Donald Trump está en todo, sabe a la perfección el peso específico que tiene el futbol (el “soccer” en el caso de su país). El domingo se vivió un momento que queda para la historia: no se quiso mover, rompiendo el protocolo, de los festejos del Chelsea inglés luego de entregar el trofeo del primer mundial de clubes realizado con el nuevo formato. La imagen se viralizó y (seguro) se ganó la simpatía de muchos millones de seres humanos a lo largo y ancho del planeta.
En su momento, el presidente Bill Clinton cometió el desdén torpe de ni siquiera asistir a la gran final (Brasil-Argentina) enviando a su segundo de abordo, Al Gore, a ver el partido y a entregar la ansiando copa del mundo de oro macizo, seguro siendo el único caso similar en la historia de las copas del mundo.
Sabido es que en Estados Unidos ha costado mucho para que el futbol vaya ganando terreno ante los deportes más practicados y populares en ese país: futbol americano, beisbol, basket, hockey y hasta el póker. Siendo un líder global, Trump y su genio incomprendido supo dar un golpazo mediático a su favor bastándole una ocurrencia de segundos y gratis.
Ahora, a meses de que Estados Unidos sea por segunda vez, junto con México y Canadá (el “Mundial T-MEC“) anfitrión del mundial de 2026, se debe mostrar, en el marco de la reconfiguración geoeconómica hacia un mundo multipolar, la fortaleza y solidez del bloque T-MEC, y eso significa que de aquí en adelante, los roces entre México y Canadá debido a los amagos y declaraciones del presidente Trump irán bajando de tono, de modo que el mundo constate la importancia que supone este bloque económico, unido y fuerte, en el marco de la nueva globalización del siglo XXI.