Un genio de la comunicación: El presidente López Obrador ha enviado mensajes certeros, ya sea de forma velada o francamente abierta: El no uso de los aviones presidenciales (hay más de una docena destinados a ese uso, no sólo el insultante avión rifado, embodegado, oreado y vuelto a guardar) viajando en aviones de línea, su cercanía con la gente, el vivir en una franciscana habitación de Palacio Nacional, cerrando la cada vez más ostentosa residencia oficial de Los Pinos, convirtiéndolo en una suerte de museo de la ignominia, el Jetta blanco en el que se mueve por la Ciudad capital, el dar la cara a la prensa todos los días, la puesta en pausa del Estado Mayor Presidencial, exhibiendo los excesos con los que se cuidaba la investidura presidencial, con despliegue de efectivos civiles y militares cómo si de un Rey absolutista se tratara.

Todo eso y más hasta ahí, perfecto, sabido es que, de alguna u otra forma, esos mensajes en México permean al resto de la clase política y a la ciudadania, el “síndrome de la guayabera” en tiempos de Echeverría se réplica sexenio tras sexenio, cómo los cínicos relojes de hule negro que usaba Salinas presidente: La clase política imita al Tlatoani; ahora vemos lo impensable: gobernadores y secretarios de Estado viajando en vuelos de línea, y haciéndose fotografiar “de forma casual”, para la lisonja fácil al presidente y la réplica de una fórmula que, sin duda, da más que buenos dividendos en cuanto a popularidad se refiere.

Todo lo anterior, insisto, viene de maravilla, todo, hasta que, de un día para otro, nos encontramos con un Zócalo amurallado, con amenazantes vallas militares, un Palacio Nacional, otrora atractivo turístico de lujo para propios y extraños, dónde todos podíamos gozar de los icónico murales de Diego Rivera con fragmentos de nuestra historia, la estatua gigante de bronce de don Benito Juárez, los patios y la fuente con su simbólico pegaso, las majestuosas escaleras, las enormes puertas, los señoriales salones, por ejemplo aquel dónde en otras épocas estuvo el poder legislativo, las habitaciones dónde vivió, gobernó y murió el Benemérito de las Américas en tiempos aciagos a la patria. La muralla envía un mensaje que, quizás, anule, puestos en una balanza, por su negatividad a todos los mensajes atinados anteriores y aún en práctica.

Hay miedo, intriga, duda, un temor callado incluso hacia los adentros de los incondicionales lopezobradoristas; no digamos que a inversionistas privados gusten las gigantes vallas, vamos, ni en la Plaza de la Revolución, en La Habana, la gente suele presenciar algo parecido. Preguntas y dudas son las que un presidente amurallado envía. Tantas, que convertirían este texto en una pesada letanía, pero ninguna duda apuntaría hacia nada bueno. Sabido es que el poder desgasta, se entendería de un sexenio en sus últimas semanas, pero carajo, vamos prácticamente aún a la mitad. Bien haría algún reportero en las mañaneras solicitar por medio suyo, el que el pueblo de México conozca las razones del virtual y hasta grotesco secuestro del zócalo, el espacio público por excelencia para TODOS los mexicanos.

No exagero al decir, que no pocos mexicanos de a pie, al ver tan intimidante espectáculo, se vaya empezando a creer que vamos camino hacia la gastada muletilla de la oposición: la “Venezuela chavista”. En fin, confiemos en que el amurallamiento de marras del lugar de residencia y trabajo del presidente sea sólo algo coyuntural y por ende, temporal, que si no es así, podría comenzar una peligrosa y prematura caída en picada de la aceptación y popularidad presidencial. No exagero.

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Las vayas infranqueables que aparecieron en el Zócalo, remiten a la imagen de los tanques militares durante el conflicto estudiantil del 68, lo cuál llevaría a no pocos (y no sin razón) a pensar y/o afirmar: “definitivamente no son iguales, sino quizás, peores”. El pueblo de México merece una explicación al respecto, así sea escueta pero esclarecedora y tranquilizante; dedicar cinco minutos a explicar los motivos de la muralla de la ignominia, va a ser mucho más útil que una perorata más de “los adversarios conservadores”, que así represente ese enunciado cualquier cantidad de bajezas y ofensas a la Nación, se repite ya con una frecuencia tan inusitadamente repetitiva, que empieza a desesperar a no pocos, que demandamos castigo y no impunidad, y que comenzamos ya, a tener quizás más dudas que certezas.

Ginés Sánchez en Twitter: @ginesacapulco