Con rasgos similares a la polarización ideológica emergida de la segunda guerra mundial a mediados del siglo pasado, que marcó la agenda internacional por más de 40 años; así, en lo más profundo de la “politización” de las principales problemáticas de nuestro país -que no son pocas y menores-, la frivolidad, el oportunismo y las temerarias declaraciones de quienes aspiran a competir en el proceso electivo del año 2018 han confinado al análisis y las propuestas serias y viables para erradicar los males endémicos de México en el baúl colectivo del abyecto fanatismo, e intentando normalizar la rancia visión maniquea propia del caudillismo anacrónico.

Con ostensible rusticidad, se han disfrazado las ansias desmedidas de poder con populismo; se han trocado la seriedad y el debate con simplismos y poses pseudoideológicas; y se ha deformado la vocación de servicio con ocurrencias y  chambismo; institucionalizando la justificación y disolviendo la responsabilidad política.

La “posverdad” domina el ambiente, la ineptitud gubernamental fragua el divisionismo en una sociedad cada vez más reticente de los políticos y sus partidos, de su credibilidad y su discursivo ambiguo. Hemos llegado a tal extremo, que ahora sólo es cuestión de una estratagema mediática para sembrar el encono entre los ciudadanos mal informados y someter al contrincante a los neotribunales tecnológicos (redes sociales) para la persecución de la huidiza verdad. ¡Claro! Es de interés nacional saber de primera mano si López Obrador dijo “Cállate o que te vaya bien”, pero de ninguna manera conocer y exigir su responsabilidad al endilgar a las fuerzas armadas la comisión de delitos.

Lo realmente importante ahora transmuta en lo superfluo. Un “Nuevo Modelo Educativo” -alejado de la realidad en infraestructura escolar y capacitación docente, que plantea a casi un año de concluir la administración federal y posterior a una reforma constitucional: una reorganización del sistema educativo y de sus políticas públicas”-, es subyugado del interés nacional por la diatriba mediática entre el puntero en las encuestas presidenciales y el efímero Gobernador de Veracruz.

Un gobierno federal reactivo, inmerso en escándalos de corrupción y con una política de justificación y nulo consenso; una propuesta política de izquierda “progresista y democrática”, que en casi 30 años sólo ha tenido, y al parecer así continuará, dos candidatos presidenciales; y una derecha oportunista que ha sustentado su “plataforma” electoral en el denuesto sin oficio ni beneficio al enemigo de coyuntura; son caldo de cultivo para una inminente polarización en la sociedad mexicana de mayor escala que la del año 2006.

La doble moral, el mensaje infructuoso y el descrédito de quienes aspiran a gobernar el país son prolegómenos de 2018 que no auguran un desenlace prometedor para nuestro país, sea cual sea el resultado electoral.

Existen en mi opinión, dos escenarios probables pero ambos, invariablemente, desembocarán en un ambiente de polarización en detrimento del desarrollo nacional:

1.El arribo del populismo al ejercicio gubernamental, que mediante acciones totalitarias, políticas clientelares y vendettas personales, divida aún más, una sociedad segmentada por el clasismo y la mala distribución de la riqueza, y

2.Una alianza fáctica entre quienes son beneficiarios del status quo en pos de una ficticia “estabilidad” de la nación, que despertará al México dolido por la indiferencia de las autoridades y ofendido por el enriquecimiento de unos cuantos.

El panorama resulta preocupante para los años por venir. Lo que queda es exigirle a la partidocracia y a los políticos sin partido -que no independientes- claridad en sus propuestas; que dejen de ser partidos (o candidatos) “atrápalo todo”, que la derecha no sea progresista, que la izquierda deje de aliarse con la derecha, que la social democracia no sea mera narrativa, que los ecologistas no trafiquen con reservas naturales, que los de centro no sean de izquierda discursiva y de ultraderecha selectiva. La indefinición está abriendo el umbral tricotómico: populismo-radicalismo-fanatismo.

Si la clase política quiere hacer algo por su país, que sea la definición en sus aspiraciones y su claridad de ideas viables, institucionales y democráticas sobre el futuro de nuestra nación. Señores políticos: hagan patria.