Si en este momento entraras a una prisión, reúnes a todos los internos, y preguntas: “¿Quién es inocente?” Te aseguro que todos levantarán la mano.

Rosario Robles, cuya “Estafa Maestra” se investigó periodísticamente y se publicó mucho antes de que la señora fuera “entambada”, es tan culpable que (salvo el “chayotero” Ciro Gómez Leyva) nadie en su sano juicio la defiende.

Sin embargo, suponiendo que fuera inocente, debería estar encerrada nomás por lo divertidos que resultan sus intentos por escapar de su celda, provocando felices momentos de sano esparcimiento a la banda, que siempre se agradecen, sobre todo en estos pandémicos y depresivos tiempos.

La “verdadera” licencia de manejo que echaron debajo de la puerta de sus abogados (y que le resultó contraproducente, pues no aclara por qué antes había entregado a las autoridades una licencia falsa), la “trágica” noticia de que no pudo asistir a la boda su hija priísta (quien al matrimoniarse, irónicamente también perdió su libertad), y hasta ahora, la mejor de todas sus excusas: que por favor la dejaran salir, para que ayudara México en la lucha contra la pandemia “con su experiencia” (como si no supiéramos que su experiencia consiste en clavarse lo ajeno).

Ahora acaba de publicar una carta escrita a mano en un cuaderno rayado, donde se dice “rehén” (probablemente los 30 millones de pesos que les encontraron a un de colaboradores del priísta Osorio Chong, en agosto del 2019, eran para pagar su “rescate”. Ni modo, mala suerte).

Trabajar como abogado de Rosario Robles debe ser como trabajar de guionista de Xóchitl Gálvez, quien se esfuerza en se comediante, a pesar de que tiene la misma gracia que Peña Nieto cuando baila.

Será rehén, pero de sus abogados, quienes, con tal de sacarle dinero, seguramente la tendrán bien guardadita, al revés de algunos policías que prefieren tener criminales sueltos, siempre y cuando se mochen con su cuota de seguridad.

Mientras no salga del bote, sus abogados de alguna manera deben desquitar su salario, ya sean dándole de comer a su caballo “Marte”, haciendo su fajina, llevándole tortas de caviar los días de visita y, por supuesto, inventar formas para sacarla de su celda, como su última carta, que hará bulto con sus anteriores intentos fallidos por generar la más mínima simpatía, pues el pueblo no olvida que no tan solo robó, sino que les robó a los pobres, cuando tuvo en sus manos los programas sociales. Una carta que no conmueve en lo más mínimo y cuya única verdad es la marca de cuaderno: Norma, impreso en las hojas.

Robarle a los pobres es tan ruin como robarle a tus trabajadores, tal y como lo hizo Panchito González, a los más de 200 trabajadores que nos obligó a firmar renuncias y robar finiquitos, en Milenio. Ese tipo de robos sin imperdonables.

Sin poder salir a robar, probablemente “Chayito” se aburra, sin embargo, no creo que se la pase tan mal como los rehenes de verdad; o al menos, dudo que la alimenten con galletas y refrescos, chatarras que repartió a los pobres, en su dichosa “cruzada contra el hambre”.

Yo le recomiendo que, para que no se aburra, aprenda a cantar. En una de esas sale y se convierte en una nueva estrella de The Voice.