Claudia Sheinbaum, presidenta constitucional de México, ha tomado, hasta cierto punto, una distancia del partido por obvias razones. Por su encomienda, sabemos, solicitó licencia para meterse de lleno en la comisión que el pueblo le delegó a través del mandato popular. A ella, con más de 36 millones de votos, una cifra histórica, la nombraron oficialmente sucesora de Andrés Manuel López Obrador, y por supuesto de ese enorme legado que dejó la lucha democrática del país. De hecho, Sheinbaum, a estas alturas del arranque, ha dejado claro que ha cumplido cabalmente con su responsabilidad; las propias encuestas así lo constatan y, con ello, de aprobación, ha llegado al pico más alto con más del 84% de respaldo ciudadano. Con esas preferencias a su favor, desde luego, cuenta con una enorme legitimidad al afianzarse como un gran liderazgo no solamente en el territorio nacional, sino en latitudes mundiales en las que aparece constantemente como una de las mujeres más poderosas.

Así se ha presentado Claudia, ante los ojos del mundo, como una líder consagrada en la política global. En nuestro país, así como lo fue Andrés Manuel López Obrador, es el principal símbolo del movimiento de izquierda y transformación. Y con esa enorme responsabilidad, y sabedora que esto se construye con el apoyo de las mayorías, instó a los órganos de Morena, ante las disyuntivas claras que existen, a unificar nuevamente la unidad, que es la mejor forma para encarar los desafíos que se presentan. Por eso el movimiento de la Cuarta Transformación se conforma por distintos sectores; no es exclusivamente una concepción de Morena, sino también de las fuerzas aliadas como el PT. Gracias a ello, en definitiva, han tenido logros importantes en entidades claves y, por supuesto, una proporción numérica en el legislativo para construir la mayoría calificada que, a la postre, ha sido el hilo conductor para profundizar las políticas públicas.

Al respecto, Morena, sobre todo en flexibilidad y apertura, tiene que abrir el compás del equilibrio y el trato igualitario a quienes son partidarios, como lo es precisamente el Partido del Trabajo. De hecho, la carta que envió Claudia Sheinbaum, desde todos los ángulos, obliga a reflexionar sobre la importancia que tiene el papel de los aliados, en especial a lo que equivale en proceso electoral. Tomemos el claro ejemplo de Coahuila, que lo único que se necesitó fue unir la estructuras para impedir el paso del PRI, así de sencillo. Precisamente por ello, y pensando en lo que viene en puerta, Claudia ha ido actuando estratégicamente en consecuencia. La misiva, que representa un llamado de atención para quienes no se ajusten a la unidad, es la muestra más clara de que las decisiones, en parte, se tomarán desde Palacio Nacional, eso sí, con el respaldo del pueblo de México.

Es verdad, falta mucho tiempo para el proceso democrático del 2027, sin embargo, la fiebre anticipada ha comenzado a mover el tablero y, por ende, se ha desatado una especie de tensión al interior de Morena. Eso, con precisión, lo podemos aludir a las declaraciones que realizó el presidente de la mesa directiva del Senado, Fernández Noroña, una pieza crucial en el engranaje. No obstante, hemos observado, en él, un cierto cambio que nos puede llevar a concluir en un posible conflicto de intereses. El primero, recuerdo, cuando hizo énfasis en la reforma constitucional de nepotismo. Dijo directamente que Saúl Monreal y Félix Salgado, por su lazo de consanguinidad, no podían participar en 2027. Esto, además de que lo permite la constitución, lo decidirá el pueblo a través de la encuesta. Ambos senadores, desde cualquier perspectiva, no tienen nada que ver con el nepotismo más allá de sus lazos familiares que los unen.

El otro aspecto, que se suscitó en Aguascalientes, fue la narrativa que esgrimió en contra del diputado y vocero de la fracción parlamentaria de Morena en San Lázaro, Arturo Ávila. No fueron las formas adecuadas, máxime cuando la presidenta constitucional ha hecho énfasis en la unidad. Como sabemos, ese tipo de alusiones solamente engendran polarización y generan un clima sofocante, sobre todo porque lo hizo en presencia de una de las senadoras que, es muy probable, se inscriba para participar en la carrera por la gubernatura de Aguascalientes en 2027. Siendo así, volvemos al mismo conflicto de intereses que puede existir para manifestar esos impulso que, nos queda claro, tenían dedicatoria especial. Así lo podemos calificar; empero, me quedé con la réplica que posteó Ávila en sus redes sociales. Eso, entre muchas virtudes, habla de altura de miras. Al mismo tiempo, y sin patetismos, manda un claro mensaje que, al menos por él, no habrá confrontación para dinamitar las tensiones. Eso sí es ceñirse a la lingüística que esbozó Claudia Sheinbaum a través de una misiva. Lo más importante, más allá de cualquier postura, es la unidad.

Finalmente, Fernández Noroña, con esa enorme experiencia que tiene, corregirá rápidamente ese posicionamiento con su estilo propio. A nadie le conviene la división a estas alturas, máxime cuando habrá procesos electorales en Durango y Veracruz. Esta última entidad, por cierto, no signó acuerdo con el PT porque las dirigencias estatales de Morena, al no flexibilizar la democracia participativa, piensa que puede marcar la diferencia si van solos. Eso lo veremos más adelante, especialmente porque sigue latente el recuerdo que pasó en Coahuila. Eso, sin ir más lejos, fue un llamado de atención para poner énfasis en que las fuerzas aliadas son, por principios y estratégicamente, fundamentales para garantizar triunfos y respaldo en el propio legislativo federal. Quienes llegan a comprender esta importancia, como lo hizo el mismo AMLO y Sheinbaum, están destinados a seguir profundizando las políticas públicas, concretamente al comprometerse a sellar esa unidad que, ni más ni menos, es el elemento articulador para romper cualquier paradigma.