el fondo. Y eso, en política, es más que suficiente. ¡Vaya!
X: @diaz_manuel