Quién no sabe de amor vive entre fieras;<br>Quién no ha querido bien, fieras espante,<br>O si es Narciso de sí mismo amante,<br>Retrátese en las aguas lisonjeras.<br>
Lope de Vega
Andrés Manuel no le teme a los efectos del coronavirus en la salud de todos los mexicanos o los que cimbren la economía nacional. Tampoco le importa mayormente si este mal en lo personal lo infecta o no. Lo que el presidente en el fondo no soporta es tener que compartir los reflectores con dicha pandemia.
Con la llegada de este temerario virus, comprobamos algo que ya intuíamos: López Obrador vive del aplauso y del beso; del show, de las mañaneras y de las giras. Su prioridad es ser el único que brille; lo demás está de más.
En los últimos años, el único competidor real que López Obrador ha tenido es el COVID; y es que este le quita por momentos ese lugar único que no comparte con nadie. Los reporteros le preguntan del coronavirus, la población quiere saber más sobre la infección, a nivel internacional lo cuestionan por su forma de encarar la pandemia. En pocas palabras, compite por la atención de la gente contra un virus ínfimo...
Nuestro presidente resultó tan ególatra o más que el mismísimo Donald Trump, que ya es decir mucho. Aunque hace creer que lo privilegia, en realidad no le interesa ni siquiera el proyecto de la 4T. Tampoco a quienes conforman la misma. Lo único importante para él es ser el centro de la atención de todo el mundo. Es irrelevante si para lograrlo saluda a la madre del Chapo y arma un revuelo de pena ajena en el proceso.
Los medios y formas poco importan para lograr su fin último: ser quien acapare todos los reflectores en su persona. Solo así se entiende la necesidad de mantener la mañanera aunque el resto del país esté enclaustrado, continuar las giras aunque se pida a todos no viajar, generar todos los días un lío (real o figurado), pelearse sin remedio con los empresarios, retrasarse tres semanas en declarar la emergencia nacional en el país. No importa ir contra todos ni acabar con todo si eso le reditúa ser la noticia del día. A sus ojos, todo ha dejado de importar salvo la atención que nosotros le prestemos a él.
No en balde sus informes a la nación. No lleva ni dos años de gestión y ya va por el 5° “informe”. Es irrelevante que su propio gobierno pidiera reclusión; él dará la perorata en el patio de Palacio Nacional para que, por todos los medios, siga siendo el centro del espectáculo.
¿No estar presente el día de ayer en la conferencia de salud de las 19 horas? Eso obedece a tres razonamientos: 1) “él se cuece aparte”; 2) para que, no importando lo que su gabinete instruya (de hoy en adelante), él pueda seguir haciendo lo contrario o lo que le venga en gana; y 3) para que hablemos de él, como lo hago yo en este escrito.
Una muestra más de su narcisismo absoluto es su benevolencia por los “floreros” (Olga, Marcelo, L-Gatell) que pone y quita de la palestra a contentillo; solo con ellos él brilla un poco más. Lo que es más, en México pasamos de la fase 1 a la 2 a la 3 (o de vuelta a la 1) en función no de la situación de la pandemia en sí, sino de la necesidad que tenga AMLO de reflectores y, por ahí, quitárselos o no a otros actores.
La geografía nacional es su escenario ideal, por eso no saldrá ya más del país. Sabe que solo aquí estaremos al tanto de sus ocurrencias. En cualquier otro país del mundo, serían inverosímiles y no merecerían consideración. Y lo digo por experiencia.
Llevar la contraria es su mejor forma de llamar la atención; sin cuidado le tiene tirar a su equipo, a sus seguidores y a la nación al basurero en el proceso.
Señor@s: no se confundan, no tenemos un histrión por presidente, tampoco a alguien que quiera pasar a la historia. Solo a un narciso que será tan fútil como su reflejo en el agua de un río de seis años que —por fortuna— no volverán jamás. ¿No volverán? Me retracto: es mejor no invocar al caprichoso destino, que suele divertirse con las peores puntadas sobre todo si hay pueblos que se las merecen.