Me atrevo a llamar compañero al senador con licencia y aspirante a la presidencia de México, Ricardo Monreal Ávila, no solo porque tuve el gusto de conocerlo hace ya cosa de una década en Acapulco, sino porque he estado cerca del lopezobradorismo, no como funcionario público (nunca lo he sido) ni tampoco como columnista, que al ser uno antes un ciudadano con derecho a la libre expresión y al voto, he caminado cerca del lopezobradorismo por cosa de, ya, un cuarto de Siglo.

Y sí, la muletilla de “estuve en las protestas por el desafuero, los plantones del Zócalo y Reforma en el (fatidico para México), 2006, y un largo etcétera” lo puedo recitar también yo, como miles, a la perfección, aunque al escribir intente uno no ser cegado por las pasiones, señalando los inevitables yerros, omisiones y fallas que suceden en todo gobierno, independientemente de espacio y tiempo.

El senador Monreal afirma que en su trayectoria política (cierto es que impresionante y aún con futuro, dado su todavía juventud), “nunca ha sido subalterno de nadie”, en un aparente anuncio con, quizás, un amago velado de “sino me da el partido la Ciudad de México, rompo”.

Y es que asegura no aceptar ir a ninguna de las dos cámaras, pero tampoco al próximo gabinete presidencial, sea esta supuesta cartera de la importancia que sea esgrimiendo que no está dispuesto, a estas alturas de su exitosa carrera, tener un superior jerárquico.

En sus dichos se adivina algo de soberbia, cuando no es que algo peor, que es el chantaje al Movimiento de Regeneración Nacional y sus más altos liderazgos.

Solo habría que recordarle al doctor Monreal que él siempre, en toda su trayectoria y de cabo a rabo, ha sido un subalterno al que le ha tenido que rendir cuentas: al pueblo de México, y que sus dichos abonan en muy poco a la unidad en lo que resta del sexenio, y (de ganar el oficialismo en 2024) también en el próximo.