El eficaz empoderamiento y aumento de las posibilidades de desarrollo de las personas, en un Estado democrático constitucional, pasa necesariamente por el acceso a la información y la transparencia que posibilitan el diálogo en condiciones de igualdad sustantiva. Bajo esta perspectiva, encontramos que en este siglo las tecnologías juegan un papel fundamental en la democratización de la información, en cuanto a sus alcances, lo cual debe aprovecharse potenciarse y orientarse por los Estados, sin paternalismos o sesgos, hacia el mantenimiento de la conversación pública.

Sin embargo, las brechas de desigualdad y discriminación que todavía prevalecen en lo económico, político y social, y que la pandemia ha visibilizado aún más, mantienen al margen de dicho desarrollo y de sus frutos a muchas personas, entre ellas a mujeres y niñas que, en consecuencia, no tienen acceso a vías y canales de expresión, participación e involucramiento. Todo ello, en una sociedad en la que las instituciones públicas, para muchos efectos, se han dado a la tarea de construir un discurso y formalizar el combate a la discriminación a través de normativa, pero no así a cambiar la realidad.

Los retos que como humanidad y nación tenemos frente a nosotras y nosotros en lo social, económico, político, ambiental y cultural, requieren, para su debida solución y encauzamiento, no solo que arropemos -a través de discursos- la bandera de los derechos humanos y la adornemos con palabras e intenciones que no acaban de fraguar en beneficio de las personas. Es de la mayor importancia que para hacerles frente echemos mano de la riqueza de la pluralidad social en todas sus formas y vertientes de dinámica expresión y creación humana. Es preciso que cuanto antes, y sin reservas, con apertura y equidad, incorporemos a las mujeres y a las niñas en los mecanismos de aprehensión cultural y adquisición de conocimiento. Hacerlo no se trata de una concesión graciosa en forma alguna, sino del cumplimiento de un imperativo incuestionable e impostergable, a la luz de la dignidad humana.

Las mujeres, en la mayoría de los países industrializados del mundo, están subrepresentadas en muchas carreras, pero, sobre todo, en las relacionadas con ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas. La situación, en países no industrializados como el nuestro, donde las desigualdades sociales van desde lo económico, político, cultural y hasta lo étnico y, en los que frecuentemente se politizan y empantanan sus vías de atención o paulatina reducción, es aún peor; y, en tales condiciones, no hay desarrollo posible y mucho menos sostenible.

Por ello, no basta con transparentar información buscando cumplir únicamente con las obligaciones correspondiente, sino que, a su vez, debemos revisar dónde y cómo funciona y rinde frutos útiles para todas las personas. Es necesario enfocar y coordinar los esfuerzos en materia de transparencia con los provenientes desde la academia, la industria nacional y extranjera y, por supuesto con los de la sociedad civil. Ello, a través de fuertes acciones afirmativas transversalizadas, incorporadas, aplicadas y garantizadas en todo diseño normativo e institucional.

Debemos pensar, por ejemplo, aprovechando las tecnologías, en la detección temprana y el diseño de grupos piloto de niñas y mujeres que adquieran, produzcan y reproduzcan ciencia de primer nivel, en sus entornos cercanos y en las que sus comunidades y, sobre todo, otras mujeres y niñas se reflejen.

Claro que una empresa como esa requiere de muchos recursos; sin embargo, el primer paso que podemos dar en ese rumbo, se da en términos de que, todas y todos, entendamos que la construcción de un porvenir viable y de una democracia sustancial pródiga con todas las personas no deriva de obras de infraestructura; su única fuente puede ser la experiencia compartida y la generación de oportunidades reales, de abajo hacia arriba y siempre con equidad.

Mtro. Julio César Bonilla Gutiérrez, Comisionado Ciudadano del INFO CDMX