Quienes han estudiado la mentira –como el español Miguel Catalán o el francés Jacques Derrida– saben que se trata de algo muy distinto al error. Derrida dijo en una conferencia que “se puede estar en el error, engañarse sin tratar de engañar, y por consiguiente, sin mentir”. Ambos basan sus argumentos en Agustín, o San Agustín para quienes prefieran así llamarlo. El señor Catalán sintetiza muy bien el pensamiento del doctor de la iglesia católica: “los hechos aquí no desempeñan papel alguno; lo que cuenta es el deseo de engañar (fallendi cupiditas) o la voluntad de engañar (voluntas fallendi)” con el único propósito de hacer daño (voluntas nocendi) con esa falsedad.
Hasta hace unos días podía pensarse que había errores de juicio en los comentaristas que no interpretan correctamente lo que cada mañana afirma Andrés Manuel. Pero el hecho de que tantos y tantas analistas distorsionen las palabras del presidente López Obrador lleva a concluir otra cosa.
Por ejemplo, en el tema de la marcha y el paro de actividades de las mujeres, a AMLO se le acusa de estar en contra del feminismo cuando lo único que dijo es que ese movimiento estaba siendo usado por gente que jamás defendió la causa feminista y que abiertamente ha combatido algunas de sus principales demandas, como el aborto o la adopción por parte de las madres lesbianas.
Son tan numerosas las personas que no solo tergiversan las expresiones de AMLO, sino que inclusive lo hacen bajo el mismo esquema de argumentación falaz –esto es, perfectamente orquestadas–, que lo único que puede concluirse es que no han caído en errores, sino que mienten para dañar.
En efecto, no se equivocan al analizar las palabras del presidente AMLO: más bien engañan al deformarlas, lo que hacen con el único fin de golpear al tabasqueño.
No sería tan grave si se tratara de un simple juego. El problema es que al agredir con embustes a Andrés Manuel, por ser el titular del poder ejecutivo en nuestro país, atentan contra México.
¿ O qué decir del pronóstico perverso sobre el Coronavirus? Carajo, la epidemia que no están pudiendo controlar las naciones más avanzadas y que afortunadamente no ha causado infortunios mayores en la sociedad mexicana, los y las comentaristas aseguran que inevitablemente afectará a cientos o miles de compatriotas y que, lo juran, no habrá nadie capaz de hacer nada por quienes enfermen. ¿En serio? ¿Por qué negarles, antes de que se presente la crisis, la capacidad de actuar correctamente a los epidemiólogos e infectólogos de nuestro sector salud? Creo que, todo lo contrario, son profesionales honestos y comprometidos; si hubiera objetividad, en vez de cuestionarlos por lo que no han hecho, se les debería felicitar porque en la actual etapa del problema han respondido con responsabilidad y eficacia. Lo han demostrado.