“Hoy voy a cambiar<br>Sacar a luz mi coraje<br>Entregarme a lo que creo<br>Y ser siempre yo, sin miedo<br>Bailar y cantar por hábito<br>Y ver claro en vez de oscuro<br>Desarraigar mis secretos<br>Dejar de vivir, si no es por vivir la vida<br>Que grita dentro de mí, mi libertad”.<br>

Lupita D’Alessio, ‘Mudanzas’

“Sólo una vez volaron<br>con las alas unidas:<br>el día del amor,<br>el de la epifanía.<br>¡Se juntaron en una<br>sus alas enemigas<br>y anudaron el nudo<br>de la muerte y la vida!”.<br>

Gabriela Mistral

Al afirmar —sin prueba alguna— que ha habido un gran fraude y que el triunfo de Joe Biden en los comicios presidenciales de los EEUU es resultado de un esquema fraudulento generalizado que involucra los votos por correo, Donald Trump socava la democracia norteamericana en un último esfuerzo para afianzarse en el poder.

La estrategia de Trump es bastante peligrosa sobre todo porque muchos de sus seguidores creen firmemente que el resultado aún se puede cambiar; con certeza algunos consideran, incluso, que si los medios legales no son suficientes, se debe llegar al uso de la fuerza.

Este peligro fue advertido hace ya días por muchas prominentes personalidades estadounidenses; entre ellas los ex presidentes Barack Obama (demócrata) y George W. Bush (republicano), numerosos legisladores y políticos, incluyendo reconocidos partidarios del presidente Trump quienes ahora ya de plano han decidido abandonar el barco que se hunde.

El senador Lindsey Graham, un aliado cercano de Trump y republicano acérrimo, ha enviado una clara señal en defensa de la democracia. Mitt Romney, senador republicano de Utah, fue uno de los primeros defensores de la aceptación de Biden como ganador.

Desde el día de las elecciones más de 20 congresistas republicanos han apoyado abiertamente a Joe Biden. Y a la larga, el presidente saliente se quedará con el apoyo de unos pocos partidarios, si no es que solo. Pero no aún...

¿Por qué algunos republicanos le siguen apoyando? Sencillo: no se olvide que Trump consiguió 72 millones de votos y muchos de quienes votaron por el saliente presidente también lo hicieron por ellos mismos, esto es, por sus propias causas e ideales. En ese sentido, tienen al menos que demostrar algo de “entusiasmo” para salvar su reputación a los ojos de sus votantes, así como conservar su apoyo para próximas elecciones.

Pero todo eso no hace más que abonar a un juego político —uno muy peligroso— para Estados Unidos.

En una democracia, gana quien obtiene el mayor número de votos, así la diferencia sea de uno solo. Y si bien Biden en ese sentido rompió los récords de sufragios a su favor en la historia electoral norteamericana (lo que lo hace el ganador absoluto), deberá tomar en cuenta a todos los que votaron por su oponente, que fueron menos pero una cifra tampoco nada despreciable.

Ello solo nos regresa al punto medular de esta discusión: el ganador de la contienda presidencial norteamericana es Biden. Y, ante esa realidad, él será quien tome posesión en enero.

“El tiempo ya lo ha dicho”: Trump debe entonces hacer sus maletas, abandonar la Casa Blanca y mudarse a Florida.

Aquí en México, la mudanza necesaria de Trump también debería de estar marcando otras mudas y cambios requeridos en la política binacional y al interior de la SRE.

Empezando porque a Estados Unidos francamente poco le importa que nuestra cancillería mande al director para América del Norte a tratar de enmendar la necedad de no felicitar a Joe Biden, como lo dio a conocer ayer “Templo Mayor” en el Reforma.

A lo anterior, esperemos que se trate tan solo de un falso rumor lo que apunta La Política Online en el sentido de que Ben Rhodes, ex asesor en asuntos internacionales de Obama, asegura que Marcelo Ebrard envió operadores territoriales a Texas para movilizar el voto latino en favor de Trump.

Ojalá que el gobierno de México, la Secretaría de Relaciones Exteriores en particular, no se confunda. Para los norteamericanos lo importante son los canales institucionales, y máxime hoy poder reafirmar su confianza en la única mexicana que desde antes de la visita de López Obrador a Washington, D.C. buscó que nuestro presidente se reuniera también con los demócratas.

La persona que siempre mantuvo el balance, y la prudencia ante todo, en la relación con ese país. Que en diferentes momentos de su estadía diplomática en la capital estadounidense ha demostrado su simpatía hacia los demócratas.

La funcionaria que, cuando se supo del irreversible triunfo de Biden, pidió que Andrés Manuel le felicitara. La misma a quien dejaron sola y sin documentación oficial alguna para “explicar” lo inexplicable y decir que López Obrador aún no quería felicitar a Biden.

Martha Bárcena, la embajadora de México en Estados Unidos es la única funcionaria del gobierno mexicano a quien en estos momentos escuchará el equipo de transición del presidente electo. Su ejemplo es el que debe seguirse en la 4T toda.

Así, la mudanza de Trump no es la única necesaria. Tanto en la SRE como en Palacio Nacional es momento de que muden propuestas, resentimientos, modos y formas ante la realidad que se vive en los Estados Unidos y que se avecina para con nuestra relación con ellos.

Ya no es una cuestión de tiempo, como aún sugiere Trump al intentar estirarlo al infinito.

Biden tiene una ventaja absoluta en los colegios electorales (306 votos) y también en el voto popular. Ha empezado a hacer el trabajo de transición y, de igual forma, la política estadounidense empieza a mudar en la forma en que encara la migración, el medio ambiente y, sí, también la economía.

No hay excusa que valga para que nuestro gobierno federal no entienda que los tiempos han cambiado producto no de otra cosa, sino de la votación de la población en el vecino país.

Las mudanzas han comenzado, los tiempos ya están rebasados. Momento de tomar decisiones; los errores empezarán a ser pagados.

Hoy hay que cambiar. Ver claro en vez de obscuro.