Planta baja

La burocracia educativa, cuando no contribuye a avanzar, es continuidad de mediocridades. Es la representación de la parálisis institucional y negación de las transformaciones. Es el símbolo nacional de la conservación de las prácticas institucionales e instituidas. Es la tradición patriótica de las trabas y la consagración republicana de las interrupciones que frenan el trabajo docente y directivo en las escuelas.

Esta burocracia es como una dictadura en el manejo oligárquico de los tiempos y los movimientos. Burocracia invertida que es experta en el oficio enviado, del acuse de recibido y del “asunto por tratar”. Es la burocracia que (des)atiende al magisterio con piel de cocodrilo. Es la antítesis de la “eficiencia” y la “eficacia”. Es el poder real, en el sentido lineal de las responsabilidades con los altos mandos, pero en sentido contrario a los intereses y demandas de las y los trabajadores de la educación.

Estos segmentos de la administración pública, tanto federal como estatal y municipal, son espacios inflexibles de una expresión de la cultura del trámite, no de atención con enfoque ciudadano. Son las rutas críticas largas (acríticas) del escritorio (físico y virtual), y de la dependencia del reglamento. Éstos forman parte de un diseño institucional que no pensó en la persona, ni consideró a la trabajadora ni al trabajador.

Burocracia que es la manifestación suprema del organigrama, referencia del código y quinta esencia del diagrama de flujo. Es como una pequeña monarquía de la gestión del tiempo retardado, del movimiento pactado (desde arriba), de la negociación simulada, de la jerarquización de los procedimientos.

En la planta baja, la burocracia educativa es la reina de los trámites administrativos a nivel del personal operativo. Ahí priva la contradicción: Son trabajadores y trabajadoras que dan la espalda a sus pares. Hoy, es una burocracia administrativa que se adapta a la ruptura con los medios personalizados y a la apertura con las nuevas tecnologías despersonalizadas.

La oficina clásica del “¿qué quiere que haga?

Ahí es donde se ejerce, como en pocos sitios, el poder gubernamental. Donde se preserva la violencia simbólica en nombre de la alta administración. Donde se gestionan los estándares internacionales del tiempo desperdiciado. Es la oficina clásica del “¿qué quiere que haga?”. Lugar donde los expertos dominan la teoría de “Aquí, así son las cosas”; de pasar la gestoría por el Arco del Triunfo; del discriminante lenguaje del “y puede ir a quejarse con la autoridad que usted guste”. En estos espacios no hay autocrítica ni errores involuntarios. Flaco favor a las iniciativas de gestión pública con sentido social.

En este piso burocrático es donde se hace pedazos a la “calidad de la educación”, y donde la “excelencia musical se toca al son que ellas y ellos quieren. Donde los conceptos eruditos sobre la “calidad” se vuelven caricatura. Donde la seriedad de las políticas públicas genera humor negro al empleado de gobierno, que doblado de la risa dice “hasta luego” al derechohabiente. Así es la burocracia de la vieja Escuela Mexicana, concebida desde los tiempos del partidazo, cimentada en la cultura del priismo, del nepotismo, el compadrazgo y los movimientos oscuros.

La burocracia del gobierno federal, la de la SEP, no cambia. Aunque cambian los gobernantes y los funcionarios públicos, el personal de base se queda. Donde las prácticas disfuncionales no ceden. Y la única esperanza de cambio se vio frustrada recientemente, porque se haría sólo cambio de domicilio… pero ese tampoco se concretó.

La burocracia central no se fue a Puebla, como lo anunció Esteban Moctezuma, quien envía burocráticos y diplomáticos saludos desde Washington. El proyecto está ahí guardado en un cajón, es decir, en una famosa oficina de las calles de Argentina. Qué ahí espere.

Primer piso

La burocracia educativa tiene rangos, nomenclatura y niveles. Hay mandos medios y superiores. Hay tomadoras y tomadores de decisiones de alto nivel y de tamaño medio o bajo. Hay secretarios, subsecretarios, coordinadores, subcoordinadores (sólo falta que existan las y los vicecoordinadores, como en la I. P., gerentes y subgerentes). También hay directores, subdirectores, jefes de departamento, auxiliares técnicos (y rudos; más de los segundos que de los primeros). El organigrama, en pleno, guiado por las prácticas gerencialistas. El mercado sobre ruedas de la calidad total.

La alta burocracia dice con sabia cortesía y una dosis de soberbia: “Dígale que es conforme a derecho”. “Dígale que eso marca la ley”. “Explíquele que la decisión es irreversible e irrevocable”. “Dígale que estoy de comisión”. “Dígale que estoy en una capacitación”. La burocracia dorada como líder; la aristocracia administrativa manda, usa el poder público.

“Es una pena, pero hoy no podré atenderla, tengo una junta importante”. “Ese asunto no es de mi responsabilidad”; “Vaya a la otra ventanilla”… La burocracia de primer piso tiene un catálogo de pretextos para no recibir a las maestras y a los maestros como lo marca la ley. El derecho de audiencia se convirtió en un desecho de solicitudes.

Hoy, para la burocracia de primer piso, en un contexto de evasión de servicios administrativos, la pandemia galopante y prolongada “les vino como anillo al dedo”.

Salida del oficio: Este piso de la burocracia educativa, cuando no contribuye a avanzar, representa un retroceso. ¿Los pisos superiores de la burocracia, la alta gerencia, cuenta con alternativas de solución ante este tipo de conflictos institucionales y sociales?

Sótano

Sin más por el momento: La burocracia sindical es administradora del silencio y de la opacidad. Es la expresión más acabada del corporativismo, del clientelismo y la subordinación interesada. Es el significado y signo institucionales de la contención (no como acompañamiento, sino como negación) de la protesta. Es el “lado B” de la transparencia y la rendición de cuentas públicas. Es el “restirador” o la mesa de trabajo donde se diseña la arquitectura de la corrupción. Es la organización gremial construida por el priismo del siglo XX para asegurar la autocomplacencia, el autoritarismo y el ejercicio de la política al servicio del poder, no a favor de las profesoras ni de los profesores. A no ser que se alineen. Así ha sido históricamente y así es hoy. Así se ha construido, por décadas, el edificio de la burocracia educativa.

Las oficinas sindicales del magisterio oficialista, en México, son percibidas como centros de control político, de mediación sin resultados, de complicidad administrativa con las autoridades y de freno a los impulsos democratizadores que provienen de las bases magisteriales. Por el contrario, en esas oficinas se ha cocinado la nueva rectoría del Estado en materia educativa.

Ahí, en el SNTE de Elba Esther y compañía, habita una burocracia repelente a la cultura pedagógica, pero habilidosa para la negociación política; dispuesta a los acuerdos cupulares; abierta a las voluntades centralistas del poder, que está capacitada para decir “no” a la educación vista desde las comunidades, siempre ausentes, ignoradas o anuladas. El SNTE, como organización, es complaciente con el poder, pero displicente con las y los docentes.

Esta burocracia es la versión parafraseada e inversa de las “leyes” de la Física: Se crea, pero no se destruye ni se transforma.

jcmqro3@yahoo.com