You promised the world and I fell for it<br>I put you first and you adored it<br>Set fire to my forest<br>And you let it burn<br>Sang off-key in my chorus<br>'Cause it wasn't yours<br>I saw the signs and I ignored it<br>Rose-colored glasses all distorted<br>Set fire to my purpose<br>And I let it burn<br>You got off on the hurtin'<br>When it wasn't yours, yeah<br>(Me prometiste el mundo y te creí<br>Te puse primero y te encantó<br>Prendí fuego a mi bosque<br>Y lo dejaste arder<br>Canté desafinado en mi coro<br>Porque no era el tuyo<br>Vi las señales y las ignoré<br>Gafas de color rosa distorsionadas<br>Prendí fuego a mi propósito<br>Y lo dejé arder<br>Te bajaste en el dolor<br>Cuando no era el tuyo, sí)<br>

Selena Gómez

Después de un largo periodo en naranja (que en la práctica fue un verde esmeralda), la CDMX y el Estado de México vuelven a semáforo rojo por Covid-19. Demasiado tarde; demasiado poco.

Queremos negarlo (los gobiernos los primeros), pero siempre hay costos resultantes de la tibieza. En lo personal, sí; mucho más en lo público.

Durante semanas, meses de hecho, se negó la realidad de aplicar medidas forzosas. Unas pocas, las mínimas, que bien estructuradas hubiesen sido fundamentales y habrían marcado una diferencia. Luego, encima de que esto no se hizo, se tuvo reticencia en aceptar la nada ideal (eso no se discute) necesidad de llevar el semáforo una vez más al color rojo. Tan claro como que desde el Buen Fin se permitió la actividad total.

Y todavía la semana pasada, cuando ya era inminente el cambio del color, la política ganó sobre la prudencia.

Desafortunadamente, a los gobernantes que nos rigen (y aquí no caben distinciones de color) les falta oficio. No entienden —y me temo no lo harán nunca— que en la administración pública a menudo sucede que NO aplica el refrán “más vale tarde que nunca”. O no lo saben o hacen como que no lo entienden, pero no por ello deja de ser una verdad indiscutible.

En otras palabras, nuevamente, en la esfera de lo público al igual que en lo privado, hay cosas que cuando se quiebran ya no se pueden arreglar. Deja de haber un punto de retorno.

Entender esto es lo que marca la diferencia entre un buen y un mal gobernante.

Así, la paradoja estriba en que, a estas alturas, cambiar el semáforo a rojo en lugar de prestar algún tipo de ayuda o apoyo solo logrará empeorar la ya de por sí caótica situación nacional.

Tan solo en la Ciudad de México se calcula que al menos 10 mil empresas cerrarán de forma permanente luego de estas fechas, pues no habrá forma de que puedan aguantar otra temporada sin ventas; la única época del año en que los negocios podrían, ya no se diga ganar, pero al menos no perder en el balance final y obtener una bocanada de oxígeno para sus miles de empresas y sus respectivos empleados.

Hubo un momento en que sí se tuvieron que haber implementado medidas más estrictas.

Es casi imposible pensar que ninguna autoridad contempló las posadas y demás fiestas, reuniones y convivios decembrinos que se venían; en las compras y actividades que se darían en esta época. Sin embargo, meses antes estas actuaron como tal. Como si no las consideraran.

Por ello, un semáforo epidemiológico en rojo a estas alturas también resulta en medida demasiado tardía para los más de 117,000 muertos que ya se contabilizan y desesperada para los miles de negocios que deben volver a asumir las ocurrencias de las autoridades sin tener/contar el respaldo de las mismas. ¿Se han dado cuenta ustedes que a la fecha no hay un solo programa integral gubernamental de emergencia para el apoyo a medianas y pequeñas empresas? Repito: hay cosas que, cuando se quiebran, ya no es posible arreglar.

Nos encontramos, entonces, con que es altamente probable que esta medida dura, después de la tibieza probada, no sirva absolutamente de nada.

Y es que el momento para asestar un zape “al niño”, esto es, a la población y ARRAIGAR medidas de prevención entre los ciudadanos predicando con el ejemplo, fue antes. Pero el “hubiera” no existe.

El arte de gobernar, estimados lectores, lectoras, es saber cuándo establecer las limitantes adecuadas, y nuestras autoridades no supieron o no quisieron hacerlo. Ahora ya es demasiado tarde, pues los ciudadanos —valga la alegoría— ya se “malcriaron”, esto es, ya se confiaron.

Los políticos de nuestro país (pasados y presentes, pero resulta que la pandemia les tocó a estos últimos) no entienden que el arte de gobernar es sopesar costos y asumir las responsabilidades. Todo lo demás en la función pública es tan solo decoración.

Hoy, encima de todo esto, debemos también preguntarnos: ¿en base a qué estudio, análisis, prospección se llegó a la decisión de que estas nuevas medidas se implementarían durante tres semanas, esto es, hasta el diez de enero?

Garrafal error de planeación. ¡El momento que ameritaba (por cuestiones familiares y de la economía nacional) relajar un poquito era ahora, entre el 18 de diciembre y el 10 de enero!

El saber gobernar es conocer cuando tomar decisiones necesarias, por impopulares o alejadas de ideología que estas sean. Representan un costo —sobre todo para el gobernante—, sí. Pero este solo se multiplica cuando la decisión no se toma en el momento adecuado.

La desidia, falta de información y miedo presentados que llevó a que este viernes se cambiara el semáforo en el Valle de México a rojo únicamente demuestran una cosa: que no hay oficio de parte de los gobernantes en México. Que nunca lo hubo.

Unos por miserables, otros por tibios y por no imponerse. El gobierno es un bastión de ineptos.