El tema de la violencia y el maltrato en los centros educativos es actualmente uno de los problemas sociales más preocupantes. El fenómeno está tan generalizado que se han realizado diversos foros y conferencias al respecto, lo que resulta indicativo de la creciente preocupación que hay en muchos países (incluyendo los desarrollados) por este asunto.

La violencia escolar puede ser entendida como el producto de actos intencionales y sistemáticos que se convierten en un daño o amenaza. Desde este punto de vista, las conductas agresivas dentro de la escuela no se reducen a acontecimientos de violencia física, sino que se trata de abusos de poder por parte de personas más fuertes en contra de otra o de otras más débiles.

Estos abusos pueden ser verbales o surgir de la exclusión o la marginación de algún individuo o un grupo y de las actividades normales de un colectivo escolar.

Pero ¿Qué genera la violencia escolar? Existe un amplio consenso entre los investigadores y el público en general acerca de la naturaleza multicausal de la conducta violenta que manifiestan los adolescentes en las escuelas. Cualquier abordaje preventivo y/o de intervención de estas conductas debe asentarse necesariamente en la identificación y evaluación de cuáles son los factores de riesgo responsables del inicio y el mantenimiento de las mismas.

Hay evidencia que señala el temperamento como factor de riesgo; es decir, los adolescentes poco controlados, a veces irritables e impulsivos, son propensos a externalizar problemas de conducta en la infancia o más tarde en la adolescencia o edad adulta y por tanto asumen actitudes desadaptadas o violentas.

Otro factor de riesgo es la inteligencia limitada y un pobre logro escolar, los cuales se presentan como importantes predictores del comportamiento violento. Estudios longitudinales señalan que la baja inteligencia verbal, el bajo rendimiento académico, la falta de habilidades para resolver problemas y las pobres aptitudes sociales tienen que ver con el desarrollo de comportamientos violentos.

Factor de riesgo destacado es la desintegración familiar, muerte de alguno de los progenitores, separación de los padres, cambio de residencia, los conflictos entre padres y violencia doméstica.

Sin embargo, en recientes investigaciones, se ha puesto de manifiesto otro factor de riesgo denominado “pobre desarrollo moral” que presenta un adolescente que comete conductas violentas en la escuela.

Es necesario hacer notar que este aspecto moral de los adolescentes, es una cuestión relevante para la sociedad actual y el sistema educativo donde no se ha tomado en cuenta con la debida seriedad. En este sentido, la escuela y la familia tienen como función, la promoción de la educación integral de las personas, donde queda incluida la formación en valores y el desarrollo moral.

No obstante, la crisis de valores de las sociedades occidentales, ha puesto de relieve la necesidad de buscar cambios efectivos en los programas curriculares educativos. Dichas modificaciones deben ir encaminadas a otorgar a la educación moral, mayor importancia de la concedida hasta el momento.

La moralidad, en su sentido amplio; consiste en pensar y actuar rectamente y hacer el bien; el “bien” es en este caso el bienestar para todos, esto es, tanto para sí como para los otros. La diferencia entre “lo que uno debe hacer” y “lo que uno no debe hacer”. Es punto y aparte de la religión, aunque por ignorancia se confunden. La educación moral entrenaría a los alumnos a hacer “lo que uno debe hacer”, pero ¿Cómo generar esta reflexión en las aulas? Efectivamente, el profesor(a) juega un papel muy importante como modelo y facilitador en esta reflexión al igual que los padres de familia.

Hay evidencia empírica que sustenta que los adolescentes agresivos que son educados moralmente disminuyen sus conductas agresivas. Es importante el dato para que las autoridades educativas del Estado generen programas de intervención que contemplen este aspecto seriamente.