En la pantalla gigante del Casino está Ricardo Monreal. Yo aprieto con la mano derecha mis cinco fichas. El delegado en Cuauhtémoc está rodeado de billetes y uno de sus ayudantes los cuenta.
Ver tanto dinero en efectivo es cautivante. Cuántas veces he querido estar así, junto a la ruleta.
Pero el dinero en montones es para cierta gente. A muy pocos en este mundo los persigue la fortuna. Los demás viven en la pobreza o en la pobreza extrema.
Al ritmo que voy, enviciado en las apuestas políticas, más pronto que tarde seré un sonámbulo que busca a ciegas una última oportunidad.
Mis compañeros los apostadores ven con atención la noticia del día: Monreal ha recibido una bolsa llena de dinero, para que las cosas en su demarcación no cambien, para que todo siga igual. Él agarra el paquete y entiende que se trata de un mensaje de un dios. Ni mandado a hacer el regalito. Le han puesto en bandeja de plata una tirada política que no puede desaprovechar.
El Casino está repleto. Todos hemos venido con la seria intención de enriquecernos en uno, máximo dos segundos.
La prensa lo acorrala a Monreal y él, por dentro, ríe a carcajadas, se desarma de la risa porque sabe que ese dios ha decidido ayudarlo. Sólo son unos cuantos los elegidos. ?El niño? que le han mandado los operadores de los bajos mundos de la delegación será la palanca que lo impulsará hacia el gobierno del Distrito Federal.
El dealer del Casino también está contento, acaricia la ruleta porque sabe que puede ser una buena noche, ya que los apostadores somos proclives a los escándalos. Nos dejamos llevar por la corriente. En este caso, Monreal es una apuesta calientita.
Los clientes se agolpan a colocar sus fichas en los tres números que el Casino ha dispuesto en honor a Monreal.
En la pantalla gigante aparecen los tres números.
Monreal agarra los fajos de dinero y dice ante las cámaras que él no es corrupto, y que pondrá los billetes en las arcas de la tesorería.
Yo me ilusiono con la apuesta, porque no recuerdo una imagen en televisión más trascendente en materia anti corrupción. El dinero, en vivo, tiene la cualidad de brillar. Y si el dinero es tocado por políticos brilla más. Los políticos son una especie que pregona los manuales anti corrupción, pero en el fondo desea poseer todo el oro del mundo.
Monreal ha dado en el clavo: decide posar junto al dinero que la mafia le ha enviado para seguir operando. Sonríe, rechaza ?las viejas prácticas?, ante los reporteros.
Los demás que se ocupen de los discursos e iniciativas de ley. Él prefiere predicar con el ejemplo. Su colmillo es tan grande que no le cabe en la boca.
El dinero a través de la televisión brilla más.
La corrupción en la política es estratosférica, lo sabemos, pero por lo regular no se ve, sólo se supone, se entiende, se presume, y a veces se confirma. Cuando la corrupción se comprueba ya ha sido transformada en bienes inmuebles. Los políticos no cargan el dinero en maletas, sino en las tarjetas bancarias. Los políticos ocupan las nuevas tecnologías para desbordar sus cuentas.
Son rateros, no güeyes.
Ante el micrófono, dicen los políticos que ellos serían incapaces de robar un peso. Nadie alguna vez ha aceptado que robó. Nadie.
Bueno, sólo un presidente municipal dijo que había robado, pero poquito. Pedazo de hombre tan valiente, y tan ratero, y tan desvergonzado.
El político que roba y lo reconoce es un valiente, y un desvergonzado.
Por eso todos ocultan sus fortunas. Dicen que se trata de una herencia, que la del dinero es su hermana, su esposa, su madre.
La televisión suele transmitir los bienes que incautan a los capos. Pero en cuanto a los políticos, éstos nunca son atrapados con el botín.
El único que fue pillado fue el profesor René Bejarano. Para mí, aquél video-escándalo es la escena más emblemática del binomio política-corrupción. La recuerdo y se me enchina la piel.
Porque vemos al político embolsándose el dinero. Algo tan común, pero rarísimo para el ojo humano.
Todos aquellos que no han sido videograbados, han transformado los billetes en empresas, yates, mansiones, viajes, candidaturas, gubernaturas, presidencias. Los políticos corruptos se han convertido en prósperos empresarios con el dinero de las arcas del gobierno. Porque estoy seguro que no ha sido con su salario mensual, pues sería imposible.
Las maletas de dinero y la imagen de René Bejarano tuvieron un destinatario: la opinión pública. Porque la corrupción es el peor cáncer de la política.
Al impactar la sensibilidad de la opinión pública, con el video-escándalo, se buscaba destruir al principal enemigo del régimen: Andrés Manuel. No pongo sus apellidos porque no es necesario. Todo mundo sabe de quién hablo. Este señor es el político más conocido, él único capaz de hacer un partido político él solo, sin la ayuda de nadie.
Díganme quién más lo haría. Díganmelo.
Ya lo sé, prefieren no decirme nada y quedarse callados.
De hecho, el plan no era destruir a Bejarano, sino al Peje. Y lo consiguieron, momentáneamente.
Hoy, AMLO está de regreso, y tiene la bandera anticorrupción.
Lo que se encontró Monreal a las afueras de la delegación Cuauhtémoc no fue la bandera, sino la corrupción personificada en una maleta de dinero.
Hoy, Monreal es la imagen opuesta a Bejarano.
De su desempeño como delegado dependerá si esa noticia le rinde frutos, o queda como la anécdota de una oportunidad que no podía desaprovechar.
En este Casino, un perredista grita que ?¡Monreal violó la ley, por tratar de meter a la tesorería dinero ilícito!?. Así andan los perredistas. Así anda Raúl Flores, respondiendo tarde y mal ante los embates de Morena. Deberían ponerse de pie ante el señor Monreal, porque le ha caído del cielo una jugada maestra.
Le digo al dealer que se apure, que le de vuelta a la ruleta.
Las apuestas son una ilusión que difícilmente se convierte en éxito.
Lo sé.
De eso vivo. De eso vivimos los apostadores. De la ilusión. En realidad, todos perseguimos eso en la vida: una ilusión.
Los gritos del señor perredista me han cebado esta jugada