Este nuevo ritmo ya todos lo saben<br>Y ya todos dicen qué suave, qué suave<br>Este nuevo ritmo ya todos lo saben<br>Y ya todos dicen qué suave, qué suave<br>Es la boa<br>Es la boa<br>Es la boa<br>Es la boa<br>Ahhhh<br>Ya los locutores, lo saben, lo saben<br>Y los periodistas, lo saben, lo saben<br>Ya los ingenieros, lo saben, lo saben<br>Todos los del poli, lo saben, lo saben<br>Ya todos los pumas, lo saben, lo saben<br>Todos los rebeldes, lo saben, lo saben<br>Los que están oyendo, lo saben, lo saben<br>Los que me faltaron, lo saben, lo saben<br>Y la santanera no sabe, no sabe...<br>

La Sonora Santanera

El debate está servido. Que si es legal o ilegal (esto último evidentemente no es), distractor, cortina de humo, documento real o ficticio. Nada de lo anterior constituye el asunto medular sobre lo cual reflexionar. Y no lo es porque aquellas cosas carezcan de importancia. No, nada de eso. Lo que ocurre es que hay una cuestión central que debe considerarse y que se ha dejado pasar de largo.

Andrés Manuel, el más votado, el más querido, el que ha de transformar a México, está agotado, frustrado y confundido. Solo así se entiende la fuerza que le otorgó a “la BOA” en su espacio particular y favorito del día.

Desconozco si el asunto del documento lo fabricó el propio gobierno federal o no. Lo que sí resulta claro es que esto ha dado pie a que percibamos una frustración por parte de la autoridad al ver cómo la 4T nada más no avanza.

También refleja cansancio. Ya sea por el arduo ritmo de trabajo este año y medio de gestión, o porque el titular del ejecutivo abrió demasiados frentes demasiado pronto, o porque no está pudiendo barrer las escaleras de arriba abajo, o porque al final sí aceptó el crédito (la deuda) del Banco Mundial por más de 1000 millones de dólares, o porque los números de López-Gatell son cifras de una realidad alterna, o simplemente porque gobernar al final de cuentas no ha resultado tan fácil.

A todo esto agreguemos que López Obrador ofreció y estableció —para bien o para mal— la posibilidad de ratificar o revocar su mandato en el 2022. Ello ha generado una especie de ambiente preelectoral adelantado; pareciera que la experiencia de estar encerrados por la pandemia ha dado una dimensión extraña al tiempo. Pocos se han dado cuenta (incluido el propio presidente) que para esa fecha fatídica aún faltan dos largos años.

Sea porque esté exhausto, dolido o con ganas de volver a las giras política, este es el momento que tiene López Obrador para convocar a la unidad nacional con absoluta seriedad.

Un simple bulo, un libelo, cobró una importancia inusitada. Si fue planeado por la oposición o si fue creado en el mismo gobierno, no pudo ser distinguido por alguien que sabe perfectamente cómo se arman estas cuestiones. ¿Por qué mencionarlo, entonces? Pareciera que algo le ha herido en su amor propio.

Evidentemente, el documento en cuestión es una babosada; solo proporcional a la actitud tomada por López Obrador. Por lo cual, en un solo día, el mandatario federal pasó de ser considerado un cuasi dictador —por parte de la alicaída oposición—, a convertirse en la botana nacional. Ha desbancado a Peña Nieto y sus cotidianas estupideces, lo que ya es decir mucho.

Pero el papel de hazmerreír no va con el de presidente de la República. Como, por cierto, tampoco el de una figura dictatorial. Y justamente por ello es que este momento bochornoso puede (y debe) convertirse en la oportunidad para que el presidente AMLO haga un alto en el camino y se dé espacio para la reflexión.

Tiene dos opciones: o, como mandatario y líder de la nación, da el primer paso para la conciliación y unión nacional, a las que el resto de los actores debemos sumarnos; o bien, de hoy en adelante se va a dedicar a actuar de remedo de un ser “autoritario” que gestione tonteras como la aquí referida.

Y que quede claro que conciliar no trata de la chacota diaria de ondear la bandera de la paz (su pañuelo) para, acto seguido, descalificar a todos los que no opinan como él, llamar a definirse a favor o contra de la Cuarta Transformación o señalar a supuestos fifís, conservadores, neoliberales y corruptos. Supone buscar coincidencias entre unos y otros, e intentar construir —a partir de eso— una nueva relación de trabajo.

Irónicamente, la mejor carta de AMLO sigue siendo él mismo; esto es, utilizar a López Obrador para arreglar su falta de comunicación. Él es quien debe de optar por una verdadera reconciliación, siendo el primero en proponerla y adoptarla.

Este episodio que inició como una tontería y terminó con una rechifla generalizada debe ser el punto de quiebre para que el presidente comprenda cuáles han sido los resultados generados en lo que va de su gobierno.

AMLO se encuentra ante esa encrucijada. Y si bien es más fácil apostar por el encono y por la bravata barata, es necesario aceptar, de una vez por todas, que solo de manera conjunta se podrá salir adelante.