"Se puede ser infiel, pero no desleal."<br>
Gabriel García Márquez
No soy amiga de Lilly Téllez, pero la conozco y tengo con una ella una relación buena, cordial y respetuosa. En lo político tenemos una coincidencia fundamental: ¡ni la senadora ni yo estamos simpatizamos con la ideología de Morena y de la 4T!
Lilly, sin embargo, a pesar de no estar de acuerdo con este partido, aceptó ser una de sus candidatas al Senado en 2018. ¿Por qué lo hizo? En el mejor de los casos, por el deseo –compartido por muchas personas– de que voces distintas a las tradicionales se escuchen en el poder legislativo y construyan un mejor futuro para el país. Otra posibilidad, que no creo sea el caso de la senadora Téllez, es que ella se sumó al carro ganador en Sonora, el morenista, por ambición de llegar a un cargo de elección importante.
Sea lo que fuere, y lo digo con toda la buena fe de la que soy capaz, Lilly Téllez ganó la elección de senadora gracias al trabajo realizado durante una década por dos hombres con verdadera trayectoria política: el primero, Andrés Manuel López Obrador, quien hace dos años tenía –no la ha perdido– una popularidad insuperable, más que suficiente para hacer ganar a cualquiera que le acompañara en las candidaturas secundarias; el segundo, Alfonso Durazo, quien dedicó más de un lustro de su vida a crear, hacer crecer y consolidar el movimiento de AMLO en Sonora. Ninguno de los dos merecía lo que Lilly ha hecho: irse a apoyar al PAN en el Senado. Eso no es traición, es algo todavía más triste: deslealtad.
Es verdad, a la senadora Téllez la trataron mal algunos integrantes de Morena –llegaron al conflicto, sobre todo, por el tema del aborto, que Lilly rechaza y que está en la agenda legislativa del partido de izquierda–, pero ni el presidente López Obrador ni su secretario de Seguridad, Durazo, le faltaron al respeto o intentaron callarla. De hecho, en el asunto de la interrupción del embarazo, es un hecho que Lilly no leyó correctamente a Andrés Manuel, quien no quiere que se legalice en todo el país, y no se ha legalizado, en parte quizá por convicciones religiosas personales, pero sobre todo porque está convencido de que el pueblo de México, mayoritariamente católico, rechaza el aborto.
Lo que sea, quienes invitaron a Lilly Téllez a ser senadora –e hicieron posible que lo lograra– , AMLO y Durazo, no merecían lo que políticamente es un golpe bajo.
No es ilegal lo que ha hecho la senadora Téllez, llevar lo mucho o poco que represente al partido que es el principal enemigo de Morena, el PAN. Por supuesto que no hay ilegalidad alguna. Eso es algo, nada más, desleal, sobre todo con Alfonso Durazo, quien probablemente buscará la gubernatura de Sonora. Tampoco violó las leyes al separarse de la bancada morenista y estar de independiente. De hecho, en mi opinión, así se hubiera quedado si lo que requería urgentemente era marcar sus diferencias con la 4T. Pero ya el segundo paso, pues eso simplemente no está bien, no se hace, no se vale,
¿Se sumará Lilly Téllez, ya como senadora del PAN, a un frente con el priista Ernesto Borrego Gándara para enfrentar a Alfonso Durazo en la antes mencionada entidad? Nada se lo impide, pero —por ella misma— ojalá se abstenga: su historia en la política apenas empieza a escribirse; no vale la pena que el primer capítulo se titule con mayúsculas: “DESLEALTAD”.