IRREVERENTE

Les platico: El título no es mío. Tal cual se lo dijo Ernest Hemingway a George Plimpton, en la célebre entrevista que le hizo en la finca “Vigía” del Nobel de Literatura, en las afueras de La Habana, en 1958.

Luego le aconsejó: “Cuando la gente habla, escucha atentamente. No estés pensando en lo que vas a decir. La mayoría de la gente nunca escucha.”

La expresión completa de Plimpton, de la cual extraje el título para mi artículo de hoy domingo, es esta: “Sin dejar de disfrutar la vida, este hombre se entrega con la misma pasión a todo lo que hace, con una actitud en la que predomina la seriedad y tal como él mismo me lo dijo, su aversión a lo fraudulento y artificioso y su fobia a la imprecisión y a las cosas hechas a medias”.

Lo que cito a continuación dicho por Hemingway en aquella magistral entrevista, me estremece hasta la médula cada vez que la leo, porque son también las palabras que he dicho desde que mi abuela me enseñó a escribir:

“Una vez que escribir se ha convertido en tu vicio más irrenunciable y en tu mayor placer, solo la muerte puede ponerle fin”.

Tres años después de haber dicho esto, el 2 de julio de 1961, en su casa de campo en Ketchum, Idaho, Ernest Hemingway puso fin a sus días, al suicidarse de un escopetazo, cuyo gatillo accionó con el dedo pulgar de su pie derecho.

Se suicidó, como lo hiciera su padre, Edmonds en 1928, y como lo hizo su nieta Mariel Hemingway, cuando era la modelo mejor cotizada del mundo, el 1 de julio de 1996.

García Márquez, sobre Hemingway

Gabriel García Márquez, uno de mis héroes -los otros son Neruda, Borges y Julio Cortázar- escribió en una ocasión sobre Hemingway: “Su destino, en cierto modo, ha sido el de sus héroes, que solo tuvieron una validez momentánea en cualquier lugar de la Tierra y que se volvieron eternos por la fidelidad de quienes los quisieron”.

Como bien dice mi amigo Pablo Hiriart, en el mundo sigue habiendo millones de lectores de Hemingway y miles llegan cada mes a ver su sombra -y las de sus gatos- en la casa donde vivió en Cayo Hueso, la última isla de Florida en la parte más meridional de los Estados Unidos.

En ese mágico lugar que se quedó atrapado en los años 30, de casas hechas con madera y desde donde de noche se alcanzan a ver las luces de La Habana, todos son Hemingway.

Yo soy un Hemingway desde cuando el primero de sus libros llegó a mis manos por obra y gracia de mi abuela.

Y en honor a la pasión con la que este hombre vivió, hace varios años escribí mi propia teoría de la pasión, de la mía; me salió de un tiro y hasta en verso.

Si mis sufridos lectores me lo piden, a lo mejor un día de estos se las comparto, a lo mejor…

CAJÓN DE SASTRE

“Venga”, remata la irreverente de mi Gaby.

DEDICO ESTA COLUMNA a don Beto, que se llama Edilberto García y de quien me dicen ve mis programas. El colmo es que desde hace varios días que está hospitalizado, se la pasa leyendo y viendo lo que este su irreverente servidor escribe y hace. A ver si eso no le provoca una recaída, que espero el Dios de Spinoza nos conceda exactamente lo contrario.