Hay cuando menos dos perspectivas básicas del fenómeno underground, de lo que está debajo, lo soterrado, lo marginal. El plano geográfico y el psíquico o conceptual. El primero, una ubicación, el segundo, una condición. El cruce entre ambos es, por supuesto, posible. La referencia se hace aquí, sobre todo, al ámbito artístico y cultural de la ciudad de Nueva York, aunque bien podría extenderse a otros.

1. Geografía de la ciudad. La estructura y la arquitectura urbana crean simultáneamente a su construcción, como consecuencia necesaria, una entidad subterránea que transcurre por túneles, vías del metro y tren, bajo los puentes, los canales y alcantarillas, las catacumbas. Esta dualidad ofrece lo que está arriba y abajo. Si lo de arriba se conoce como vida ordinaria, lo otro tiene que ser ineludiblemente extra-ordinario.

Este primer acercamiento establece, aparentemente, una drástica diferenciación entre el mundo establecido sobre la superficie y los agrestes espacios subterráneos. En este sentido, todo lo bajo es underground; lo que se propone aquí como lo soterrado.

2. Sistema de estrellas. Lo no soterrado se expresa arquitectónicamente en teatros, salas de concierto, cines, auditorios… Obedece a ciertos criterios y patrones como la imagen, la fama, el estrellato. Es un mecanismo riguroso al cual se accede no solamente por talento sino por las conexiones, las influencias, las relaciones públicas, la herencia. Quien posea estas cualidades artístico-político-admistrativo-hereditarias, será –hablando de Nueva York- quien actúe en los teatros de Broadway, en el Lincoln Center, Carnegie Hall, en los escenarios más prestigiados que cuentan con un alto presupuesto tanto privado como público. Como excepción, existe el genio, pero en general, quien aspire a este sistema deberá portarse bien, ser buen-chico-chica, no contravenirlo sino muy por el contrario, aspirarlo, reproducirlo, alimentarlo. A veces, para quienes sin recomendaciones ni capital tras de sí suspiran por ese estrellato, será necesario lo que se dice en inglés, “to kiss ass”, al menos una de ellas. Y sin garantía.

3. Expresiones. La condición de los artistas soterrados es contradictoria. Muchos la viven con convicción, gustosamente, otros como necesidad e inclusive asumiéndola como la única opción posible; algunos más, con amargura.

Quienes han transitado el subterráneo de Nueva York, han experimentado las vivas expresiones que van de lo sutil a lo extravagante en una atmósfera donde impera el bullicio y el estruendo de las vías: mímica, bailes, folclore, ópera, cuerdas, metales, percusiones y ritmos frenéticos… Es tal la variedad, la “oferta” artística subterránea, que desde 1985, la Metropolitan Transportation Authority ha generado un programa exitoso el cual, aun en ese mundo bajo, demanda un mínimo de calidad y originalidad: Music Under New York. Se efectúan audiciones periódicas en la Grand Central Terminal y un grupo de “expertos” autoriza formalmente a un reducido número de artistas el derecho de actuar en las principales intersecciones del sistema. Cientos de músicos-actores-payasos-danzantes de innumerables nacionalidades se someten a la prueba. Indefectiblemente, muchos de quienes serán rechazados romperán con esa “legalidad” -¿qué es el resultado de una audición, después de todo, sino la percepción relativa de quien juzga?-, y de cualquier manera ofrecerán su show en los túneles a cambio de algunas monedas y pocos billetes de no más de un dólar.

3’1. Una variante de los desterrados del sistema de estrellas transcurre también al nivel de la ciudad, en las calles, plazas y autobuses. Corresponde al sentido de la marginalidad no soterrada geográficamente, pero sí conceptualmente. Y es que la expresión artística, independientemente del nivel de formación o ejecución, florece cotidianamente, a todas horas, y se explaya arriba o debajo de la ciudad. La exclusión de la formalidad no impide al artista vivir el sarcasmo y la ironía -idealmente vaciado de amargura- y, con ello, asumir tácitamente una condición “marginal” que tampoco le impide la expresión liberada al fin de ese sugestivo corsé de la formalidad al cual se ha aspirado alguna vez. La realidad material condiciona, ubica, el humanismo como experiencia personal, libera. Y en libertad, se crea.

Cuando el sistema de estrellas expulsa o el artista no aspira o se autoexilia del mismo, se abren las posibilidades (quizá sin reflectores, pero no necesariamente, pues el internet ha democratizado la comunicación). Afortunadamente, la expresión artística soslayada por el sistema no es ignorada por el público circulante de la geografía soterrada o el escenario marginal de los pequeños grupos de danza o teatro, pintores, lectores de poesía, etcétera, e inclusive el propio aire de la radio. El mundo underground es absorbido con todos los sentidos tanto en su expresión física como conceptual.

3’2. Underground Mexicans. Los mexicanos también participan del mundo bajo. Como se sabe, la mayoría de los inmigrantes realizan labores cotidianas de carga y limpieza. No deja de sorprender entonces, durante el último decenio sobre todo, el encontrar a tríos de mexicanos, usualmente con dos guitarras y un acordeón, recorriendo los vagones del tren, cual lo harían en la ciudad de México. Tocan música principalmente norteña, corridos, quebraditas, con voces agudas y acordes elementales; visten pantalones de mezclilla, camisas a cuadro, cinturones labrados, botas puntiagudas y sombrero. Estos mexicanos marginales no forman parte de Music Under New York. Lucen tímidos, mas pese a las indeseables burlas de quienes les arremedan reproduciendo el prejuicioso arquetipo de Speedy González, se atreven a elevar la voz y su música y aun lanzan una palabra o una frase en inglés para apoyar su petición de contribuciones. La necesidad de estos músicos populares mexicanos es llevada con dignidad, pues no renuncian a su vocación sino que se sobreponen a la realidad adversa.

4. Under-underground. Con todo el interés que pueda suscitar el mundo soterrado, nada tan extraordinario en su expresión humana como las catacumbas; lo soterrado dos veces. Lo quizá verdaderamente underground: la vida de los homeless, los indigentes, pordioseros, mendicantes, viciosos, los perdidos. La existencia de quienes hacen sus vidas, aun hasta la muerte, en los túneles, en los escondrijos debajo de los puentes, las excavaciones de los subterráneos, las alcantarillas. El magnífico documental Dark Days de Marc Singer, muestra este universo asombroso que se supone fuera revelado públicamente por vez primera en el libro de 1995 de Jennifer Toth, The mole people, sobre la vida en los túneles debajo de la ciudad de Nueva York. Una leyenda escrita en los propios conductos del sistema AMTRAK de trenes señala que los indigentes fueron evacuados y provistos de habitación ese mismo año de 1995, pues significaban una suerte de afrenta y desprestigio para la ciudad. Sin embargo, un buen documental como el de Singer en 2000 y el reciente Undercity de Andrew Winder y Steve Duncan, exhiben la simulación y el alcance limitado de esta política, pues la vida continúa manifestándose allí. Como si estos topos humanos se aferraran a tal condición.

Aun esta variante posee un aliento de lo artístico como hálito espontáneo de vida. Lejos se está de una aspiración al estrellato o a la sobrevivencia con las migajas del arte. Simplemente se trata de la expresión de mujeres y hombres de las catacumbas que entonan o silban una canción, escriben o pintan la poesía espontánea en los muros. “There’s no way like the american way”, ha escrito un anónimo, algún sarcástico desterrado-soterrado-enterrado que habita los túneles del AMTRAK neoyorquino, haciendo referencia al grafiti de Chris Pape con ese nombre a la salida del tren de Manhattan hacia el norte vía River Side Park.

5. El fenómeno underground es inabarcable porque es espontáneo y de amplio espectro. Por otra parte, el cruce entre lo formal y lo soterrado se produce cuando el fenómeno artístico, natural o utilitariamente, invierte su papel. Se ha visto a “estrellas” que utilizan el espacio bajo para presentar algún disco, para hacer alguna filmación, o cuando son invitados por festivales que de ser originalmente denegados, obtienen tal nivel y éxito de organización que pese al origen y el nombre, pasan prácticamente a la parte formal del sistema; ejemplo mayor, el ya famoso The New York Underground Film Festival. Lo opuesto es  más difícil, pero suele ocurrir. Algún estudiante instrumentista, cantante o actor, quien para sobrevivir obtiene ingresos subterráneos y/o marginales –y si logra al fin superar su condición artística que obedece tanto o más a lo psíquico que a lo físico- tal vez cumpla su sueño de formalidad y estrellato en alguna sala cinematográfica o de conciertos, o un teatro de Broadway. ¿Por qué no?

Texto publicado originalmente en el número de enero de 2012 de la Revista Digital Justa: http://www.justa.com.mx/?p=33377