“La tradición es la transmisión del fuego, no la adoración de las cenizas”.

Gustav Mahler

Ni falso, ni de verdad

Aunque la revista The Economist dijera que se trata de un falso mesías, AMLO no es tal. Me refiero a que no es un mesías, ni falso ni de verdad.

Tampoco es profeta, por cierto. Este último es quien anuncia lo que viene, el enviado de los dioses. De hecho, supuestamente a los profetas les vienen sus predicciones de la inspiración divina, y actúan haciendo interpretación de indicios o señales del más allá.

Pero un ejecutivo de la nación jamás, nunca, debería dibujarse o jactarse de ser un iluminado, un guía o un mesías. Las figuras de la función pública que se comportan como si fuesen místicas y poseedoras de cualidades metafísicas siempre terminan mal. Mal frente a sí mimos, mal ante su pueblo.

Anunciar desde la palestra de la mañanera, con todo y dedo flamígero, la condena eterna para quienes no están de acuerdo con él, evoca más bien los pasajes del antiguo testamento que a un jefe de Estado comprometido en llevar a su patria a un mejor futuro. Por ello, más que escandalizarse, habría que burlarse o de plano ignorar a un personaje quien dice que un sector de la clase media es individualista, partidario de que ‘el que no tranza, no avanza’ y de darle la espalda al prójimo. Un mandatario que establece por designio, sin considerar pudiera estar en el error, que “lo correcto” es ser fraterno y de concepción humanista no merece ser escuchado.

Charlatanería muy limitada

AMLO es lo opuesto a un profeta cuando insiste en refugiarse en el pasado y pensar que, con técnicas arcaicas y acciones ya probadas que han resultado en fracasos, saldremos adelante como país. Cuando decide condenar las tecnologías limpias (por mencionar un ejemplo), antes que comprender que el petróleo ya no nos sacará adelante…

Más que profecía de gran altura, resulta charlatanería de muy corto alcance prometer que —tan solo con su presencia— se acabaría la corrupción como por arte de magia. O augurar que nuestro sistema de salud sería como el de Dinamarca para que, acto seguido, se disminuyeran los presupuestos para este mismo y se aniquilara el Seguro Popular, creando en su lugar un adefesio que no sirve para nada.

Los verdaderos profetas no se “arden” ni “chillan”. Anuncian con precisión lo que va a ocurrir; nunca culpan a sus “adversarios” —un día sí y al otro también—del por qué no se cumplieron sus augurios.

La norma establece la pena

No puede ser profeta quien se profesa juarista en un país con un gobierno laico, de acuerdo a lo que marca su Constitución, para luego rememorar que se es humanista, desinteresado, cristiano y, si las circunstancias lo exigen, inclusive franciscano. Guerras intestinas de nuestra patria se originaron por una mala división Iglesia-Estado; no es momento de que el presidente de la nación juegue con ello a conveniencia.

Tanto para él, como para cualquier ciudadano, la condena por no cumplir su palabra o sus designios no es producto de un castigo divino, ni pende de la voluntad de la fortuna encarnada en una deidad. Hasta donde sabemos, las penas en México se otorgan —o debieran otorgarse— conforme a la ley terrenal.

Y ya que hablamos de ello, no es profeta en su tierra el gobernante que cree que nunca se equivoca, que se empeña en imponer su visión sin escuchar otras voces. Quien ataca a quienes no piensan como él.

Los profetas son voces que claman, pero sin entrar en controversias y sin atacar desde el poder la visión de otros.

Común y corriente

Los profetas saben que no son igual que el resto de la población y por lo mismo tienen claro que solo son los instrumentos y mensajeros. Un presidente republicano, en México ciertamente, es electo bajo un sistema democrático y conoce su deber de gobernar para todos.

Este señor que habita un palacio, que no sería presidente si el pueblo estuviera más despierto, alienta el culto a la mediocridad. Y se dedica a denostar y acusar a contrincantes mientras, a cambio, inflama a sus huestes.

Sus palabras no son las de un profeta por la simple y sencilla razón de que no están secundadas en hechos y en acciones verificables, ya no se diga milagrosos.

Si tan solo pudiera unir a su pueblo y construir un mejor mañana con la misma facilidad con que se bebe una cerveza Pacífico o se come una tlayuda, estaríamos hablando de un mortal bastante destacado. Pero este presidente, que no es profeta, no puede ni comenzar por hacer eso.