Cómo hemos comentado en recientes columnas en este portal, los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, o 2021, penden de un hilo ante la explosión de casos tanto en las islas niponas como entre los atletas, entrenadores y directivos que asisten a la máxima justa del deporte a nivel mundial.

Ante la cada vez mayor creciente oposición de gran parte de los ciudadanos japoneses y la retirada de patrocinadores del certamen, quizás la decisión más sensata sería posponerlos nuevamente, o cancelarlos definitivamente. Ahora, el máximo encargado de las Olimpiadas, el japonés Toshiro Muto, señaló encontrarse “preparado” para una cancelación de los juegos de último minuto. Estas declaraciones se suman a las del presidente del Comité Olímpico Internacional, Thomas Bach, quien admitió haber pasado noches en vela con miedo de que los juegos (y toda la derrama económica que estos implican, me gustaría agregar) no se lleven a cabo.

Por si fuera poco, en unos juegos que a estas alturas ya parecen “malditos”, se detectaron niveles elevados de la peligrosa bacteria E-coli en las aguas de la bahía de Tokio, en donde se llevarán a cabo competencias como el triatlón y otras justas hechas en aguas naturales.Existe un peligro, real, de que estas olimpiadas, aún sin la asistencia de público y sin el ingreso de turistas extranjeros, se vuelvan un evento de “super contagio”, o peor aún, que en plena tercera ola causada por la “variante Delta”, una nueva y más mortífera cepa surja de entre los atletas de máximo rendimiento y los japoneses infectados durante los juegos.Y sólo puede culparse de este fracaso a las autoridades japonesas.

Atrás quedaron aquellos años ochenta y noventa en donde Japón presumía ser una de las sociedades más avanzadas del mundo. Ahora no pueden ni siquiera crear una “burbuja” de competencias deportivas como sí lo hicieron otros países como Corea del Sur, Estados Unidos y no hablemos de casos de éxito como China y Australia. Una cosa lamentable.