En este Casino, todos los políticos apostadores seguimos el Tercer Informe con mucha atención. En resumen, hay un dato a destacar, el más relevante de todos:
El Presidente, por fin, aceptó que incurrió en un conflicto de interés. Es lo mejor que pudo hacer: llevar el tema a este día tan especial. Dijo que en México la Casa Blanca ha generado molestia e indignación. Y dijo que el señalamiento es hacia él. Dijo que es un hecho que molesta y perturba, tanto como la fuga de El Chapo o como la masacre de Iguala.
Cuando esto se escuchó en el Casino hubo una gran algarabía. Como si la clase política aquí presente se hubiera quitado un peso de encima. Los aplausos no se hicieron esperar. Las bellas edecanes repartieron vino de cortesía.
En las pantallas gigantes nadie quería perder ningún detalle de este día histórico. Una lágrima se me escapó.
-¡Bravo!- grité despavorido.
Lo hice porque el Presidente se resistió a dar ese paso, por estar mal asesorado.
Desde que estalló el conflicto de la Casa Blanca y Malinalco, Peña Nieto se había rehusado a ponerle nombre a lo que había ocurrido. La investigación concluyó en que la compra de las casas había sido con apego a la legalidad.
En tanto una investigación jurídica, se acepta la resolución legal. ¿Pero dónde había quedado la investigación ética y moral? Esa no se tocó.
Hoy el Presidente acepta que es un hecho que perturba y molesta. ¿Y por qué perturba y molesta? Porque se trata del elefante en la sala. Un hecho enorme que no podía esconderse.
El conflicto de interés persigue eso: algo que huele mal, que se ve mal, que atenta contra la neutralidad, imparcialidad y honestidad de los servidores públicos. Un funcionario no puede sacar provecho de su puesto para beneficiarse.
Aquí, en este Casino, la mayoría lo hace: busca enriquecerse rápido y en lo oscurito.
Se trata de políticos que buscan apegarse a la legalidad, pero trabajan por abajo del agua. El conflicto de interés, regulado, debe perseguir cualquier anomalía al respecto. Asimismo, el conflicto de interés sin bases jurídicas, sanciona la falta de ética y la inmoralidad. ¿Y cómo la sanciona si no hay ley? Pues con el señalamiento de aquel servidor público sin ética y sin moral. El conflicto de interés tiene esas dos caras: la legal y la ética.
La resolución de Virgilio Andrade, el investigador gubernamental, concluyó con una sentencia legal, que quedó firme e inimpugnable.
Buen trabajo lleno de dudas éticas y morales. En esa brecha caminó el Presidente, tratando de no caer, durante meses. Quiso seguir, tal vez todo el sexenio, pero no le fue posible. Ese golpe ético y moral no se lo iba a quitar nunca.
Optó por decirlo: lo que hice causó molestia e indignación.
El Presidente perdió la oportunidad de aceptar el error hace mucho tiempo. Ahora bien, más vale tarde que nunca.
En aquel tiempo, cuando Carmen Aristegui aventó la bomba, Peña Nieto debió apostar por pedir una disculpa ?la cual pidió mucho después-, y poner el ejemplo del funcionario que en el error lleva el remedio. ?Sí, fue un error, pero no una ilegalidad?, debió decir en un discurso a la Nación. Entonces el debate lo habría desviado hacia la falta de normas que regulen el conflicto de interés. A partir de ahí, el Presidente hubiera podido ser un ejemplo de cómo se recompone una crisis de credibilidad: aceptando el error y trabajando para que nadie lo repita. Y a otra cosa. Atrás de la raya que estamos trabajando. Las críticas habrían chocado contra el escudo de la aceptación del error.
El ex presidente Bill Clinton debió aceptar un error gravísimo, que consternó a la sociedad estadounidense y al mundo. Es más, no cometió un error, sino dos. Primero utilizó la oficina oval para echarse a la Lewinsky, y luego mintió diciendo que no había hecho lo que sí había hecho. Mintió bajo juramento. Le mintió a la nación más poderosa del mundo.
Arrinconado, tuvo que aceptar el doble error. Aceptó que había mentido y que había sido infiel. ¿Y qué pasó? Que se sacudió la ropa y volvió al trabajo. Se alejó del escarnio público y terminó su gestión como uno de los mejores presidentes de los Estados Unidos.
Equivocaron la estrategia los asesores de Peña Nieto, y ha tenido que pasar mucho tiempo para desterrar ese discurso legaloide y admitir que una casa no se la debe comprar un Presidente a su contratista favorito. Ya sea Presidente o candidato.
Esa suerte debe correr Luis Videgaray. La segunda mitad es buen momento para resaltar lo siguiente: ?Lo que hice fue legal, pero estuvo muy mal hecho?. Si lo hace puede aspirar a ser candidato presidencial, porque se quitaría un peso de encima, diciendo: ?aunque fue legal, estuvo muy mal hecho?.
Este Casino ha sido testigo de los mayores arrepentimientos. Al escoger un número para no escoger otro. Si uno pierde ni modo. A sacudirse y a seguir.