No es la primera vez que la comunidad estudiantil y académica de alguna institución pública de educación superior en México, rechace la presencia de grupos de “porros” en los planteles. Esta actitud de decir “Ya Basta” a la intromisión de grupos externos, violentos o no, a la vida universitaria, politécnica o normalista, se remonta a las décadas de los años 50 y 60 en la Ciudad de México.

La participación de grupos de golpeadores, introductores de alcohol y de drogas en el campus de las instituciones de educación superior, que ha sido generalmente alentada por las propias autoridades educativas, se dio por primera vez en la época en que se crearon los grupos de animación, en conjunto con la organización de equipos de fútbol soccer y fútbol americano durante esas épocas. Eso no significa, por su puesto, que las actividades deportivas universitarias carezcan de valor; no va por ahí. Simplemente las autoridades aprovecharon la emergencia de dichos equipos deportivos para sembrar, junto con ellos, la creación de “porras”. De ahí el mote de “porros”.

Los señalamientos frecuentes, por parte de estudiantes y profesores de la educación superior (en la UNAM, el IPN, la UAM, y Universidades Públicas en los estados, etc.), en el sentido de que esos grupos tenían soporte financiero y logístico de parte de las propias autoridades universitarias, no es nuevo. Por mucho tiempo el gobierno federal y los gobiernos estatales han alentado y patrocinado la presencia de este tipo de grupos de “choque” en las instalaciones educativas, para lograr de manera deliberada el control y conservar el “orden” entre los miembros de la comunidad, especialmente de estudiantes y académicos.

Por ello, no ha sido gratuita la denuncia, que se ha expresado durante décadas, en la cual se indica que las propias autoridades educativas y políticas crearon la división artificial entre estudiantes de la UNAM (los “Pumas”) y los estudiantes politécnicos (los “Burros Blancos”), como parte de una supuesta confrontación deportiva, que se buscó extender hacia la subcultura escolar, los lenguajes cotidianos y el corpus de la identidad institucional.

Antes, durante y después de 1968, estas mismas denuncias fueron planteadas por los estudiantes, tanto de la UNAM como del Politécnico, que lucharon no solamente contra las decisiones autoritarias y represivas del Gobierno de la República y del Distrito Federal, sino que también lo hicieron contra los grupos de “porros” que actuaban como “supuestos representantes” del alumnado al interior de las escuelas nacionales de educación superior.

Un antecedente acerca de la lucha de los estudiantes politécnicos, contra las “porras”, se registra en la siguiente referencia: “…en 1950, organizados en la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET) —entonces ligada al Partido Popular de Lombardo Toledano—, los estudiantes realizan su segunda huelga. Jugadores del equipo de futbol americano, —adiestrados militarmente por el general Piña Soria, entonces jefe del Estado Mayor Presidencial, y azuzados por su entrenador, el padre Lambert— “se enfrentan a los huelguistas en verdaderas batallas campales”, recuerda Roberto Robles García, en ese tiempo presidente de la FNET”. (1)

La historia de la participación interesada de grupos de “porros” diseminados en las diferentes instituciones de educación superior en México, ha sido una constante, con subidas y bajadas, durante los últimos 50 años. Desde 1968 la FNET fue rebasada y desconocida por el movimiento estudiantil, debido a sus prácticas clientelares, antidemocráticas y a sus vínculos con el poder político. Ese año la dirección del movimiento se cohesionó en torno a la emergencia del Consejo Nacional de Huelga (CNH). Por lo tanto, la sobrevivencia de los grupos “porriles”, en distintos momentos de la historia reciente, se dio al amparo de la Secretaría de Gobernación federal, o de las Secretarías de Gobierno en algunas entidades federativas.

“Hasta ese entonces, el término ‘porro’ no era utilizado como sinónimo de golpeador, recuerda Francisco Ortiz Mendoza, dirigente durante diez años de la porra del Politécnico, ex presidente de la FNET y dirigente del PPS. Según él, la porra, como tal, nada tenía que ver con la violencia, por lo contrario, apoyó los movimientos estudiantiles. En efecto, el clásico grito de “huelum” es una derivación de la palabra huelga, que los estudiantes gritaban en sus marchas y movimientos, recuerda Víctor Chambo, creador del himno politécnico y primer porrista del Instituto, en el libro Semblanza histórica del IPN”. (misma fuente)

La semilla del “porrismo” estaba sembrada, sólo había que darle su debido mantenimiento: “Ortiz Mendoza afirma que la porra empezó a corromperse a partir de que el presidente (Adolfo) López Mateos empezó a proporcionarle apoyo, con la sana intención, aclara, de competir deportivamente con la UNAM, que para ese entonces —dice— ya utilizaba golpeadores como porristas. Los años que precedieron al movimiento del 68 fueron una época negra para el Politécnico, según el estudio “Relaciones Estado-IPN, en 1968”, de Raúl Álvarez Garín. Repartir volantes era actividad clandestina sancionada con la expulsión automática. Fueron los años de auge del equipo de Jesús Robles Martínez, delegado sindical en la ESIME y después secretario general del SNTE, quien junto con los priistas Alfonso Martínez Domínguez y Rómulo Sánchez Mireles, encabezaron una etapa de “corrupción extrema”, en la que sobornaba a los jóvenes delegados de la FNET mediante fiestas con abundante comida y mujeres. De hecho, el envilecimiento de la FNET en esa época incubó al actual “porrismo organizado”. Por ejemplo, Luis Alcaraz Ugalde, entonces dirigente de la Federación y auxiliar de la Secretaría General del IPN, impulsó al humilde estudiante Alfonso Torres Saavedra, “El Johnny”, hasta convertirlo en capitán de tribuna de la porra oficial, en 1966.”… Así continúa el reportaje publicado por la Revista Proceso: “El movimiento del 68 interrumpió el proceso del “porrismo” y destruyó por completo a la FNET. Sin embargo, tras de la represión del movimiento, ninguna organización arraigó, los comités de lucha quedaron dispersos y sin representatividad”.

Como se puede desprender de ese interesante texto, la presencia de los “porros” en las instituciones de educación superior no es una cuestión que se haya desatado recientemente, sino que ha formado parte de la historia misma de tales instituciones, cuyas autoridades se han hecho cargo de la sobrevivencia de esos grupos, a través de diversos intercambios “de favores”.

La actual situación por la que atraviesa la UNAM, con la presencia de grupos “porriles” violentos, así como de la delincuencia en distintos planteles es, en efecto, una responsabilidad, por comisión o por omisión, de las altas autoridades universitarias, pero también es un asunto que compete a los gobiernos federal y local.

A reserva de realizar un análisis más amplio y profundo sobre los hechos ocurridos en la explanada de Rectoría, el 3 de septiembre, y sobre la magna manifestación estudiantil de rechazo a los “porros”, del 5 de septiembre de este año, por el momento me planteo una pregunta: ¿Éste será el inicio de la desaparición definitiva de los grupos gansteriles y de la delincuencia que operan dentro del campus?

(1) Homero Campa y Rodrigo Vera (1987) Revista Proceso.

https://www.proceso.com.mx/147405/golpean-amedrenta-comparten-el-poder

jcmqro3@yahoo.com