Resulta indudable que  Andrés Manuel López Obrador, candidato presidencial fue el ganador del debate pasado. ¿Por qué razón? Muy sencillo, porque simplemente ahora no fue el mismo de las otras ocasiones. Es decir, no llegó a guardar silencio ni tampoco a soportar la metralla de golpeteo de sus oponentes, como de forma errónea lo hizo en el primer debate. Fue diferente, porque en esa coyuntura del domingo pasado, su actitud cambió, ya que, no nada más contestó los ataques, sino que acometió a sus rivales políticos.

Les cambió toda la estrategia a sus adversarios, Ricardo Anaya y José Antonio Meade. Porque seguro ellos esperaban que AMLO iba a volver a ser el costal de siempre, al que le pegarían con todo y a placer. Pero cuando recibieron como respuesta el primer latigazo, al señalarles la corrupción que representan, entonces con ello habrán de haber sentido que el rostro les ardió como si un chile habanero les restregaran en una herida. Además, al ver la actitud muy segura de AMLO, reflejaron como se les desencajó su rostro, les cambió el semblante en desconcierto. Evidentemente  que ello se debió a la impresión recibida que no esperaban.

Mientras que ellos trataban de exhibirse como muy expertos y lucidores al exponer sus propuestas en materia de comercio exterior y lo relacionado con  la problemática migratoria, cuestionando como furibundos a Donald Trump, AMLO,  de manera sencilla y clara, planteaba sus propuestas que resultaban ser realistas y atractivas, posiblemente necesarias por las circunstancias desventajosas en que actualmente nos encontramos ante el vecino país del norte.

Anaya, en sus intervenciones no  cesaba en adoptar un estilo histriónico, desde luego falso, como seguramente lo es él, pretendiendo mostrarse como muy hábil y espectacular polemista, pero que la realidad es que se le percibe vano y vacio. No convence. Se movía innecesariamente a lo largo y ancho del estrado, queriendo llamar la atención, con una intervención corporal exagerada, que más se asemejaba a un show musical que  a un debate presidencial.

Pero sobre todo, es que sus desplantes iban a niveles imprudentes, al  acercarse con toda intención a muy corta distancia a donde estaba situado AMLO, como queriéndolo provocar para que perdiera los estribos, situación que para su mala suerte, AMLO ni se inmutó, y por el contrario, se mofó de él al mostrarle la cartera y a la vez esconderla como para que no se la fuera a robar y al referirse a Anaya como “Riky Rikillo” y hasta “canayin”.  Así que, con esto, el dizque joven maravilla, se le cayó la máscara y quedó como un verdadero fantoche y charlatán, al que se le notó la irritación que todo ese estilo tan peculiar en el que tanto se esmeró, simplemente le resultó  fallido.

Así que, AMLO ganó el debate, no porque sea un brillante polemista, lo ganó porque sus propuestas dan certeza, y tal pareciera que son aceptadas por las mayorías de ciudadanos. Lo ganó porque ahora no se dejó apabullar ni de un tecnócrata como lo es  Meade, ni de un exhibicionista estridente como lo es Anaya, y menos aún de un Bronco al que durante el debate ninguno de lo otros participantes tan siquiera lo volteó a ver. Pero  AMLO ganó el debate, porque la gente así quería verlo que contestara, que no se quedara callado y sobre todo que no pusiera la otra mejilla. Lo veremos.

Pálida tinta: La venganza en contra de Carmen Aristegui quieren completarla, ya que no obstante de haber soportado el peso permanente del Estado en todas sus arbitrariedades, como punto final del régimen actual, la quieren ahora condenar a pagar un daño moral inexistente, todo ello por haber tenido la valentía periodística de dar a conocer lo simbólico de la corrupción, que fue la casa blanca.