Mucho se ha hablado de los resultados de las elecciones del domingo pasado. Los partidos políticos y su militancia han salido aquí y allá a defender sus narrativas: por un lado, la oposición celebra las dos victorias que obtuvieron de las seis gobernaturas que estaban en juego; y, por el otro, los afines al partido gobernante se vanagloriaban de los resultados –arrolladores, según mencionan– para la oposición. De esto último, abundan las críticas y las mofas, pero vale la pena hacer una reflexión.

Recordemos: en las elecciones federales de 2018 se observaba un panorama sumamente distinto. Treinta millones de votos le dieron la victoria al presidente y Morena obtuvo 247 diputaciones en el Congreso. Mientras tanto, el PAN contaba con 80 diputaciones y el PRI, quien en la LXIII legislatura (la saliente) tuvo 204 diputados, quedó solamente con 47. Como priistas afrontamos la derrota y el descenso en el número de representantes de nuestro partido en el Congreso y, la incertidumbre, imperaba. En ese entonces, parecía que esto sería una tendencia en los posteriores ejercicios democráticos, locales o federales, y que pasarían décadas antes de que el PRI pudiera recuperar fuerzas y dar batalla.

Circunstancialmente, la profecía no se cumplió. En 2021, las elecciones intermedias de diputaciones federales y de gobiernos locales dieron cuenta que la realidad era otra. El escenario fue más esperanzador, destacando los resultados de la Ciudad de México (bastión de Morena) donde se logró, por medio de la alianza Va X México, que la oposición gobernara la mitad de las alcaldías. Sin duda, la alianza PRI-PAN-PRD ha sido fundamental para representar una competencia para el partido mayoritario y sus aliados.

Las elecciones en el Estado de México y Coahuila del próximo año serán un termómetro de lo que se puede esperar para el 2024. Siendo que estos dos estados son fuertemente priistas, la alianza seguirá siendo relevante con miras a las elecciones presidenciales, puesto que se van a necesitar de las preferencias de todo electorado posible y sobretodo, de un estado tan grande en población como el Estado de México. La alianza es producto de un arduo y complejo trabajo político, de negociación y cooperación que no solamente es nodal para los partidos opositores, sino para la vida democrática de México, la cual se ha visto amenazada ante los constantes ataques al INE. De gran parte de este trabajo ha sido artífice el PRI y, como se ha visto, ha dado resultados y representado una opción para sus simpatizantes y para quienes se han visto decepcionadas (os) por el gobierno actual

Volviendo a los resultados del 5 de junio pasado, estos nos confirman que hay un contraste pronunciado entre los pronósticos que se realizaban para el PRI (y para la oposición, en general) y la realidad de hoy en día. Se pensaba que la única lucha que el Revolucionario Institucional podría dar sería aquella por sobrevivir. Muchas voces, incluso, le habían desahuciado. Pero el trabajo político que se ha venido realizando, ha dado un nuevo enfoque y un giro a las expectativas del partido y de sus simpatizantes. Así que, morenistas: no se confíen porque el PRI no estaba muerto, pero tampoco

andaba de parranda.