El presidente Andrés Manuel López Obrador es un estadista muy adelantado a su tiempo, más que un visionario y genio de la comunicación. Muchos no lo entienden, o los opositores que tienen poco más inteligencia fingen convenientemente no hacerlo, pero no pueden esconder su desesperación ante la evidencia de ser, en los hechos, invencible. El caso es que aún se rasgan las vestiduras por responderle públicamente al señor Loret por su osadía de transgredir los límites del periodismo y atrever entrometerse en la vida privada de una joven pareja, dónde uno de los que la componen es uno de los hijos del presidente.

Bien lo dijo el ex presidente de Ecuador Rafael Correa: “En América Latina no basta con ganar elecciones para ostentar el poder”, refiriéndose al peso metalegal que ostentan los medios de comunicación, financiados por manos privadas a los que no conviene que el Estado vaya recobrando sus potestades, a los que lo público les viene como la kriptonita a superman; para ellos, si se pudiese, hasta el aire que respiramos debiera privatizar, y facturarlo, cobrándonos una cuota mensual por ello; esa, es la esencial dicotomía que subyace en el debate público del Siglo XXI y en la cual el actual gobierno lucha a contracorriente sí, pero del lado correcto de la historia.

El presidente habla a diario, da la cara a sus gobernados, en ese aspecto es todo un Tlatoani (un emperador mexica) cuyo vocablo significa “el que habla”, en México la tradición del Tlatoani, al ser herederos los mexicanos de dos absolutismos, casi nunca (el CASI es por Calderón, que realmente nunca tuvo legitimidad alguna, ni siquiera para hablar), pero nunca de los nuncas en el algo parecido al actual y novedoso formato (emulado ya por líderes en distintas partes del planeta) de conferencia de prensa cotidiana y abierta, de DIÁLOGO CIRCULAR, cómo acertadamente gusta llamarles AMLO, así que sería el primer Tlatoani-Tlakaki (cuyo vocablo pudiera traducirse cómo “el que escucha”). Y sí: nadie puede negar que, a diario, escucha a sus gobernados, no sólo mediante los periodistas acreditados para sus mañaneras, sino en sus constantes e incansables giras a lo largo y ancho del país. Muchos preferirían seguir con aquello de que el presidente debe sólo decir lo “políticamente correcto”, lo que conlleva la sonrisa ladina que esconde veneno, el abrazo fraterno detrás del cuál espera incluso el asesinato vil (recordar casos Colosio y/o Rubén Jaramillo, sólo como un par de botones de muestra).

El presidente Andrés Manuel López Obrador seguirá firme, cuando no es que lo más seguro sea creciendo aún más en las preferencias y aceptación del electorado, sobre todo aquel del México profundo, el país rural y suburbano que es el mayoritario y el que sostiene y alimenta al país todo, y que paradójicamente ha sido por muchas décadas vejado, lastimado, olvidado. Ese mismo México verdadero que podemos adivinar en las inmortales obras literarias de una Rosario Castellanos o un Juan Rulfo, por ejemplo.

Ginés Sánchez en Twitter: @ginesacapulco