En décadas pasadas, el narcotráfico en México distó de ser un problema a nivel nacional, sólo por el hecho de fungir dicho fenómeno como pretexto por parte de los Estados Unidos para presionar a México, incluso a niveles de extorsión, para cumplir con distintos fines de corte necesariamente imperialista. Ya ni atreverse a comparar las grandes organizaciones dedicadas a actividades ilícitas de aquellos tiempos a las que hoy operan, a lo largo y ancho de país.
Y es que a raíz del crimen de lesa humanidad, cometido por Felipe Calderón, de comenzar una guerra para, según él, intentar hacer olvidar el hecho que se robó una elección presidencial (2006), sólo estos grupos hicieron más que multiplicarse, tanto por el descabezamiento en sus cúpulas, cómo por la puesta al desnudo de un endeble y vulnerable a la corrupción (ó al miedo) de un sistema de administración y procuración de justicia, dónde mucha gente, al darse cuenta los niveles obscenos se impunidad imperante, si antes temían a la ley, después del fatídico 2006/2007, sencillamente dejó de temer al imperio de la ley; el famoso ‘estado de naturaleza’ del teórico del Estado, Thomas Hobbes, se pudo y se puede comprobar en México, con el término, llegado a decirse del mexicano “Estado fallido”, durante los sexenios de Calderón y Peña.
Ahora bien, se multiplicaron las actividades delictivas de estos grupos, que antes de la consabida guerra, ya que antes del fatídico inicio de esa pesadilla, los entonces bien llamados narcos, se limitaban a su actividad: exportación de narcóticos a los países del norte de nuestro continente, no sólo no dañando a la población civil, sino que no pocas ocasiones brindándole protección de la delincuencia común e incluso haciendo obra social en los estados dónde operaba.
Ahora, no pocos grupos o cárteles, se pueden llamar de todo (cobradores de piso, extorsionadores, huachicoleros y muchas denominaciones más); algunos, manejan muchos tipos de negocio ilícito, mucho más redituable que el narcomenudeo, ya que las drogas ilícitas son, básicamente, para países ricos, al ser un bien suntuario o semisuntuario. En México, los jóvenes de bajos recursos no se intoxican con cocaína y heroína, sino con resistol o licores de bajísima calidad, de venta (de manera absurdamente lícita) en establecimientos en cada esquina.
¿Por qué los niveles de violencia en México no son sólo del narcotráfico, de los cárteles del viejo cuño?, porque, cómo ejemplo Guanajuato: un estado antes tradicionalmente pacífico tuvo la desgracia del invento, en épocas de Fox, Calderón y Peña, de la ordeña masiva de ductos de Pemex. Por debajo de Guanajuato pasa una importante red.
Otra de las actividades que causa muchas muertes, y aquí se inscriben la de candidatos a alcaldes, sobre todo, y de funcionarios a nivel municipal, así sea de rancherías, no es porque, ni de lejos, se dediquen al tráfico de drogas: esos grupos buscan dinero, y para muchos una de las principales fuentes de extracción de este es el capturar administraciones municipales, desde alcaldes y sus cabildos hasta direcciones clave, cómo finanzas y obras públicas; el cobro de piso, o sea, la extorsión masiva a pequeños comercios, deja ganancias inimaginables que hacen que esas gentes ni se acuerden de vender drogas.
Es por eso que llamar a esos grupos de vulgares bandidos como “narcos”, es inclusive un insulto a esos grandes grupos que exportan, y que (hay especialistas que lo sostienen) es la principal fuente de entrada de divisas a nuestro país. México no tiene la culpa de que la cultura del vecino del norte, tan escasa por cierto, sea el consumo masivo de drogas ilícitas, que tienen como su lógico y natural paso por territorio mexicano.
Ginés Sánchez en Twitter: @ginesacapulco