Ayer el diario The Wall Street Journal publicó una información exclusiva: “El consejo de administración de Tesla abrió la búsqueda de un CEO para suceder a Elon Musk”.
Antes de continuar entendamos qué significa CEO: “chief executive officer”. La Esade Business School —escuela de negocios de la Universidad Ramon Llull, de Barcelona, España— dice que el o la CEO “es la persona que se encarga de dirigir la empresa”, esto es, quien tiene las máximas responsabilidades a nivel operativo, el mero mero, la mera mera para usar lenguaje más preciso.
Ese es el cargo de Elon Musk en Tesla. Pero, según el WSJ, quienes integran la junta directiva de la empresa ya están hasta el gorro del director y buscan reemplazarlo.
Sobran razones objetivas para despedir a Musk: su aventura política al lado del presidente de Estados Unidos ha significado un desastre para Tesla. No es una compañía que esté cerca de la quiebra, pero sus resultados han empeorado notablemente. Cito a The Wall Street Journal: “Tesla ha estado en una racha de pérdidas en los meses desde que Musk, su visionario director ejecutivo, comenzó a dedicar gran parte de su tiempo a ayudar al presidente Trump a recortar el gasto federal. La semana pasada, después de que la compañía anunciara que sus ganancias del primer trimestre se habían desplomado un 71%, Musk anunció a los inversores que pronto volvería a su puesto en Tesla”.
La alianza Trump-Musk ha significado una enorme perdida de reputación para Tesla. Por razones familiares he visitado al menos cinco o seis veces el estado de Massachusetts en los últimos tres años. Los coches Tesla eran un símbolo de prestigio, pero ya no es así. La semana pasada vi no pocas calcomanías como la siguiente:

‘Compré esto antes de saber que Elon estaba loco’. La psiquiatrización de la opinión pública estadounidense está plenamente justificada. Porque solo alguien que ha perdido la razón pudo haber entregado tanto de su tiempo a apoyar un proyecto político como el de Donald Trump que ha atentado contra los derechos humanos, que no respeta acuerdos globales de protección del medio ambiente, que ha golpeado brutalmente al libre comercio y que, por tal razón, ha resultado tan nocivo para los negocios, particularmente los relacionados con la industria automotriz.
Pero una cosa es la muy probable locura de Musk y otra la ética periodística. Antes de la publicación del reportaje exclusivo del WSJ la presidenta del consejo de Tesla, Robyn Denholm, negó que la empresa esté buscando sustituir a Elon Musk como director.
Quizá mintió la australiana Denholm —no lo dudo: ella ha vendido más de 30 millones de dólares en acciones de Tesla—, pero The Wall Street Journal debió reportar el desmentido a su nota exclusiva. No lo hizo, así que con toda razón Elon Musk escribió lo siguiente en la red social que antes de llamaba Twitter y que es otra de las empresas que él controla: “¡Es una VIOLACIÓN DE LA ÉTICA EXTREMADAMENTE GRAVE que @WSJ publique un ARTÍCULO DELIBERADAMENTE FALSO y no incluya una negación inequívoca previa por parte de la junta directiva de Tesla!”.
Mala época para la sociedad de Estados Unidos desde hace 100 días. Un presidente decidido a destruir a las más importantes universidades del mundo, la economía de ese país cuesta abajo —y dañando a todas las naciones—, un genio tecnológico y empresarial alejado de sus responsabilidades por un ataque de locura política y, el colmo, la prensa líder ignorando los valores éticos.