El temblor de 2017 difirió del de 1985 por una cosa muy simple: la comunicación, aunque al parecer, el triunfo del hombre sobre las distancias, no ha servido de mucho, porque que los entendimientos siguen igual de lejanos que antaño.
Quienes nacimos a mediados del siglo pasado, podemos recordar con suma facilidad que hace 32 años no existían los celulares. Esa simpleza, borró los cuadernos que se compraban para registrar las llamadas a los teléfonos convencionales. Cosa de llegar a la casa para preguntar “¿Quién nos había llamado”?
Podemos recordar que no había celulares, ni WhatsApp, ni facebook, ni Twitter, ni Dish, ni Netflix, ni muchos de los adelantos en telecomunicaciones de hoy en día.
Ya para 1985, la computadora personal existía, pero su potencia era poco menos que conocido y la gente que tenía una, era escasa, mientras que la computadora de escritorio, era de un solo color, generalmente verde fosforescente, de grandes dimensiones, de poca capacidad de memoria y lenta.
Con el tiempo, todo evolucionó y la rapidez, la capacidad de almacenaje y leer la mayor cantidad de programas se volvió la meta de las grandes corporaciones dedicadas a estos temas.
Ya con el internet que paulatinamente fue puesto a disposición del público, se dio la simbiosis entre rapidez y acortamiento de las distancias. Al principio no determinó la ruptura de la familiaridad entre los seres humanos, pero quizá saber que cualquiera está a la mano, nos interrumpe la cotidiana comunicación.
Los programas de texto marcaron una era en la comunicación. Con el paso del tiempo, nos sorprende reconocer que las nuevas generaciones prefieren “textear” que marcarse al teléfono y hablar. Algo mágico debe tener el uso de los dedos en los pequeños teclados digitales que, aunque nos duela, bien que sirven de vía efectiva para la comunicación.
Pero reconozcamos que la imaginación debe jugar un rol preponderante porque nos obliga a recordar la cara de nuestro interlocutor a través del movimiento de los dedos sobre las teclas.
Las redes sociales fueron creadas sin saber los efectos sociales ni económicos que provocarían. Soy un convencido que ni el creador de facebook, ni Twitter previeron la revolución que se daría en todo el mundo con este nuevo modelo de compartir información.
Hoy, para bien, la comunicación es inmediata en cualquier parte del mundo y para cualquier ciudadano.
Pero también el abuso de estos nuevos mecanismo de la comunicación, se repiten con mucha facilidad. Esto los vuelve peligroso, incomodo e incluso, en ocasiones poco eficaces porque comunica falsedades.
La denostación hacia los políticos sin que exista prueba alguna, ofensas, críticas a las preferencias sexuales, calumnias insustanciales a la gente y el uso de información a la ligera, insisto, se ha vuelto una constante. Es feo reconocer que lo más fácil es esconderse en el anonimato que permiten las redes sociales para herir y hacer daño.
Todos hemos sabido de casos donde muchachas de corta edad han sido engañadas y que de pronto las vemos en las redes sociales en cuestiones de suma intimidad.
Eso es intolerable.
Umberto Eco sostuvo que de haber existido la internet, el holocausto de Hitler no se hubiera realizado, porque la comunicación de esa atrocidad la hubiéramos sabido al instante.
Pero en contraste, también dijo que las redes le han dado la palabra a una legión de imbéciles.
La educación en la era digital debe ser vigilada por los padres, porque la simple idea que la comunicación ya es un arma de cuidado. Basta con reconocer los desafíos mortales a que los jóvenes se someten hoy en día por medio de la comunicación digital, para saber el peligro que significa no incidir en la educación de este tipo.
Y sí, estamos avanzando en materia de tecnología de la comunicación a pasos agigantados, pero vamos muy lentos para crear la educación que este nuevo tipo de disciplina exige.
Y sí, tiene razón Eco.
Las redes le han dado voz a los patanes.