El covid-19 es una enfermedad mortal que se extendió durante el año 2020, aniquilando a un montón de terrícolas, quienes pusieron todas sus esperanzas en la creación de una vacuna.

Este año inició con la aplicación de tres marcas de vacuna en nuestro país (como si fuera chiste de antaño: ahí tienen que estaba una gringa, una rusa y una china).

Dejando de lado los comentarios políticos que ha generado la compra y aplicación de la vacuna por parte del gobierno, les transmitiré mi experiencia como “pendejillo” de Indias.

Mi experiencia con la vacuna de Covid-19

Me registré el 28 de abril, y como no soy ni “boomer” ni “chavorruco”, sino un venerable vetarro de 56 años, orgulloso de sus arrugas y tradiciones, no confío en ningún trato en línea (no me gusta pedir transporte, ni comida, ni hacer compras con máquinas ni bots) sino que prefiero hablar con gente de carne y hueso (algo que nunca he logrado con un afamado servicio de transporte y entrega de comida, donde ni siquiera puedo aclarar una queja por escrito, ya que todo se reduce a problemas con conductores y repartidores, sin considerar pedidos no solicitados y cobrados), así que creí que me darían el tratamiento de “nosotros le llamamos”, cuando te mandan al diablo; ya me estaba preparando para plantarme en algún centro de vacunación sin cita, cuando el sábado 22 me llegó la notificación de mi cita para vacunarme el 26 de mayo, en el World Trade Center, a las 10 de la mañana, pues vivo en la Delegación Benito Juárez (una muestra de mi conservadurismo es que me niego a decirles alcaldías a las delegaciones, así como a decirle Soriana a Gigante y Millennials a la “chaviza”).

Llegué a las 10 en punto, sin desayunar (pues normalmente me levanto a la una de la tarde, así que con esfuerzos me levanté, bañé y salí hecho la raya).

La concentración de masas me recordó cuando hice mi examen en el Estadio Azteca, para ingresar al Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM (solo que aquí los personajes tenían cuarenta años más).

En la entrada me pidieron mi expediente de vacunación impreso (el único documento que no imprimí, pero llevaba lindas fotocopias de mi credencial de elector, CURP y la notificación), como tengo cara de pendejo (y había gente esperando) me dejaron pasar.

El galerón era enorme, con un montón de mesas, doctores y personal de la Sedena circulando. Todo fue muy rápido (en media hora salí, y eso porque me quedé curioseando y cotorreando con el personal). Recordé cuando he tomado tours, y los participantes van kilómetros delante de mí.

Las reacciones

Me pusieron la Pfizer (que ojalá tenga partículas de Viagra), me advirtieron sobre las reacciones de ese día: dolor en el brazo, dolor la cabeza y sentirme como agripado; me dieron un folleto sobre nutrición (con monos del Fisgón) que me sirvió de folder para guardar mi comprobante de vacunación (necesario para la segunda dosis); luego me pasaron a una sala de observación, donde había más contemporáneos. No observé a nadie observándome, pero por si las moscas, metí la panza.

Transcurridos algunos minutos nos pusieron a bailar “El ojo del tigre”, de Survivor (una de las peores rolas del mundo). Al terminar el baile (con los pasos que ponía un doctor especialista en coreografías) pregunté a una doctora en qué consistía la observación, me contestó que, precisamente, en observar las reacciones de la gente a la vacuna, con el baile; me confió que le había tocado ver un par de desmayos (en personas hipertensas que creyeron que no debían tomar su medicamento), y una persona que sufrió un ataque de pánico con “el baile del beeper”, de Oro Solido (lo cual, me pareció totalmente comprensible).

A la hora de la salida, en vez de irme, estuve cotorreando con un médico, quien me dijo que la vacuna era 95% efectiva (por lo que no hay que bajar la guardia), y que en México apenas se está empezando a apoyar a los investigadores del Poli y la UNAM, para crear nuevas cepas. Le pregunté por qué nos dijeron que no bebiéramos alcohol ni fumáramos tabaco durante 20 días, me dijo que la sangre se hacía más pesada y podía provocar una embolia (me dio una explicación científica, que honestamente no entendí y por ello no comparto); tampoco se puede fumar marihuana (a pregunta expresa mía).

En vez de irme, fui al baño y a tomar fotos artísticas para Instagram.

Había un stand con un paquete de desayuno en 50 pesos, con una dona (o torta) y café, pero preferí acudir a unas carnitas que están en Luz Saviñon.

Fui caminado. Pasé frente a mi escuela: El Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, de la UNAM (Adolfo Prieto 721), ahora convertido en Laboratorio de Microbima de la Facultad de Medicina). Recordé con nostalgia cuando, una madrugada, durante una guardia de la huelga de 1987, bailamos “Gloria”, de Patti Smith (que hubiera estado chido pusieran en la sala de observación de la vacunación).

Las carnitas ya no existen, pero me comí unos chilaquiles en “La Campana”, División del Norte y Avenida Coyoacán, enfrente de donde estuviera la legendaria “Cervecería la Curva” (que inmortalizara el Tri en una rola de los años ochenta).

Hubiera querido fumarme “un churro” para recordar los viejos tiempos, pero un hormigueo corrió por mi cuerpo, me temblaron los labios, se me adormeció la lengua y me sentí ligeramente apendejado, de modo que la vacuna también cumplió sus efectos psicodélicos. ¡Y qué viva el rocanrol!