La policía del pensamiento era peor que aquellos humanos encariñando a la autoridad dentro de patrullas en el libro 1984 de George Orwell, después de observar aquella frase por la ventana: “El gran hermano te vigila”.
Esa lectura, sustituyendo los productos de la victoria por los del bienestar, parece creíble y posible en cualquier ciudad hiperconectada de México.
Lo político define a lo jurídico y lo jurídico contiene a lo político, es por eso que la Ley Telecom en coordinación con las reformas en materia de seguridad y simplificación administrativa con la Llave MX para realizar todo tipo de trámite, conteniendo nuestros datos biométricos, suena tan hipervigilante.
No es que un ciudadano cualquiera ande por la red o el mundo buscando delinquir, pero aquella minoría que si lo hace nos ha brindado la situación perfecta para que la salida que se platea suene como la mejor. El combo no puede ser más perfecto: datos genéticos almacenados por el Estado para que la búsqueda sea más fácil por si un día desaparecemos -como si el Estado buscara mejor que las madres-, datos de identificación con el registro de población que almacenan nuestros logros académicos, información laboral, información fiscal y hasta registro de militancia partidaria -como si quienes almacenan esto fuesen infalibles y no existieran los hackeos o la inversión mínima en ciberseguridad, crisis de violencia y ausencia de control para pensar que las redes de cámaras con alta precisión y sistemas avanzados, no controlados, fuesen urgentes o al menos, necesarios para comunicar alguna sensación de seguridad.
Frente a los debates más relevantes qué se viven sobre los alcances y facultades de estas legislaciones, el vacío para hablar de los límites en el uso de inteligencia artificial que deberían tener las instituciones gubernamentales resulta ser útil. Mientras se incorporan estas herramientas para la vigilancia financiera del Servicio de Administración Tributaria (SAT) y para el control e identificación de enemigos de la patria por parte de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) no ha forma de violentar límites que no están puestos, no hay leyes que restrinjan el uso o recopilación de datos de las que ni siquiera conocemos pues se trata de la soberanía y la seguridad nacional, aquello todo lo justifica.
Igual que relata George Orwell, una neolengua que apellida a todas las acciones de “humanismo” y “bienestar” construye un bello eufemismo sobre el control que esta por tomarse. Es una transformación.
La ginebra que adormece en aquella novela esta contenida en la nuestra en pequeños dispositivos que mantienen distracción permanente en formato de 30 segundos, con maquillaje, retos, tutoriales y todo tipo de distractores que adormecen y compiten en absorber el tiempo que no se usa para lo estrictamente básico y necesario.
Es el futuro, la hiperconectividad, el uso de tecnologías para la mejora y para la promesa de seguridad. No sería posible que alguien sensato tuviera tanta oposición o crítica a ello, seguro es porque en el fondo del ideario queda algo de pensamiento neoliberal. Eso debe ser y no el triunfo mismo de las tecnologías neoliberal es que permiten esta nueva construcción sistémica en la que todo es visible y conocido, vigilado y observado, explicable solo en aquellos adversarios. Eso y más es lo que se debaten estas semanas en los foros sobre los cambios a la Ley de Telecomunicaciones, que si prevé seguir la misma suerte que la Reforma Judicial, pasarán a incorporarse a interesantes registros sin impacto en la legislación final.