I

Si usted escapó a la muerte, el periodo más dramático de la pandemia del Sars-Cov-2 (2020 y 2021) dio ocasión a la depresión pero también a la revelación. Al descubrimiento y a la toma de conciencia sobre cuestiones vitales de la existencia; sociales, pero sobre todo individuales. La definición sobre la vida, lo que se quiere hacer con ella mientras se esté en ella.

Más allá de cumplir con las exigencias mínimas para la sobrevivencia, durante la pandemia hubo oportunidad, tiempo suficiente para hacer o no hacer; para aguzar el instinto, la imaginación y la razón. No pocas audiciones musicales, experiencias visuales y expresiones literarias fueron alimento y aliento para ello. Pero lo que permitió ese estado fue el factor esencial del hombre: tiempo. Hubo un tiempo disponible inesperado; sustraído a las obligaciones y el desgaste en torno a ellas.

Recientemente, he estado en una circunstancia sui generis que me lleva a reflexionar sobre algunas creaciones de la humanidad que son patrimonio dispuesto a ser tomado, absorbido, incorporado y reciclado en nuestras vidas. Durante la pandemia, transité todos los géneros posibles de la creación. La virtualidad generalizada como solución ante el drama, se convirtió en el motor y núcleo para ello. Dentro del universo alcanzado por mis posibilidades en ese tiempo pandémico, quiero mencionar por un momento a dos obras esenciales. La peste, la novela de Albert Camus, y De la brevedad de la vida, la obra de Séneca.

Camus, un autor que admiro con sinceridad y de quien había leído casi toda obra, se me reveló en esa novela que no había querido conocer por desinterés en el tema. Un dramático asunto de muerte, esperanza y vida. De hecho, en este medio traté la cuestión relacionándola al género de la ópera, “La ópera y la peste”; para la emoción, sobre todo para la razón y la imaginación.

En el caso de Séneca (Corduba, 4 a.b. - Roma, 65 d.b.), lo había conocido desde la universidad como una figura vaga. Quizá porque la primera juventud no da posibilidad a la reflexión existencial. La pandemia me permitió conocer la intimidad de su obra citada; una pieza esencial. Y la circunstancia peculiar de que les hablaba, unió esta lectura con otro pensador, un clásico “joven”, Michel de Montaigne (1533-1592), a quien siempre se lee pero, en esta ocasión, dos o tres de sus ensayos me llevaron de inmediato a su vínculo con Séneca.

Séneca pintado por Rubens; "La muerte de Séneca"

Abrí el grueso volumen de editorial Porrúa con los Ensayos completos de De Montaigne (su cotejo con la versión de internet de Biblioteca Cervantes, muestra una traducción algo diferente; seguirlo en francés no es tan complejo), y conforme avancé “De la soledad” pensé, esto sin duda es Séneca. En el último párrafo, el autor lo explicita al comparar a cuatro filósofos y preferir y recomendar a Séneca y Epicuro, sobre Plinio el joven y Cicerón en relación al fin último del ocio. Si dedicarlo a la consecución de la gloria mediante la entrega al conocimiento para después crear una obra personal, o consagrarlo a la libre introspección, sin forzar la voluntad. Que una vez abrazado el ocio, este vaya donde quiera -como un caballo sin jinete; sugiere el ensayista-, pero sin caer en el regodeo de la nada.

Cuando el individuo decide vida para sí, alejada de compromisos sociales, familiares, de gobierno y empresa, debiera considerar dos tipos de ocio; el positivo y su contraparte negativa. Me concentro en el primero, pues el segundo significa el abandono incluso del cuerpo, lo que lleva a la parálisis y la enfermedad, en tanto que el primero, aunque no sea productivo en términos de arrojar obras o acciones, lo es en nutrir y enriquecer el espíritu. En otro ensayo, “De la ociosidad”, en que Montaigne desea un espíritu semejante al del caballo referido, descalifica al ocio “malo”: “vemos los terrenos baldíos, si son fecundos y fértiles, poblarse de mil suertes de hierbas espontáneas e inútiles, y que para que produzcan provechosamente es preciso cultivarlos y sembrarlos de determinadas semillas para nuestro servicio”.

[El ocio recreado por Fernand Léger en 1949 en Los placeres del ocio, ¿es negativo o positivo?; puede ser ambos. El primero, si sólo queda en placer, el segundo, si forma parte de la ejercitación necesaria para la vida; sin duda Léger ejercita su propio ocio al pintar]:

Los placeres del ocio; 1949

II

Hace tiempo, un ex amigo decía estar dedicado al ocio, a la música y la poesía. Yo me reía porque, en efecto, no trabajaba, ¡tenía una beca permanente de su esposa! Bueno, así resulta relativamente sencillo ser practicante del ocio y también ser ocioso, pensaba. Me sorprendía que estuviera dedicado a la lectura y la música sin ninguna productividad. Ahora puedo entender que vivía un paraíso que transitaba entre Séneca y Montaigne.

Aunque él citara a otros pensadores. A Paul Lafargue: “el ocio o la pereza debería ser un derecho que se oponga a la esclavitud del trabajo exigido por el capitalismo… debería ser dedicado al fomento de las artes, de la cultura, del placer” (El derecho a la pereza). O argumentando el condicionamiento social que dificulta abrazar con facilidad la pereza, a Paul Morand: “el ocio exige tantas virtudes como el trabajo”. Quienes conocían a mi amigo, abrazado con ociosa pasión a sus ideas, solían burlarse de él. Pero según entiendo, la mujer continúa solidaria hasta el presente; vaya fortuna.

Importante para la comprensión del ocio, De la brevedad de la vida, de Séneca. En ella, el filósofo romano de origen cordobés afirma, contra la queja tanto del vulgo como de ilustres varones, que la vida no es tan corta como parece sino que no se sabe usar, se desperdicia. El hombre la gasta en actividades y gentes que lo apartan de sí. Por ello aconseja el retiro a una vida personal y rodearse de obras y hombres del pasado, que alimenten su espíritu y agreguen tiempo a su vida. Aquellas experiencias, aquellas vidas que son tiempo y conocimiento, enriquecen nuestro presente; así, se gana tiempo.

Justo lo que hace Montaigne, quizá siguiendo el consejo del filósofo, retirarse a vivir como quiso. La propuesta de Séneca es hacerlo con tiempo suficiente, no tan tarde que ya no quede vida; u osar un plan de retiro a una edad avanzada a la que tal vez no nos sea permitido llegar.

Michael de Montaigne

El ensayista francés se aisló durante 2 décadas en su castillo. Por desgracia, su fin fue relativamente presto (59 años; 10 menos que el romano) y no le permitió mayor gracia, aunque haya dejado el producto de sus elucubraciones. “Mi espíritu ocioso engendra tantas quimeras, tantos monstruos fantásticos, sin darse tregua ni reposo, sin orden ni concierto, que para poder contemplar a mi gusto la ineptitud y singularidad de los mismos, he comenzado a ponerlos por escrito” (“De la ociosidad”). Legó así ensayos que hoy son un modelo clásico.

Tanto Séneca como Montaigne establecen las condiciones para el mejor ocio posible, que puede o no ser productivo (en ellos, lo es), se trata sobre todo una conciencia de sí, goce, placer, tranquilidad, voluntad a plenitud; la más plena que se pueda.

El francés dice, “El fin último de la soledad es… vivir sin cuidados y agradablemente… No basta dejar el pueblo, no basta cambiar de sitio, es preciso apartarse de la general manera de ser que reside en nosotros, es necesario recogerse y entrar de lleno en la posesión de sí mismo… El verdadero filósofo nada ha perdido si salvó su conciencia y su ciencia… Bastante se ha vivido para los demás; vivamos en lo sucesivo para nosotros, al menos lo que nos resta de existencia… En cuanto a ocupación y trabajo, bastan sólo los suficientes para mantenernos en vigor y librarnos de las incomodidades que acompañan a los que caen en el extremo de una ociosidad cobarde y adormecida” (“De la soledad”).

El romano establece: “¿Puede haber algo más estúpido que la actitud de algunos, me refiero a esos hombres que presumen de ser previsores? Andan empeñados en demasiadas tareas para poder vivir mejor, equipan la vida a base de gastar vida, sus pensamientos los dirigen a la lejanía… el desperdicio mayor de vida es la dilación: ella anula cada día que se va presentando, ella escamotea lo presente en tanto promete lo de más allá. El mayor estorbo del vivir es la expectativa que depende del mañana y pierde lo de hoy. Dispones de lo que está puesto en manos de la suerte, abandonas lo que está en las tuyas… La vida se divide en tres momentos: el que ha sido, el que es, el que será. De ellos, el que ahora recorremos es corto, el que vamos a recorrer es dudoso, el que hemos recorrido es seguro”.

Por ello, aconseja hablar con los sabios del pasado. Los que dedican su tiempo a la sabiduría, “son los únicos que viven, pues no sólo preservan bien su época: le añaden el tiempo todo; sean los que sean los años que antes que ellos han transcurrido, ellos los adquieren para sí. Si no somos muy desagradecidos, aquellos celebérrimos iniciadores de dictámenes sagrados nacieron para nosotros, prepararon la vida para nosotros. Hacia bienes muy hermosos sacados de las tinieblas a la luz por el esfuerzo ajeno nos van llevando; no tenemos cerrado el paso hacia ninguna época”.

III

Sin duda, Montaigne es fiel discípulo de Séneca. En cuanto a mí, hoy, ¿seré un buen discípulo de ambos? Por lo pronto, los procuro. Y sin planear demasiado un futuro sino viviendo el presente, intento lograr la subsistencia dentro del ámbito que me dé a la vez disfrute, goce, pero también conocimiento, conciencia y razón. Acaso sea capaz de pronto conquistar el retiro a una montaña o cueva, aunque sea de asfalto. Y si en el camino, como mi ex amigo, hallara algún “alma” benéfica, más temprano podría conquistarlo.

Como postdata, comparto una breve e hilarante pieza que no puede ser sino producto condensado del ocio. Una versión relámpago de Edipo. Lo que a Sófocles le ha costado toda una tragedia (Edipo Rey), una secuela (Edipo en Colono), y 2500 años para sobrevivir, a Igor Stravinski –por dar ejemplo de una de las mejores versiones post sofocleas- una ópera oratorio en dos actos, Oedipus Rex (1927), e incluso a Freud toda una autobiografía con pretensión científica que dominó por 100 años, al pianista y cantautor neoyorquino Tom Lehrer, aún vivo a sus 94 años, le tomó un minuto 40 segundos. Aquí dos versiones, una en la que él introduce su canción “Oedipus Rex”, la otra, el audio con la letra en inglés disponible.

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Héctor Palacio en Twitter: @NietzscheAristo