En marzo de 1978 Octavio Paz escribió un artículo que dedicó a conceptualizar al Estado mexicano, mismo que intituló como Ogro Filantrópico; desde su aparición se convirtió en un texto referente que al cabo del tiempo ha acreditado su relevancia por su capacidad analítica y descriptiva.

Fue sintomático que el ensayo del Nobel de literatura se escribiera en las inmediaciones de la reforma política de 1977, la cual pretendía detonar una etapa distinta y de mayor alcance en la vida democrática de México; lo que fue interpretado por él como un suceso encaminado a la búsqueda de una nueva legalidad, en donde atrás quedaba una sustentada en la continuidad de un régimen postrevolucionario que vivía entre la democracia de partidos y la dictadura de un caudillo, a otra que miraba hacia la pluralidad.

La denominación de Ogro filantrópico puso el acento en la naturaleza del Estado, en su capacidad de vincular la burocracia gubernamental y la burocracia partidista, con sus respectivos intereses y respecto de la capacidad de mediar entre ellos para satisfacer las expectativas y demandas que ellas planteaban; de ahí su sentido filantrópico. El partido como brazo o instrumento del Estado; a su vez un Estado modernizador y que brindaba satisfactores básicos.

En efecto, la filantropía y el carácter modernizador del Estado fue consubstancial a su legitimización; pero la pluralidad significó la necesidad de incorporar nuevas medidas, que pueden identificarse en lo que se ha llamado proceso de la transición democrática. Ahí se situó un plano distinto, su misión fue reconocer a la diversidad de las fuerzas políticas y establecer mecanismos concretos para garantizar su representación en el Congreso.

Pero lo que interesa señalar aquí es el hecho de que parece vivirse otra fase distinta con el actual gobierno. Ocurre que lo filantrópico de un Estado que generaba políticas y programas en la óptica de una visión social, se reconvirtió hacia una práctica de integración de padrones de beneficiarios sin la intermediación de otras instituciones, con la presunción de personalizar la relación de quien concede la “ayuda o apoyo” respecto de quien la otorga “el gobierno y, específicamente, su titular”.

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Deja de existir así una expresión en torno de lo que se podría llamar como política a través de derechos sociales adquiridos que se otorgan por medio de instituciones públicas específicas, para introducir ahora una visión de beneficiarios particulares, personalizados con nombre y apellido. En esa óptica no parece casual que se haya convertido en tema de litigio entre las campañas políticas, la asunción de los méritos respecto de los programas de beneficios en recursos monetarios directos a quienes se les concede; del lado del gobierno se pretende que éstos se deben a su partido; en la perspectiva de la oposición se plantea que en tanto se incorporaron en la Constitución y se canalizan a través del presupuesto federal, también se encuentra su participación y respaldo; es decir, su autoría.

En esa óptica, los programas sociales no son propiedad de un gobierno, sino de los gobiernos que instrumentan las definiciones del Estado; pero como se pretende construir una relación clientelar con los beneficiarios de los apoyos directos, se buscan formas de dar visibilidad y protagonismo único al gobierno en curso.

Se entiende así que funcionarios y operadores de los programas sociales en Yucatán -tal y como se supo a través de trascendidos-, hayan sido conminados a mostrar su talante de participación para favorecer al partido en el gobierno. Todo parece indicar que se produce un traslado que va del viejo Ogro filantrópico al Ogro clientelar.

Este nuevo Ogro asume un carácter monopólico con relación a los apoyos directos que proporciona; no admite más intermediario que él mismo y traslada los beneficios al margen de la participación, sanción, colaboración o protagonismo de los estados y los municipios. En esa medida el gobierno se convierte en dador de recursos que canaliza a personas en específico. La relación entre el dador y el beneficiario edifica un vínculo clientelar cuyo propósito es convertirse en base electoral, por eso el celo y la desconfianza de que aparezcan otros actores o intermediarios.

En efecto, el viejo Ogro filantrópico y su pretensión de reconstruir su legitimidad con el aporte del pluralismo político quedó desechado y lo que en su lugar queda es el Ogro clientelar; de alguna manera es el mismo Ogro de antes, pero con una relación más dura y directa con los beneficiarios de los programas de ayudas sociales y con una destreza desarrollada para “aclientelar” o hacer a la parte más vulnerable de la oposición su clientela.

El Ogro clientelar deviene en estructura para servir a los propósitos electorales del partido en el gobierno; no acepta otras intromisiones; su papel es que quienes están en el gobierno, se mantengan en el gobierno. Tras ese propósito tienta a cuadros de la oposición para incorporarlos, los hace clientes y los somete; en ese elenco apareció ahora la ex candidata del PRI al gobierno del Estado de México, pero antes de ella ya lo hicieron algunos gobernadores y una gobernadora que experimentaron derrotas cómodas, aclienteladas.