Entró, con paso decidido, uno de los líderes de la alianza portando su camisa de manga larga color sangre. Su rostro enrojecido por la cólera o la desesperación; dos ranuras por ojos, heredadas o por procedimientos para la prolongación de la juventud perdida, deseando que fuera eterna; esas canicas de carne querían salirse de sus órbitas. Ya lo esperaban sus colegas, antes enemigos acérrimos, ahora aliados forzosos. La sala en completo silencio, cada uno de ellos elucubraba en qué cedería y en qué no, la meta muda de todos líderes era la permanecer en la curul. La del jefe X era evitar a toda costa que esta llamada “transformación” siguiera menguando su poder.

El jefe de cabellera gris con peinado ochentero, esperaba serio con esa mirada altiva aunque extraviada; tal vez posaba un ojo al de amarillo, quien dormitaba más que por los años, por algún alipús para mantenerse achispado, para tratar tal vez de no olvidar frases añejas o para asentir o negar dependiendo de la circunstancia, si es que la pescaba a tiempo; el azul, de frente muy amplia, lisa y brillante perlada de gotas de sudor, con orejas discordes a la estructura craneal afectada a temprana edad por la maldita alopecia, también esperaba recordando con rabia que aquella repartición de uno de los estados se hubiese frustrado, ese gobernador era un traidor… Ahora apoyaría a su colega, al que llaman Tajada, tiene que ganar la Ciudad para repartirla como está estipulado. Y como líder del partido –aunque no muy avispado– esperaba que esta vez le tocara algo, un cuadrante del centro, una notaría… si lo dejaban fuera, ellos ya sabían lo honesto que él era y que podría hacer público lo acordado.

Los líderes y el jefe X, todos los que conforman esta forzada alianza estaban seguros (ahora no tanto) de que habían elegido a la candidata ideal; una mujer “indígena” de grueso perfil: sus raíces, simpática, dicharachera, mal hablada ella, es la figura política que atraería al pueblo jodido. No dudaban que el proletariado al escucharla, se creería sus trágicas historias de vida, de esas de telenovela; que fueran testigos de cómo viniendo desde abajo se había convertido en ingeniera, empresaria y política; todo a base de lucha y lágrimas, ella era el vivo ejemplo para que vieran que se podía salir de jodidos… y esos huipiles eran parte de su lenguaje.

Pronto se llevaría a cabo el primer evento…

“¡Con ustedes, la candidata la Presidencia de la República!” Presurosa y emocionada subió al estrado, agitó la mano de un lado a otro, dando saltos, su risa se perdió entre los retumbos de la tarima y los chillidos de algunas las cornetas. Portando un fino huipil se paró detrás del soporte sobre el que estaba impreso el complicado discurso. Se aferró a la estructura de madera; el viento traicionero arreció revelando lo que la candidata quería ocultar bajo aquella colorida y holgada prenda.

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En la parte frontal del atril estaba su nombre impreso, un par de micrófonos esperaban como áspides… La candidata de la oposición comenzó con determinación el discurso: “Puuude habeg claudicado muchas veces, mootivos de obstáculos no me faltaron, la vegdad de las cosas es que lo he intentado más de una ocasión…”ja, ja, ja, ¡ay, ah, ah, ja, ja…”,  “y ya se me fue el discurso, ay, ja, ja, ay!…” Parecía que las cobras metálicas la habían hipnotizado; se quedó paralizada.

Los asistentes acalorados y cansados, a nada de un golpe de calor, se volteaban a ver mientras se secaban el sudor con las banderas de diferentes colores sin darse cuenta de que estas, por su mala calidad, teñían sus rostros; para animar a su candidata gritaban con parsimonia: “pree-si-denta, pre-ssi-denta”… Después del pasmo, la señora X continuó: “Bueno, ja, ja, como ya no hay discugso voy a improvisag”. Mientras, los líderes que la acompañaron se miraban con terror. “¡Ay, no! ¡Va improvisar!” La candidata con el tono y la seguridad de oradora profesional continuó: “haace casi treeeinta años en este mismo lugaar, Luis Donaldo Colosio veía un México con hambre y con sed de justicia”. En esta ocasión atinó a decirlo bien y motivada por el logro, continuó: “hace treinta aaaños”... Otro bloqueo… Desesperada volteó: “¡La iPad, la iPad!…” “Está cabrón el sol pero está más cabrón estar seis años más con Morena, ja, ja, ¡es un gusto!”

Al terminar, quedaron sobre las sillas las banderas. No hubo propuestas. A la candidata dicharachera se le fueron todas las palabras, el viento se las llevó; pasaron, sin pronunciarse, a través del arco del Monumento a la Revolución.

Vendrían más eventos, magnos unos, privados otros. Todos los del equipo hacían lo suyo, había que evitar confusiones, tropiezos, silencios, pasmos. Tendrían que apoyar más a su candidata estrella, aquella que había caído del cielo como lo afirmó un ex presidente, uno grandote, traumatizado porque había perdido su pensión millonaria. Todos estaban de acuerdo en que había que brindarle más herramientas a la candidata caída. Recursos no faltaban, el jefe gris está dispuesto a todo, había lana y mucha.

En otro evento, la candidata subió al escenario sonriendo como siempre, con esa chispa con la que pretende encender a los apagados asistentes. La intensa luz que se proyectaba resaltaba las coloridas flores bordadas de tu terno… Una voz potente se escuchó clara y sonora en el recinto: “¡Le damos la bienvenida a la ingeniera Xóchitl Gálvez Ruiz!”... “¡Muy buenas tagdes Yucataaán! ¡Qué gusto saludagles a todos y todas ustedes en esta targde aquí en Michoacán!… los escasos aplausos mutaron. Ella prosiguió: “¡Muchas gracias mi querido gobegnador Mauricio Vila!” Las espadas de luz se posaron sobre él, alumbrando su desconcierto…

Cuando Xóchitl es presa de la seriedad dice: “A mí me gustaría ser un poco más ignogante”. Y cuando la indignación la invade: “Este gobiegno privatizó el sectog privado”. “¡Destrozaron al país! ¡Lo vamos a recupegag, de eso no tengo duda!”

La ocurrente y simpática candidata acude a otro evento, los organizadores tienen que retirar sillas porque no llegó suficiente gente. El lugar debe verse abarrotado, esa es una de las reglas. Sube al estrado con micrófono en una mano, las tarjetas en la otra… Comienza el discurso. Los integrantes del equipo cruzan los dedos, el de rojo con la expresión inerte, el de azul sudando e ido y el amarillo solo asiente o niega con un movimiento leve de cabeza…

“¡Mi regla de oro: ni huevones ni rateros ni pendejos!” Se queda quieta, sonriente esperando el aplauso de los asistentes como cuando una niña recita un poema en la sala familiar. Contenta de haber hilado la frase de corrido… Después de algunos gritos de aprobación continuó: “Yo, a mis equipos les exijo cien pog ciento de trabajo, cien pog ciento de honestidad, y cien pog ciento de capacidad, ¡con eso lo podemos lograr!”

En una gira, la candidata X fue cuestionada por pertenecer a los tres partidos: “Hay muy malos priistas, con los que yo no trabajaría como Barlett o como Alito”. Alguien le deslizó una nota que le hizo cuenta de lo que había dicho, desapareció de su cara aquella seguridad, perdió el color, su rostro quedó inerte… Se desconectó como en aquel viaje que hizo con el peyote… Unos segundos más tarde dijo: “Créanme yo tengo un enogme respeto por el presidente del PRI”. Mudos todos, al líder rojo hasta se le contrajeron las cejas pintadas de asombro; al ser cuestionado dijo, fue “lapsus mental”.

La candidata tenía que enmendar lo dicho, “Alito es un cabrón, pero lo necesito, pogque de vegdad, si de algo se debe sentir el PRI orgulloso es que siempre busca hacer lo cogecto”. “Yo me siento muy ogullosa de grepresentar al PRI estoy contenta de estar con tantos priistas honorables y valientes”.

Por su boca muere el pez…

Las contradicciones y mentiras –actuales y del pasado– navegan en las redes y ella, la candidata “caída del cielo”, ha quedado atrapada…

En este mar agitado de campaña, las declaraciones generan olas que te llevan a la deriva o a buen puerto…

“¡¡¡Si los indígenas quieren vivir como están!!!... ¿¡Pog qué les vas a llevar educación!?... ¡Puta!, ja, ja, ja”. Convicción azul de la cual no ha podido deshacerse.

Los huevones no caben en el gobierno y tampoco en el país ya se acabó que estés recibiendo programas sociales... ¡A trabajar, cabrones!”... “Yo insisto, quitemos los apoyos a los adultos ya acabaste de estar en la vida”.

Comienza el discurso forzoso. “Yo nunca dije que le iba a quitar los programas a los adultos mayores. Yo quiego que tengan medicinas, los programas sociales no se van a quitar”.

“Yo, Xóchitl Gálvez cuando asuma el cargo de presidenta de los Estados Unidos Mexicanos no se eliminarán los programas sociales, los voy a incgementag la pensión de adultos mayores empezará a los sesenta años… están firmados pog mi sangre, que es lo más valioso que tengo que no se van a quitar los programas sociales, no tengan duda!”

Ante notario “chamán” se celebró el ritual. Firmó la candidata la hoja con su compromiso para después pincharse el dedo para sellar con sangre el compromiso. Un pacto de sangre no se rompe jamás, es un vínculo que en esta ocasión “sagrada” no vinculó a solo dos personas, sino a la candidata con millones de mexicanos esos que siguen considerando manipulables…

Por su boca muere el pez, la candidata se metió en un torbellino de contradicciones e indiscreciones… Xóchitl no supo navegar en este mar de campaña y eso ha sido su perdición. Y no, no tiene a Claudia contra la pared… ella está a leguas de distancia.