Hace cosa de Siglo y medio, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, considerado como ‘pesimista’ (yo aseguraría, realista), afirmó algo que retrata fielmente el proceso sucesorio que se vive en estos días en México, que reza más o menos así: “La lucha del hombre no es más que una lucha por la existencia, con la certidumbre de resultar vencido. La vida es una cacería incesante, donde los seres humanos, una vez cazadores y otras cazados, se disputan las piltrafas de una horrible presa”.

En ese sentido, nadie me podrá discutir en que el presidente López Obrador cometió un error en no sólo adelantar el proceso sucesorio sino no en un innecesario ejercicio, a manera de proceso interno para elegir al abanderado que (seguramente) será su sucesor.

Y es que el desgaste, las fisuras, el desaseo de la mayoría de los contendientes es evidente y, como ya dije, no había necesidad, máxime con el enorme poder y legitimidad de este presidente. Pudo haber ejercido su facultad metaconstitucional de designar al candidato y no lo hizo, creyó, como don Porfirio en su momento y luego también Ernesto Zedillo, casi un siglo después, que México está listo para vivir en una democracia plena, lo peor, un sistema calcado de las potencias anglosajonas.

Eso aquí no funciona, herederos de dos raíces con hondas tradiciones absolutistas, esos intentos han devenido en tragedias como la innecesariamente larga guerra durante la Revolución Mexicana por parte de un torpe burgués Francisco I. Madero, o un fraude electoral como el de 2006 y sus infernales y aparentemente eternas consecuencias.

Vemos espectáculos lastimosos como los TikToks y los amagos de berrinche -rompimiento de Marcelo Ebrard, que me recuerdan al de su mentor Manuel Camacho, quien si bien no fue él quien eliminó a Colosio, sabido es que sí inició, el y su grupo (Ebrard incluido) las intrigas palaciegas para toda la serie de desgracias qué se sucedieron después.

Del famoso Frente Amplio por México mejor casi ni hablar. No sabe esa alianza de partidos sin reputación ni a lo que están jugando, y ya sea con “caballos de Troya” del oficialismo ayudando a la más que torpe oligarquía a dinamitar todo proceso que, de menos, no sea tragicómico o ya sea sin esos mismos probables infiltrados, día con día la oposición en México se hunde más y más, sin que el fondo lo tengan siquiera a la vista; se ha convertido la oposición mexicana en una caricatura, un instrumento vil al servicio de un puñado de magnates y de intereses tan enormes como inconfesables, y así, por más desgaste que experimente el partido en el poder, resulta simplemente imposible tan solo el soñar con competir hacia el 2024.

Schopenhauer y el proceso sucesorio al 2024