Es por amor

Que uno hace lo que siente

Y por amor

Yo sigo y sigo aunque me cueste

Y al costado del camino

Veo ángeles caídos

G.I.T.

Lo que hay, simplemente no alcanza para cumplir la promesa de un aeropuerto de primer mundo. Con tolvaneras atroces y continuas, un cerro demasiado cerca de las pistas, sin autorizaciones internacionales de vuelo y con la negativa de aerolíneas como COPA, Air Canada, Avianca y Aeroméxico de despegar de ahí, los ángeles del Aeropuerto Felipe Ángeles se caen. Y si, debido a todo lo anterior, los ofrecimientos no sirven, las amenazas menos.

Veamos: sabemos que la realidad alterna de Palacio se fabrica a partir de otros datos, como es el decir que los aviones se repelen. Pero en la física que gobierna al mundo y con el conocimiento científico que afortunadamente ha amasado la humanidad, lo dicho por la 4T solo suena a cuento (o a una verdad de miedo).

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El Felipe Ángeles o Santa Lucía es una burla demasiado cara, la cual no pasa la prueba de agencias internacionales. Por ende, las líneas aéreas no pueden darse el lujo de ver cómo se caen o chocan ahí sus aviones. Hasta el momento ninguna aerolínea de bandera extranjera ha publicitado su intención de volar desde/hasta ahí.

Tal vez por ello la idea de crear ‘la aerolínea del malestar’ o ‘del ganso cansado’; será de las pocas que ahí operen. Ya no hablemos de los costos que eso representaría para México...

Puede ser también que Boliviana de Aviación piense aterrizar en Santa Lucía, pero las razones serían más bien de corte ideológico. Al menos significará que ya no tendremos que ir a recoger a Evo Morales y compañía, ni correr el riesgo de que un misil intente derribar una de nuestras aeronaves de la fuerza militar.

Pero guasas de nuestro presidente aparte, vale la pena subrayar la decisión de Air Canada. Para ellos, el mercado nacional es uno de los más importantes en su cartera. Cabe señalar que la ruta Ciudad de México-Toronto fue una de las cinco a nivel mundial que no dejó de operar durante toda la pandemia, ello debido al alto número de viajes de negocios, de estudiantes y de reuniones familiares que conlleva. El mercado mexicano es tan importante para Canadá que, de 15 frecuencias semanales, la línea aérea pasará a tener 28 (casi el doble), incluyendo un vuelo diario a Montreal y otro a Vancouver. Entonces, su decisión de no entrar a Santa Lucía no es porque decrezca su oferta en nuestro país, al revés: sigue creciendo; obedece simple y sencillamente a que no tomarán riesgos innecesarios.

Ante el silencio de las líneas aéreas por ir a Santa Lucía, el inquilino de Palacio acaba de utilizar la égida de su poder para dictar una decisión que hubiese sido buena si la alternativa lo permitiera, como se pensó para Texcoco en algún momento, pero dada la inoperante propuesta de Felipe Ángeles, solo impactará aun más en la ya alicaída competitividad de nuestro país.

El niño caprichudo que tenemos haciéndola de primer mandatario amenaza con restringir las operaciones en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México para con ello “obligar” a las líneas aéreas a ir a Santa Lucía. El aeropuerto de Toluca, por cierto, tampoco es mejor opción por la constante neblina que tiene. O sea que aquí aplica la norma cuatrotera: igualar para abajo. Si no se cumplen los caprichos del emperador, entonces todos a la equidad. Equitativamente jodidos.

Dejémonos de cuentos. Lo que sucederá es que las aerolíneas extranjeras o dejarán de venir a CDMX y área conurbada o, en el mejor de los casos, irán a Cancún y de ahí tomarán vuelos chárter a la capital del país, con el sobrecosto que ello implica en demasiados rubros.

Las aerolíneas extranjeras no pondrán en riesgo a sus aviones ni a sus clientes en aras de cumplir con las extravagancias de López Obrador. Y aunque los militares que administrarán el aeropuerto ¿civil? ofrezcan garantías, Felipe Ángeles no cuenta con las mínimos indispensables que son las que importan.

Ninguna de las certificaciones internacionales lo señala —no en estos momentos— como un aeropuerto seguro. Sea la de la Administración Federal de Aviación (FAA) o la de la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA). Sin ellas, ninguna aseguradora querrá considerar aviones, pasajeros o carga. El costo por ello se vuelve inconmensurable.

El restringir los vuelos en el AICM y no ofrecer una solución real como hubiese sido Texcoco, impactará en las 31 aerolíneas de pasajeros (internacionales y nacionales), las 12 de carga y los más de 100 destinos en tres continentes (no tenemos viajes directos a África y Australia).

A todo lo anterior se suma que los militares exigen moches a los trabajadores que construyen el mamut/elefante blanco. Esto fue negado por López Obrador (obvio sin pruebas), limitándose a acusar a quien señaló dichas corruptelas.

Las turbulencias no han parado. La cercanía con los otros dos aeropuertos, el logo desechado, la falta de aprobación internacional, la negativa de las aerolíneas internacionales en llegar ahí, son algunas muestras de la inviabilidad del capricho.

La seguridad aérea no se da por decreto, ni por detentes milagrosos. Tampoco se conseguirá el tráfico necesario el restringir los vuelos del aeropuerto de la Ciudad de México. Si acaso también fastidiará el aeropuerto con mayor aforo y el mejor conectado de toda América Latina.

Las restricciones impuestas a un aeropuerto no lograrán que otro arranque. Ni Santa Lucía, patrona de los ciegos y enfermos de la vista, logrará que López Obrador vea el desmán que está armando. Felipe Ángeles pierde sus alas; tal vez nunca las tuvo. Ni santos ni ángeles harán el milagro de que Santa Lucía despegue. En el horizonte vemos ángeles caídos.