El presidente López Obrador no pierde oportunidad para provocar al presidente Joe Biden. Además, lo mismo se enfrenta un día con congresistas demócratas que con republicanos. La relación con nuestro vecino del norte, por la posición que ha adoptado México en diversos temas dentro y fuera de la agenda binacional, es de continua tensión y afrenta.

En el comercio mundial están sucediendo varios cambios en un proceso de re-globalización que incluye a los bloques regionales comerciales, que está dando lugar a varios reacomodos. En esta nueva era de definiciones, donde surgen varias oportunidades para México, López Obrador llena de piedras nuestra relación con Estados Unidos (EEUU), nuestro mayor socio comercial.

Uno de los principales cambios que se están dando en esta reconformación global comercial, es la reconfiguración de las cadenas de suministro por las disrupciones generadas por el covid y la guerra entre Rusia y Ucrania. Hay una tendencia hacia modelos de “nearshoring” y “friendshoring”, donde se busca priorizar la seguridad y confiabilidad de los suministros, frente al anterior esquema donde solo se privilegiaba el menor costo a nivel internacional, sin considerar los riesgos políticos involucrados.

Por nuestra relación comercial, y vecindad, a México se le siguen presentando varias oportunidades de “nearshoring”, y para capitalizarlas en toda su extensión sería muy útil conseguir la etiqueta de “país amigo/aliado” en términos geopolíticos (“friendshoring”) con EEUU. No se trata de una “amistad”, sino del entendimiento político en los intereses comerciales. Pero parece que López Obrador busca cualquier pretexto para deteriorar la relación entre los dos países, lo que al final puede comprometer las negociaciones en el marco de la integración comercial.

La economía mexicana, a partir de 2022, ya salió del ranking de las 15 economías más grandes del mundo, y se proyecta que mantenga su trayectoria de caída en los próximos años (datos de Visual Capitalist). En ese escenario, desestimar la importancia de mantener una relación sana con nuestro principal socio comercial, en el contexto de la apertura comercial regulada que se ha promovido desde la firma del TLCAN en 1994 y ahora con el TMEC, es condenar el futuro de México al subdesarrollo económico, afectando a los sectores más rezagados en el país. Es darse un tiro en el pie, y entorpecer la llegada de la necesaria inversión extranjera directa (IED), como los 10 parques industriales que se tienen proyectados en el sureste del país.

¿Cuál es la apuesta?

A México no le conviene el alejamiento con EEUU, que pueda terminar en un enfrentamiento. EEUU mantiene su “impasse” con China, y aprovechando esas fricciones, México podría captar alrededor de 30,000 millones de dólares adicionales de IED cada año (según cálculos publicados en El Economista), por la reubicación de empresas de China a nuestro país, en la reconfiguración de las cadenas de valor, y convertirse en lo que algunos llaman “la fábrica global fuera de Asia”.

Si hay un tema de urgencia en el país, es el de la captación de inversión para la reactivación de nuestra economía, y el impulso al crecimiento económico, sin el cual no hay posibilidades de bienestar real y sostenible. Según datos de la OCDE, ha habido un decrecimiento acumulado del PIB del país, del 2018 al 2022, del -2.7%, y aún peor, un decrecimiento del PIB per cápita del -6.0%.

El valor total del comercio exterior en 2020 en la economía mexicana fue de alrededor de 850,000 millones de dólares, que equivale a casi el 75% del PIB, según datos del Banco Mundial. Aproximadamente, el 80% de nuestras exportaciones son destinadas a EEUU, mientras que casi el 45% de las importaciones que realizamos provienen del mismo país. Hoy es especialmente importante como rubro, la balanza comercial agroalimentaria.

La propuesta de López Obrador, que recientemente reiteró en una conferencia de prensa matutina, de que debemos “producir lo que consumimos” y “ser autosuficientes”, no pasaría de ser parte de su narrativa habitual contra el neoliberalismo, si no fuera porque en los hechos, por su desafío al TMEC, por la violación a los contratos pactados con empresas estadounidenses, en el sector energético, y por su constante afrenta a EEUU, deja ver que efectivamente busca encaminar al país por una senda nacionalista, que después podría ser muy costoso revertir.

AMLO juega con fuego

Ante la creciente inseguridad, donde el crimen organizado avanza de manera rampante, y controla cada vez más aspectos de la vida económica, política y social del país, y el narcotráfico se fortalece; y frente a un Estado de derecho debilitado, donde priva la incertidumbre jurídica; además del problema de migración ilegal hacia EEUU a través de nuestro cruce fronterizo de caravanas de migrantes como nunca antes vistas, a punto de desbordarse; y, en nuestro retroceso en el tema de energías renovables, surge la pregunta sobre la manera en que pueda reaccionar nuestro poderoso vecino del norte, en tanto sus intereses se vean más comprometidos, y el gobierno de López Obrador no ofrezca posibilidades reales de diálogo y colaboración (más allá del Entendimiento Bicentenario). Baste recordar la amenaza de Donald Trump de imponer un impuesto a los envíos de dinero a México desde EEUU. Todo dependerá del cálculo costo/beneficio que haga nuestro vecino, para intervenir de manera más directa en el país.

En la próxima reunión de López Obrador con Biden, de mediados de julio en la Casa Blanca, seguramente habrá muchos temas en la mesa, donde se pondrá a prueba sí, como lo dijo recientemente el embajador de EEUU, Ken Salazar, “la relación será siempre buena y para siempre, a pesar de todo”, o si a partir de esta empezamos a ver un endurecimiento de la posición de EEUU hacia nuestro país. ¿Le comprarán a Marcelo Ebrard su dicho de que: “Es un error suponer que por no coincidir con su posición, México y Estados Unidos se van a distanciar…no será así…los retos que enfrentamos son superiores a cualquier diferencia presente o futura”?

¿Qué viene?

El TMEC deberá ser revisado a partir de 2025, según lo pactado por México, EEUU y Canadá, y saldrán a relucir los incumplimientos de nuestro país en temas de IED, así como laborales. Son muchos los retos y oportunidades que hay en la integración económica de este bloque comercial regional.

Norteamérica es un “perímetro de producción conjunto”, que al eliminar las barreras comerciales entre los tres países permite que se aprovechen las ventajas competitivas y se reduzcan los costos de producción, que generan valor para las economías participantes y que redundan en mayor productividad y creación de empleo. Los beneficios que genera la apertura comercial confirman que, para México, es más conveniente mantenernos en una categoría cercana al “friendshoring” con EU que en la de “frenemies”.

Vienen tiempos electorales en ambas naciones, y en el centro del debate político, en noviembre en las elecciones intermedias en EU, y sobre todo en las campañas presidenciales de los dos países, seguramente volverá a destacar el tema de la relación comercial. El proteccionismo es popular entre los votantes. Pueden volver a aflorar las banderas como el “Buy American” y la imposición de aranceles en EEUU, y en México podría ahondarse en el discurso nacionalista. Podría significar un retroceso en el reconocimiento de que el principal beneficio del comercio es la especialización de la producción, en el que cada país puede enfocarse en lo que hace mejor, para generar mayores ganancias frente a producir todo, cada cual por su lado. Lo que, en especial, ha sido de gran provecho para México.

Estados Unidos y México estamos destinados a ser vecinos y eso no va a cambiar. En el entorno geopolítico mundial tan complejo que vivimos, más nos valdría fortalecer nuestra integración comercial para mantener la competitividad como región, en el mercado global. En su camino por destruir las bases del México neoliberal que fue, el presidente López Obrador está echando por tierra las posibilidades reales del futuro del país. Hay demasiado en juego. No nos podemos equivocar en la selección de su sucesor, que heredará una posición muy debilitada de México frente a EEUU. Una “papa caliente”.